Pocas veces hago referencia a cosas personales en mis “lunes”. Hoy quiero compartirles este testimonio que escribo motivado por una pregunta que se repitió hasta la saciedad antes de mi visita a Miami en febrero de este año, durante los días que estuve allí y después del regreso: “¿Por qué no te quedaste? Aún cuando tenías a buena parte de tu familia reunida allá, es incomprensible. Cuando todo el mundo escapa, ¿cómo se entiende que regreses?”
En primer lugar, quiero dejar claro que respeto y comprendo a todas las personas, piensen como piensen o hayan pensado, que eligen dar un giro a su vida y marcharse de su tierra, dejar a una parte de su familia y a sus amigos de toda la vida. Ese es un derecho humano inalienable que todos debemos respetar. La crítica situación límite del país es inenarrable y es la causa fundamental de este nuevo éxodo masivo. No olvidemos que esta es la raíz del problema, de los anteriores, la de este y la de todos los demás.
Dejando claro que respeto y comprendo la opción de salir de los que lo han decidido y de que es su derecho soberano, ahora quiero compartir con mis lectores las tres causas por las que, personalmente, y respetando a todos, he decidido quedarme en Cuba:
Me quedo por Fe
Todo lo que soy es gracias a mi familia y a la fe cristiana que me compartieron. Todo lo que he hecho, hago y haré es por mi fe cristiana. La fe en Cristo me lleva al compromiso, y esa fe es la motivación profunda, la mística de toda mi vida. Ninguna otra motivación ha podido llenar mi existencia. La fe cristiana es la razón de todos mis sentimientos y de todos mis actos. Esa fe es el origen de todos mis proyectos. La fe en Dios es el sentido de toda mi vida.
Por tanto, mi libre opción de permanecer en Cuba, como todo el resto de mi vida, nace de la fe en Dios y mi confianza en que Jesucristo es el Señor de la Historia. Es la certeza de que, si Cristo triunfó sobre la traición, la soledad, las torturas y la muerte, nosotros triunfaremos con Él, y por Él también superaremos todas esas calamidades humanas y las crueles injusticias que las acompañan. Si Cristo resucitó, Cuba también resucitará. Esa fe es la fuente primera y la principal razón para quedarme en Cuba hasta el final, con la ayuda de Dios y de su Gracia.
Me quedo por Amor
De esa fe brota el amor: todo amor verdadero, pero sobre todo el amor de caridad, el amor ágape, es decir, aquel amor que no se reduce a un sentimiento, o a una filia determinada, o a la satisfacción del yo. El Amor de caridad es aquel que da sentido a todos estos otros amores. La caridad es el Amor que se entrega sin esperar nada a cambio. Es el amor de gratuidad. Jesús lo describió así: “Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13).
Por tanto, mi libre opción de permanecer en Cuba, nace de este amor a Dios, a la Iglesia y a Cuba; estos tres amores unidos y mezclados en un solo corazón que ya ha vivido bastante como para poder discernir donde está el tesoro. Porque como dice Jesús: “Allí donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6,21). Estos tres amores son mi gran tesoro, por eso los cultivo en mi corazón y los comparto haciéndolos compromiso de vida, oración y acción en todos los ámbitos de mi existencia. Todo lo que hago tiene su fuente y su energía en esos tres amores. Y como soy un pobre pecador me pongo enteramente en las Manos de Dios para que Él perdone mis faltas y dé plenitud a mi pequeñez. Por eso creo en la fuerza de lo pequeño.
Me quedo porque tengo Esperanza
Un pueblo huye cuando ha perdido toda esperanza. Así está la mayoría del pueblo cubano. Y con razón. Es un derecho humano salir en busca de esperanza. Lo comprendo. Es lo humanamente comprensible. Sin embargo, yo me quedo porque de esa fe en Dios y de ese Amor a Cristo, a Cuba y a la Iglesia, brota la Esperanza. No es una esperanza cualquiera, no es una esperanza a ras de tierra, tampoco es una esperanza alienante. No es una esperanza que busca resignación aquí, en espera del Reino de los Cielos más allá. Es una esperanza trascendente, que traspasa el umbral de los cálculos humanos, que traspasa las lógicas del tiempo. Es una esperanza que brota de asumir libremente el sacrificio y la Cruz como fuente y origen de toda esperanza. Es esperanza que da sentido a la vida y tiene sus razones para compartirlas con quien quiera recobrarla.
“Amar es resucitar”, dijo Dulce María Loynaz, nuestra poetisa mayor. Saber esperar es resucitar.
Me quedo en Cuba porque he descubierto la fuente de la verdadera esperanza que no está en las cosas materiales, ni en los cálculos económicos, ni en la caducidad de los proyectos políticos. No la inventé yo, es la esperanza de un pobre carpintero de Nazaret que creyó en su Padre Dios, que amó sin distinción ni medida, que se mezcló con su pueblo y se enfangó los pies, se dejó clavar las manos y traspasar el corazón y perdonó, y redimió, y resucitó. “Amar es resucitar”, dijo Dulce María Loynaz, nuestra poetisa mayor. Saber esperar es resucitar.
Se trata no de una esperanza basada en cálculos del “cuánto durará esto”, ni “para cuándo será la libertad”, ni de aceptar los cambios fraude, ni los ardides para ganar tiempo, ni el disimulo del sufrimiento y de ocultar la desintegración de nuestra nación. No hay mérito personal ninguno en este discernimiento. Todo es Don y Gracia. Mi esperanza brota de la fe y de la convicción de que hay un solo Dios y todos los demás son falsos mesías. Mi esperanza brota del Amor de Dios que es más fuerte que la muerte y de su Resurrección que será la nuestra. Por eso no se seca mi esperanza porque “sé que mi redentor vive, y que con Él me levantaré” (Job 19, 25) y porque creo firmemente que Él es el sentido y el destino de mi vida. Su corazón es nuestra eternidad.
Por eso me quedo en Cuba, porque creo en Dios, porque sé firmemente que Él nos dará nueva Vida y porque estoy convencido de que Cuba resucitará.
Y como sé que soy un pobre pecador, y a veces me parece que las fuerzas humanas no me alcanzan, y que puedo caer en cualquier momento, me pongo absolutamente en Sus Manos, para que Dios supla mi debilidad y fortalezca mi espíritu. Por eso pongo todo lo poco que soy, toda mi vida, como “ofrenda permanente” en el Altar de Dios y de la Patria.
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