Hay un fenómeno que se incrementa en Cuba que tiene que ver con la semiótica oficialista que, por un lado, vacía de su real significado a las palabras y, por otro, le tuerce el cuello a la realidad y nos sumerge en una vida en la mentira.
No se trata de una cifra manipulada, ni de ocultar una realidad vivida por todos, ni sesgar la interpretación de un acontecimiento, se trata de vivir, todo el tiempo, inmersos en todo un sistema de lenguaje alienado de la realidad que le debiera dar origen a las palabras, o comprobar a diario y sistemáticamente cómo la noticia niega la realidad objetiva.
La vaciedad y manipulación del lenguaje no es un fenómeno exclusivo de Cuba, es característica propia de la posmodernidad. Así vemos que una invasión a un país soberano por un ejército extranjero que dinamita todo el orden internacional y pone en serio peligro la paz mundial y abre la posibilidad a una hecatombe nuclear, así mismo, es nombrada “Operación Militar Especial”. Hasta el propio Papa Francisco ha proclamado en el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro el pasado 6 de marzo de 2022: “En Ucrania fluyen ríos de sangre y lágrimas. No se trata de una operación militar, sino de una guerra que siembra muerte, destrucción y miseria”. Y agregó el Pontífice: “La guerra es una locura, por favor, en nombre de Dios, paren ya”.
El eufemismo en Cuba
La Real Academia Española de la Lengua nos dice que eufemismo es una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante.” El vaciamiento del significado y contenido real de las palabras para enmascarar la dureza de la realidad objetiva es una constante en la prensa, la televisión y la radio en Cuba.
Se cree ingenuamente que el “cómo se dice” puede ocultar el “cómo se vive”, y todos hemos experimentado la dura realidad de lo que estamos viviendo y la tozuda evidencia de que no hay manipulación del lenguaje y los medios que sea capaz de negar, ocultar o transfigurar la existencia tal como la encontramos y sufrimos cada día.
Se cree ingenuamente que el “cómo se dice” puede ocultar el “cómo se vive”.
Ocultar, desfigurar, barnizar la realidad en los medios y discursos no logra arreglar la vida que padecemos, sino que la contundencia de esa realidad desprestigia a los medios que la edulcoran, que la trastocan, o directamente la niegan. Cada vez es más evidente y descarnada la intención de construir un lenguaje vaciado de realidad, o dócil al espejismo que se quiere provocar para reinventar la existencia que una y otra vez, cada día, en todos los lugares saca su cabeza real del hoyo donde intentan ocultarla para repetir cansinamente que eso que leemos, escuchamos y vemos en la televisión no se corresponde con la contundente evidencia que vivimos.
La causa principal de las decepciones y de las deserciones es cuando se toma conciencia clara de que vivimos en la mentira. No de que decimos mentiras, no de que una cosa aislada es falsa, sino que la vida que vivimos es una mentira pura y dura. Vivir en la mentira es la primera y más grave causa del daño antropológico causado por el control total de la existencia en sistemas totalitarios.
Vivir en la mentira provoca una fractura interna en cada cubano que experimenta una doble vida: la vida que experimenta no se corresponde con la que le narra el Noticiero, lo que piensa no se corresponde con lo que dice; lo que dice sufre una esquizofrenia con lo que hace; y lo que hace es simular algo que no es lo que siente en realidad. Vivir así es terrible, desgastante y va contra la naturaleza humana y la dignidad de toda persona.
En fin, volvamos a la Biblia, que no es libro de referencia solo para creyentes sino fuente inagotable de sabiduría para todos. Jesús nos dice: “Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y, cuando digan “no”, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno.” (Mateo 5,37) y en otro lugar Cristo dice: “el pecado contra el Espíritu Santo no tiene perdón jamás” (Mateo 3,29). Una de estas faltas es negar la verdad cuando es conocida y ha sido expresado de manera diáfana por el profeta Isaías que Jesús leía y estudiaba con frecuencia: “¡Ay de ustedes que a lo malo llaman bueno; y a lo bueno, malo! Que consideran las tinieblas como luz, y la luz como tinieblas. Que consideran lo amargo como dulce, y lo dulce como amargo.” (Isaías 5,20)
Vivir en la mentira provoca una fractura interna en cada cubano que experimenta una doble vida.
¿Cuántas veces a lo largo del día, de las semanas y de los años, los cubanos escuchamos, cada vez con más frecuencia y desenfado, llamar a lo malo bueno y a lo que es bueno tildarlo de malo? Después del 11 de julio de 2021 el que se manifiesta en paz es condenado a terribles y largas condenas y el que fue armado o usó palos contra sus compatriotas por manifestarse en paz es bueno.
¿Cuántas veces nuestro país ha negado la condición de cubano llamando “apátrida”, o “mal nacido” a otro cubano mientras da un trato diferenciado a extraños y desconocidos? ¿Cuántas veces las autoridades han colocado a Cuba en la acera contraria a la que la inmensa mayoría de los ciudadanos de esta Isla y su Diáspora desearía estar por más justa y pacífica? ¿Cómo abstenerse o apoyar una guerra de invasión sobre un país soberano y condenar o denunciar la posible invasión armada de otro país a Cuba? Todas las guerras de invasión deben ser denunciadas y condenadas sin doble rasero ni bandos ideológicos.
Otros muchos ejemplos de inversión de los valores y contravalores, de llamar al bien mal y al mal, llamarle bien, podemos encontrarlo tanto en la vida cotidiana como en ocasiones extraordinarias. En todos los casos ese relativismo moral y esa confusión ética, no sólo defraudan y confunden a los ciudadanos, sino que desgastan y terminan por extinguir la credibilidad y la confianza en los medios, en los discursos y en quienes los conciben o pronuncian.
Puede haber personas que cambien de opinión, puede haber personas que abran los ojos a la verdad, pero lo que curará de raíz esta vida en la mentira será cambiar la causa raigal que atraviesa toda la existencia de los cubanos que es comenzar a vivir en la verdad. En la verdad entre lo que somos y creemos, entre lo que creemos y la forma en que lo pensamos, entre lo que pensamos y lo que decimos, entre lo que decimos y lo que hacemos.
La sanación del alma cubana pasa ineludiblemente por esta coherencia entre la verdad y la dignidad y derechos de la persona; entre la verdad y la vida de las familias; entre la verdad y la política, entre la verdad y la economía; entre la verdad y las artes; entre la verdad y los medios de comunicación y las redes sociales.
Cuba lo merece.