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Opinión | 20 de Mayo: Cuba necesita una nueva república

"Cuba recuperará aquel aliento de libertad, de responsabilidad cívica, de justicia y derechos para todos, de prosperidad. Estoy seguro de que ese día llegará, y no es un sueño, ni una pesadilla, es una certeza."

La artista Nany sostiene la bandera cubana mientras ondea
La artista Nany sostiene la bandera cubana. | Imagen: Proyecto Sendero del Polen

Hoy es 20 de mayo, aniversario del nacimiento de la República de Cuba en 1902, fecha que debería ser nuestra fiesta nacional. 122 años después quiero compartir estas esperanzas.

Cuba necesita esperanza

Cuba ahora mismo necesita muchas cosas, muchos cambios, mucha fuerza interior, mucha resiliencia, mucha paz activa y crítica. Cuba necesita mucha esperanza… no de la alienante, no de la acomodaticia, no de la pasividad, no del aguante sumiso. Cuba necesita de la esperanza verdadera, objetiva, motivadora. De esa esperanza que no es ilusión sino mística interior, fuerza motriz del alma.

Pero ¿de dónde saldrá esa esperanza? ¿Del apagón, del hambre, de la cochambre, de la falta de medicamentos, de la falta de agua y de libertad, de la mentira, de este reino del absurdo? ¿Acaso saldrá de las nuevas esclavitudes del espíritu y del salario negado y desvalorado? ¿Acaso saldrá de la represión ejecutada cotidianamente, pero negada en monólogos-entrevistas en la cumbre? ¿De dónde sacar agua viva en este desierto de la desesperación?

Sugiero algunos caminos que a mí me han llevado a una esperanza sin globos, pegada a la realidad, pero con la vista en lo Alto. Acudo una vez más a la fórmula de la mística poética de Dulce María Loynaz: “El que no ponga el alma de raíz, se seca”. Pero ¿Cómo hablar de mística y de poesía metidos en la desesperante noche de la Cuba de hoy?

La última de las libertades humanas

Pues sí, creo que es posible, es más, creo que es lo único posible. Y como una persona tiene varios asideros en el camino de la vida, que son como tablas flotantes en medio de un terrible naufragio, me agarro no solo de la Loynaz sino del siempre recordado psiquiatra y neurólogo vienés que inauguró la tercera escuela vienesa de psicología después de Freud y Adler, que puso la búsqueda de sentido como eje vertebrador y horizonte de la vida, se trata de Viktor Frankl (1905-1997) con su ya clásico libro El hombre en busca de sentido. Pareciera que, desde su terrible experiencia en un campo de concentración alemán, nos lanza a los desesperados cubanos que zozobramos en el naufragio caribeño, una tabla de salvación que recordaré una y mil veces, porque a mí me ha servido. Él la llama “la última de las libertades humanas” y la describe así:

Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas ―la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias― para decidir su propio camino.

Pues apliquemos esta convicción a la vida de nosotros los cubanos. Nos lo han arrebatado todo. En eso no hay discusión. Pero yo diría: casi todo. Porque nadie nos puede quitar “la última de las libertades”, porque es interna, es constitutiva de nuestra alma. Porque es inseparable de nuestro ser: la libertad de elegir con qué actitud personal, con qué postura interior voy a decidir el cómo voy a vivir en esta debacle que es Cuba hoy.


Ese ser irreductible que todos llevamos dentro

¿Nos hemos preguntado seriamente alguna vez por esto? ¿En medio de un apagón terrible, lo hemos dejado todo y nos hemos preguntado si también me voy a dejar quitar lo último que me queda? En serio, ¿me he preguntado si me voy a dejar aplastar por dentro y me voy a dejar arrancar el alma… o, por el contrario, me voy a encaramar sobre esta cruz en la que me matan día a día, sin escándalo, y voy a decidir quién lleva las riendas del sacrificio de mi vida, si el que me quita la luz, el agua, la libertad y la vida gota a gota, sin ruido, o yo?

Resuena hoy en Cuba, vienen cada día a mi mente, aquellas sorprendentes palabras de Jesucristo en el Evangelio de San Juan 10,18, pocas horas antes de ser crucificado: “Nadie me quita la vida, yo la entrego voluntariamente. Tengo poder para entregarla y poder para recuperarla”. Ese poder es la última de las libertades. Yo me uno a Jesús, con Él hasta el final.

En serio, ¿nos vamos a dejar extirpar de las entrañas esa última “imagen de Dios” en Jesús, que es la libertad interior de encarar el sufrimiento y vivirlo de pie, con la frente del alma alzada y el motor del corazón encendido, sin dejármelo apagar por otros, sin dejarle de surtir el combustible del Espíritu? ¿De verdad, voy a dejarme aplastar ese ser irreductible que todos llevamos dentro arrastrándome en la queja, o, por el contrario, lo voy a entregar llevando firme mi frágil mano sobre el arado que abre el surco de mi ofrenda, sin dejar de reclamar, de pie, dignamente, con la serenidad de quien sabe que no le pueden arrancar esa luz que llevamos dentro, la justicia, el perdón y el amor para todos?

Cubanos de a pie, puestos en pie

En la historia de Cuba, en la historia de nuestras familias, tenemos, vibrantes y convocantes, vivos y gallardos, sencillos pero indoblegables, los testimonios de miles de cubanos que han sufrido y ofrendado sus vidas de pie, íntegros, sin alarde, pero sin doblegar su espíritu ante nadie, aún en las circunstancias más extremas, gritando en paz: ¡Viva Cristo Rey! Los tenemos en casa, los tenemos cerca, sufren como nosotros, pero sufren con hidalguía, sacan fuerzas de la opresión, se yerguen pacíficamente frente a la mentira, no caen en la espiral de la violencia, sino que proponen la verdad y la libertad.

Esos son cubanos de a pie, puestos en pie. Son cubanos que viven aquí, ahora, y no se quieren marchar, aún más, han usado la última de sus libertades para decidir permanecer en Cuba. Permanecer no para dejarse aplastar, sino para dar razón de su inquebrantable esperanza. Permanecer no como víctimas pasivas, sino como hostias vivas ofrendadas, sencilla y discretamente, día a día, en el sagrado altar de Dios y de la Patria.

Por eso, por ellos, y por muchos más, me atrevo a decir que vale la pena celebrar con la serenidad, y con el ardor de esa esperanza que no defrauda, el 122 aniversario del nacimiento de la República de Cuba, comenzando aquella mañana luminosa este “largo camino hacia la libertad”. Estoy convencido, seguro y enamorado de que Cuba recuperará aquel aliento de libertad, de responsabilidad cívica, de justicia y derechos para todos, de prosperidad. Estoy seguro de que ese día llegará, y no es un sueño, ni una pesadilla, es una certeza nacida del testimonio de vida de esos cubanos que he mencionado y que han encontrado, aquí y ahora, en el reino del absurdo y de la muerte, el sentido profundo, martirial y feliz para sus únicas vidas.

Una República nueva

Cuba necesita refundar su República. Cuba necesita una República nueva. Nueva, pero alimentándose de sus auténticas y fecundas raíces, no de las plantas parásitas que extrañas a nuestro ser nacional se pegaron a su tronco y secaron sus ramas. Nueva en su savia y en sus frutos. Y tengo la certeza y la esperanza de que esa República nueva será democrática, próspera y feliz. ¿Por qué?

Pues porque hay hombres y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos, que han puesto su alma de raíz de la nación. Porque hay cubanos que han encontrado el sentido de sus vidas permaneciendo aquí. Porque hay cubanos, aquí y en la Diáspora doliente y exiliada, que han convertido la nostalgia en acción pacífica, la queja en propuesta, sus vidas en “ofrenda permanente”. Porque hay cubanos y cubanas que han cambiado la tribuna por el ara, el goce superfluo por el sacrificio fecundo.

De ahí, de la comunión de la ofrenda y el altar, de la vida y el sacrificio con sentido, es que brota mi esperanza. Y brotará nuestra liberación.

Elevemos nuestra ofrenda y nuestra plegaria de compromiso cívico sobre el ara de la Patria crucificada, con la certeza de que un día, muy pronto, de esa ara del sacrificio redentor brotará la libertad fecundante para dar a luz, entre dolores de parto, a la nueva y floreciente República de Cuba.

Que así sea. Ánimo. Ya clarea. ¿No lo ven?

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

(Publicado originalmente en Centro de Estudios Convivencia).

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Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés.

(Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Premios: “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Reside en Pinar del Río.

 

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