En el mundo de la información compartida la función de la Palabra se ha incrementado exponencialmente, para mal y también para el bien.
El señor Putin puede decirle a su pueblo que la invasión de cualquier país por parte de Rusia ha sido bendecida por los académicos rusos. El líder de los comunistas rusos ha declarado que las catorce repúblicas independizadas son propiedad de Rusia. El jefe de los fascistas con representación en la Duma ve ya a los soldados rusos lavando sus botas… en el Índico. Kissinger en 2014, y Berlusconi ahora, no dejan de condenar a los ucranianos por querer ser un país y no una colonia rusa. Ambos son, como buenos conservadores, pragmáticos a los que Westfalia le sigue pareciendo una utopía risible… Son jefes. Hegemones. Los fuertes se han impuesto siempre y ahora más que nunca esa conducta naturalmente masculina es una realidad.
Pues no. La felicidad del pragmático, que cree manejar la realidad con la realidad, tiene una desgracia: la realidad existe. Francia no se impuso en Indochina, Estados Unidos no se impuso en Vietnam ni en Afganistán. Rusia fracasó también en ese nada recomendable país y ahora tiene problemas con su operación militar especial para desnazificar a los antifascistas con procedimientos típicamente nazis.
Qué confusión, Dios mío. Qué alabanza descarada de la mentira y de la maldad.
Pero la realidad existe y la Palabra que enfrenta la realidad desde el Bien posee su propia realidad histórica.
Por ejemplo, el Derecho Internacional.
Westfalia es, en efecto, un punto de inflexión. Pero atañe solo a los hegemones europeos. El resto del mundo son colonias recién adquiridas o por adquirir.
Pero las colonias existían...
El Derecho Internacional propiamente dicho comienza, antes, en las Antillas.
Aunque los hegemones rusos no se hayan enterado nunca.
¿Quién puede, en medio de tantos kilómetros y kilómetros maravillosos de estepa y tundra, acordarse de unas islitas miserables?
En 1511 en La Española un fraile dominico, Antonio de Montesinos, se manifiesta, en nombre de Cristo, en contra de la explotación de los indígenas. No dejará de hacerlo mientras viva.
El 15 de agosto de 1514, fiesta de la Asunción de la Virgen, fray Bartolomé de Las Casas predica en Sancti Spíritus, Cuba, a petición de Diego Velázquez.
Las Casas, que había escuchado pero no entendido a Montesinos, condena ahora a sus compañeros estupefactos.
Él mismo ha renunciado, con el Antiguo Testamento en la mano, a la explotación de esos indígenas que estaban creándole la fortuna que él había ido a buscar a América.
Se queda apenas con una yegua, rodeado de enemigos, en este fin del mundo conocido entonces.
Otro fraile dominico, Francisco de Vitoria, está pensando lo mismo, en su cátedra de Salamanca, España. Usa la palabra. Escribe, escribe.
Pero Las Casas convierte su oración y su pensamiento en acción. Se dirige a las autoridades más altas, al cardenal regente, al Consejo de Indias y a Carlos V, hegemón del Sacro Imperio, supuestamente la Ley y la Espada de Cristo en toda la tierra. Ya sabemos que esa pretensión quedaría descartada para siempre cien años después en Westfalia. Carlos V presenció, a pesar de sus éxitos, o gracias a ellos, la agonía del sistema.
Y Las Casas les dice la verdad que hoy es reconocida por todos, excepto por los hegemones:
Todas las naciones del mundo son hombres.
Y, por lo tanto, hijos del Padre, iguales.
El curita batalló por los indígenas y le advirtió al muchacho Carlos que lo que hacía en América lo condenaba al infierno. Siempre me ha llamado la atención que Carlos abdicara antes de los sesenta y se fuera a un monasterio de monjes contemplativos… Por su parte Las Casas, en 1566, con más de noventa años, le escribe al Papa:
…humildemente suplico que haga un decreto en que declare por descomulgado y anatemizado cualquiera que dijere que es justa la guerra que se hace a los infieles, solamente por causa de la idolatría, o para que el Evangelio sea mejor predicado, especialmente a aquellos gentiles que en ningún tiempo nos han hecho ni hacen injuria. O al que dijere que los gentiles no son verdaderos señores de lo que poseen.
"El hegemón puede alardear de imponerse por la fuerza bruta y la brutalidad de la propaganda, ahora. Pero las ideas verdaderas son las más audaces, surgen cuando deben y triunfan cuando Dios quiere"
San Pío V, un papa que combatió las corrupciones del clero, probablemente estaba lejos de poder asimilar este tamaño de lucidez santa. Lo horroroso es que el patriarca Cirilo apoye hoy abominaciones de ese estilo. En cuanto a Bartolomé, se encuentra en proceso de canonización, al fin.
Sí, los siglos cuentan. El hegemón puede alardear de imponerse por la fuerza bruta y la brutalidad de la propaganda, ahora. Pero las ideas verdaderas son las más audaces, surgen cuando deben y triunfan cuando Dios quiere. En el siglo XVI el mundo se hacía mundial para Occidente. Era un suceso desmedido, difícil de descifrar excepto para los pocos cristianos auténticos. Fue descifrado por Las Casas y Vitoria pero la ignorancia continúa en el mundo de hoy. Las ideas tienen que triunfar, es decir, ser reconocidas como ciertas y útiles por la mayoría de las personas o al menos por las que son reconocidas como más responsables por el destino de todos. Pero ni siquiera eso es bastante. En cada época histórica deben ser explicadas y aplicadas, y hasta donde sea posible, inculturadas. Nunca habrá una victoria del bien definitiva y gratuita, recibida a través de los genes o las leyes, de las costumbres o la indolencia. La victoria del bien tiene que ser peleada en cada época y en cada persona. Para los amantes de la pasividad y la desidia, que siempre existirán, esa necesidad es desgracia. Para los que perciben su vida como acción noble, es un motivo de orgullo, una dignificación de la existencia. El Derecho Internacional es una realidad en marcha desde hace ya medio milenio, pero apenas comienza. Es una rama del Derecho de los Humanos, como entendieron Martí y Guy, que a su vez está en pañales. Ambos solo podrán ser considerados mínimamente completos cuando hayan desaparecido los ejércitos y una paz defendida unánimemente impere, sin emperador alguno, en el planeta. Es posible, y se hará.
Examinemos algo del proceso.
Las revoluciones inglesa y francesa de los siglos siguientes a Las Casas llevaron la idea de la universalidad y la igualdad humana al interior de las naciones, para descartar al hegemón feudal. Las revoluciones de la independencia latinoamericana, hijas de aquellas por voluntad propia, ampliaron la igualdad al indio y al negro y dieron paso a la constitución de estados soberanos que, a pesar de las vacilaciones iniciales y los ulteriores disparates, se han mantenido con una extraordinaria estabilidad de territorio y tradiciones, incluso superior a la de ciertos estados europeos, durante ya dos siglos. Y, cada vez más, en paz y hasta en concertación y alianza. Después de sacudirse el hegemón colonialista, y a pesar de las dictaduras de derecha y de izquierda que han salido en buena medida del retraso colonial, América Latina se ha convertido en Tierra de Occidente. Hoy está dominada por una izquierda antinorteamericana, pero desde luego al comercio con los Estados Unidos no se puede renunciar. Los Estados Unidos y la OTAN contemplan con tranquilidad esta corrida hacia el rojo: los niños padecen de sarampión. Incluso esa izquierda es, desde luego, por su contenido y por sus funciones, perfectamente occidental. La democracia está mínimamente establecida en la mayoría de América; y en Costa Rica y Uruguay los parámetros de la democracia resultan superiores a los de Estados Unidos.
Los intentos de China y Rusia de recolonizar a América Latina son ridículos. Algunos países empiezan a comprobar que se trata de un neocolonialismo bastante peor. En África ocurrirá lo mismo. La necesidad de diversificar las relaciones con los poderes extranjeros es una antigua posición latinoamericana que contribuye al capitalismo nacional y a la democracia popular, pero de ahí a marchar detrás de unas potencias con evidentes intenciones neocoloniales, imperialistas y fascistas hay un trecho imposible de transitar. Y menos aún para enfrentar a Estados Unidos. Incluso López Obrador ha lanzado una curiosa idea panamericana, inesperable en un líder de izquierda. La posibilidad de que algún país latinoamericano pueda intentar erigirse en polo ruso, chino o iraní se limita al fracaso venezolano. Ni siquiera el experimentado en fracasos gobierno de La Habana se presenta hoy como faro de América, consigna que oíamos en los sesenta en las emisoras de radio cada media hora. Los hegemones de La Habana saben, además, como nadie, cuán peligroso y ridículo es ir detrás de los hegemones rusos. Más de una vez fueron públicamente humillados por ellos.
"América Latina es Tierra de Occidente por la vocación de Miranda, Bolívar, Varela, Martí. Haber sido colonias y neocolonias es precisamente nuestra ventaja"
Una de las razones por las que hoy América Latina es Tierra de Occidente es que las mejores mentes, los mejores corazones, los más bravos líderes latinoamericanos han sido fieles a Las Casas y a los fundadores de las Repúblicas. Sí, hemos tenido el cuasi fascismo de Perón y el socialismo de Castro; y últimamente la obligación de renunciar, para ser autóctonos y distintos, a la República por el Tawantinsuyu. Véase, sin embargo, cómo en Bolivia el pueblo ha votado por un régimen de izquierda, pero solo después de haberle negado el voto al autoritario que aspiraba a dictador. Los indigenistas repiten que ellos no saben qué es república, ni estado, ni parlamento, ni nada de eso que también odian los rusos, los chinos, los coreanos, los iraníes. Otra cosa muy diferente sería un Inca. O un Autócrata, un Mao, un Kim, un ayatola. La epidemia llegó a la constituyente en Chile: la república liberal iba a ser disuelta por otro pretendido estado plurinacional. El pueblo votó masivamente en contra.
"La vocación latinoamericana por la Libertad (...) acabará aboliendo la división entre un Norte rico y hegemónico y un Sur libertario que todavía no es Australia. América, de Alaska a la Patagonia, es el Hemisferio de la Libertad, el Occidente que continúa, según sus mejores presupuestos, construyéndose hoy"
América Latina es Tierra de Occidente por la vocación de Miranda, Bolívar, Varela, Martí. Haber sido colonias y neocolonias es precisamente nuestra ventaja. Somos un Occidente sin el pecado distorsionador y traidor de los imperialismos, como no sean las fallidas aventuras africanas del doctor Castro. La historia es dolorosa y sucia dondequiera, pero hay vergüenzas que se pueden evitar. Hemos sabido heredar, sin rencores, lo mejor de Occidente. Así, los pueblos de América están definidos por la Libertad, en la mente de los mejores y en mucha gente del pueblo. "Oíd, mortales, el grito sagrado: libertad, libertad, libertad": dice el himno de la República Argentina. El ciudadano latinoamericano canta desde niño unos himnos que son incompatibles con la vida en cadenas, en oprobio y afrenta sumidos. No nos impresiona que el Oriente sea rojo ni que Dios salve al zar. Ya hemos visto, con Las Casas y con la historia, que no lo salva de gratis. No es de extrañar que haya unos políticos que se aprovechen de la marginación y el rencor del indio en la república liberal durante doscientos años, para intentar medrar con la idea y el funcionamiento de la república que odian; pero es dentro de la república liberal y con sus valores profundos, en donde los descendientes del milenario retraso civilizatorio aborigen están alcanzando libertad, identidad, participación y protagonismo. Y lo van a lograr, en lo que luego se verá como un plazo histórico bastante breve. Pasar en medio milenio de la comunidad gentilicia o el esclavismo al capitalismo democrático será considerado un éxito. Los europeos demoraron bastante más. El descendiente de indígenas dejará de estar representado por esas mujeres gordas y desdentadas de Telesur, que tejen con demasiada calma una ropa fuera de moda, sino bellas damas de la casa, la vida, la creación intelectual, la política. La vocación latinoamericana por la Libertad, construida durante más de dos siglos, acabará aboliendo la división entre un Norte rico y hegemónico y un Sur libertario que todavía no es Australia. América, de Alaska a la Patagonia, es el Hemisferio de la Libertad, el Occidente que continúa, según sus mejores presupuestos, construyéndose hoy. Contra nosotros no puede nadie.
La América Nuestra ha sido siempre la América del mundo, con esa vocación de universalidad que heredamos de nuestro origen en el cristianismo católico y que tanto molesta a los imperialistas marxistas, ortodoxos de Cirilo y chiítas. Ya Bolívar decía que somos un pequeño género humano. Pero hay varios momentos señeros de esa responsabilidad de Nuestra América por el mundo, que nos atañe a los nacidos en Cuba. Basta recordar el documento final de la Conferencia Monetaria Internacional Americana celebrada en Washington en 1891. En esa conferencia se reunían por primera vez representantes de EE.UU. y Latinoamérica para discutir cuestiones económicas, incluyendo las monetarias. Estados Unidos presentó dos delegados hostiles entre sí, uno partidario de la moneda de oro y otro de la moneda de plata. Más que la cuestión de la moneda, el asunto era el comienzo de la colonización económica de América Latina por los Estados Unidos. José Martí fue el representante de Argentina y Uruguay en esa conferencia y su extraordinario desempeño lo convirtió en el líder de la opinión continental y en el redactor del documento final:
Las puertas de cada nación deben estar abiertas a la actividad fecundante y legítima de todos los pueblos. Las manos de cada nación deber estar libres para desenvolver sin trabas el país, con arreglo a su naturaleza distintiva y a sus elementos propios. Los pueblos todos deben reunirse en amistad y con la mayor frecuencia dable, para ir reemplazando, con el sistema del acercamiento universal, por sobre la lengua de los istmos y la barrera de los mares, el sistema, muerto para siempre, de dinastías y de grupos.
Nunca nos ha interesado, señor Dugin, su juntamento. Y no por seguir a Estados Unidos: incluso enfrentando sus peores proyecciones. Porque tenemos las nuestras. Es asombroso cómo esos geopolíticos de pacotilla que nos quieren salvar de los Estados Unidos, nos ignoran absolutamente. Para ellos en América Latina solo ha habido y hay cipayos. Estamos condenados a ser yanquis o de ellos. Porque somos tan brutos.
Un segundo momento importante de la geopolítica americana con protagonismo cubano es la ya citada Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, piedra angular de la ONU. Como la mayoría de nuestros compatriotas lo ignora como si fueran rusos, chinos, iraníes o coreanos, debo seguir recordando que la iniciativa de la Declaración perteneció a Guy Rafael Pérez Cisneros y Bonel, nuestro mayor diplomático después de Martí. Al presentar al delegado de Haití en la tercera Asamblea General de la ONU en el palacio Chaillot de París a fin de votar la Declaración, Guy recordó nuestra tradición nacional central, el pensamiento del Maestro, como inspiración de su iniciativa. (El audio del discurso se encuentra en la Red y yo mismo he dispuesto un video, Con todos, para divulgarlo). Otra vez las Antillas se encontraban en el centro de la lucha por los derechos del hombre. Desde luego, esta iniciativa había surgido en el contexto de la guerra contra el nazismo que dio origen a la ONU y por eso fue aceptada masivamente. Ningún país votó en contra, aunque la Unión Soviética y sus satélites europeos, Arabia Saudita y Sudáfrica se abstuvieron. Nacido en París, hijo de un diplomático nuestro, Guy traía al mundo de la postguerra una síntesis del fervor cubano y francés por la dignidad humana. Francia incorporó de inmediato la declaración a su texto constitucional. ¿Qué pensaría Alexis Saint-Leger Leger, amante de la cubana nacida en París, Rosalía Sánchez Abreu, la destinataria de su Poema a la extranjera, de esa audacia de su muchacho Guy? Aunque en buena medida las propuestas de Guy y de su asesor Dihigo salían de nuestra Constitución de 1940. Es triste pensar que nuestra nación haya abandonado por décadas esas iluminaciones, pero la Declaración continúa siendo un arma de la actual lucha de la oposición cubana contra el totalitarismo. La Guerra Fría estuvo más ocupada de bombas y misiles que de ideas, pero el presidente Carter las volvió a situar en el centro de la política de Occidente. Las mejores ideas parecen inútiles, o que fracasan o se duermen. Los misiles envejecen sin ser lanzados. Pero trincheras de ideas valen más que trincheras de cohetes.
"Para los neofascistas el soberano no es el individuo sino el jefe, que irrespeta y puede suprimir cuando quiera cualquier otra soberanía interna o externa. La tradición nacional cubana es profunda y definitivamente hostil a ese descaro"
Si nos fijamos bien, el texto de Martí y la declaración de Guy inspirada por él coinciden en un acierto fundamental: la relación entre la soberanía en el exterior con la soberanía interna, que reside en la soberanía del ciudadano. Para los neofascistas el soberano no es el individuo sino el jefe, que irrespeta y puede suprimir cuando quiera cualquier otra soberanía interna o externa. La tradición nacional cubana es profunda y definitivamente hostil a ese descaro.
Yo propondría, en honor a nuestros padres fundadores y en la circunstancia de una geopolítica turbia que se pretende única y apocalíptica, que los cubanos nos declaremos hostiles a la teoría del mundo multipolar, y que además nos distingamos de la no polaridad de los mejores millonarios occidentales. Ellos van comprendiendo discretamente que la polaridad no les conviene. Pero a nosotros, los pobres, los que aún tenemos que conquistar la soberanía del individuo para que la justicia popular y la soberanía nacional queden firmemente establecidas, clamemos por un Mundo Apolar, por una ética, una ley y una práctica de las relaciones internacionales, donde todo intento de hegemonía, cultural, económica, política y militar, sobre una persona o sobre un pueblo, sea denunciado y enfrentado en todos los foros de la decencia como la tralla y la roña, como la vergüenza del humano, como la traición del creyente, como la abominación y la locura.
Grito de Baire, 2023.