El cliché optimista dice que en el futuro todos hablaremos inglés. El pesimista que hablaremos chino. Pero en contra de los clichés suele haber siempre un antídoto, en este caso embotellado en forma de telenovelas y discos compactos en español.
En la primera década de este milenio, mi esposa neerlandesa —que tan sólo domina el alemán y el español, además de su lengua materna— emprendió un viaje de dos semanas por Noruega, y aunque iba acompañada de una amiga que habla inglés, y una pareja joven que chapurreaba además algo de noruego, sentí cierta inquietud por la fluidez de su comunicación con las tribus indígenas. Al regresar a Colonia le pregunté si había tenido oportunidad de contactar con gente noruega, me contestó que sí, y puesto que a los noruegos no les gusta hablar en alemán (cosa perfectamente explicable si recordamos los años de la ocupación nazi), lo había hecho en español. Esta respuesta de mi mártir me sorprendió tanto que empecé a investigar el grado de difusión de mi lengua en la patria de mi bienamado Ibsen. Y descubrí algo sorprendente.
En la cazuela del noruego, donde desde hace siglos se cuecen expresiones y vocablos de las demás lenguas nórdicas, hoy se encuentran palabras y hasta expresiones en español. La jerga juvenil en base a frases de procedencia anglosajona, tan de moda hasta hace recién ayer, se ha quedado para la generación "carroza". Hoy lo que priva es "lo hispanoruego", una forma de hablar que se oye en la calle, y en discotecas, colegios y universidades. Esta circunstancia, que no deja de ser extraordinaria, había sido objeto por aquellos años de un ambicioso y riguroso estudio, el mayor realizado nunca en ese país, sobre el "argot nórdico".
Las conclusiones de dicho estudio, dirigido por una conocida investigadora de la Universidad de Agder, fueron tan inesperadas como espectaculares. Tras recorrer colegios y universidades de todo el país y después de haber entrevistado a miles de chicos de todas las edades y estatus social, los investigadores que trabajaron con ella afirmaban que las expresiones en español, que habían oído desde Oslo a Trondheim pasando por Bergen, no sólo han "adulterado" (algunos dicen "enriquecido") la lengua vikinga, sino que están tan asentadas en la mente de los jóvenes, que han llegado para quedarse.
En un estudio de 1995, se mostraba una tendencia radicalmente diferente: casi todos los barbarismos provenían del inglés. Los expertos achacan esta "revolución lingüística" a varios factores. Por un lado, los éxitos de cantantes como Julio y Enrique Iglesias, Ricky Martin, Gloria Estefan, Cristina Aguilera, Jennifer López y otros tantos que han paseado su arte y su palmito por Escandinavia dejando a su paso modas y modos nuevos. Por otro, la facilidad de asimilación de los turistas que viajan a España, y por último, el hecho de que España y lo español, al menos entonces, estaban de moda.
Los verdaderos maestros del nuevo "spansktnorkt", una especie de argot hispano–nórdico, son los jóvenes de entre 10 y 35 años. Vocablos como "adiós", "caramba", "nena", "chavala", "porro", "salsa", "señorita" y "vale", arrasan entre estos modernos vikingos, amén de los clásicos tacos... según los españoles llaman a las palabras malsonantes. Se oyen frases como "Vale, amigo! Hombre, kommer du pa disco?” (¡Vale, amigo! Hombre, ¿vienes a la discoteca?) u "Hola guapa! Caliente, caliente, jeg lover dette blir fantástico!" (¡Hola guapa! Caliente, caliente, ¡te prometo que será fantástico!).
Sí, el español está de moda entre los noruegos. Si no sabes algunas palabras en ese idioma y no comprendes lo que te dicen ¡estás perdido! ¿Vale? Y así quedaría explicado el misterio de que una neerlandesa de viaje por Bergen y sus alrededores, pudiera contactar con los aborígenes gracias a la lengua de Cervantes.
Pero, puesto que digo Bergen, y puesto que dije Ibsen: Tampoco al gran dramaturgo se le cayeron los anillos en Los pilares de la sociedad cuando le hizo decir a un personaje que se burlaba de los animales domesticados del circo: “¡Otra cosa sería ver al gaucho galopando sobre su mustango a través de las pampas!” O sea, ya tan temprano como en 1877 se había abierto paso el español, en su variante argentina, hasta el mismísimo sanctasanctórum de la literatura noruega.
Y de Escandinavia paso a ocuparme del mismo fenómeno en los Balcanes.
Snežana Stanojevic es una excelente periodista serbia, gran amiga mía, entre cuyas no menores habilidades se cuentan las de tocar maravillosamente la quena y cantar en quechua: hasta tiene su propio conjunto de música andina nada menos que en Belgrado. Y antes de que me olvide: su nombre Snežana, en serbio significa Blancanieves.
Pues bien: hace un tiempo recibí un email de Blancanieves en el que me decía que la TV serbia transmite algunas telenovelas latinoamericanas, naturalmente subtituladas. Con el resultado de que los serbios se han acostumbrado a emplear en la vida diaria expresiones tales como "hija mía", "lárgate de aquí", "mi corazón", "cierra la puerta, por favor", y muchas más.
Coincidente con el email de Blancanieves desde Belgrado pude leer en el ABC de Madrid una crónica acerca del idioma juvenil en Noruega (vide supra), y como ya se sabe, en el año 2002, por primera vez en la historia de los Estados Unidos, dos candidatos a gobernador de un Estado (el de Texas), mantuvieron un duelo televisivo en castellano. Por si todo esto fuera poco, hace tiempo venía observando que las jóvenes generaciones alemanas también emplean con harta frecuencia expresiones de nuestro idioma, diciendo, por ejemplo, "amigo" con la misma naturalidad con la que dicen "Lebensversicherungsgesellschaft", vocablo de 31 letras –de las que sólo nueve, ¡pobrecitas!, son vocales– y que no significa otra cosa sino "compañía de seguros de vida".
E imagino que en otros países y otros idiomas la situación debe ser muy parecida: el poder contagioso de nuestro idioma es algo de alquilar balcones. Entonces se me figura que debemos ahondar en el tema.
Como el asunto de Serbia me pareció sorprendente, y disponía de una preciosa fuente de información, le pedí a Snežana que se explayara un poco más sobre el mismo. Y tan buena periodista que ella es, me envió otro email del que lo primero que se podía deducir es que no son tanto los serbios, sino sobre todo las serbias, y de entre ellas las más jóvenes, quienes iban a la vanguardia del movimiento en pro lo que lo que empecé a llamar "el telenoveñol".
Tres amiguitas de Blancanieves, lindas enanitas que responden a los nombres de Xenia, Una y Tiyana, le facilitaron a mi corresponsal la lista de palabras que ya usan entreveradas en el idioma serbio suyo de cada día. Y que eran las siguientes: "buenos días, buenas noches, usted, basta, claro, por supuesto, amor, por favor mi amor, abrázame, diablo, pobre, pobrecita, tu casa, rico, fuerte, cómo estás, embarazada, bandido, gracias, qué haces, tiempo, malo, bueno, niña, mujer, hombre, casada, estrella, por qué, yo soy una mujer, otra vez, muchachos".
Blancanieves añadía a continuación: «Mis tres amiguitas me han prometido comunicarme otras palabras más de las que no se acordaban en el primer momento. Además, me dicen que como muchas de sus amigas de escuela siguen las telenovelas, ocurre que cuando hablan entre sí utilizan las palabras españolas. No me han dicho muchos títulos de las telenovelas, pero te paso algunos: Casandra (parece que es de producción venezolana, no sé), Llovizna (argentina), Esmeralda (quizás mexicana), Abrázame muy fuerte, La esclava Isaura (esta es en portugués brasileiro). Pero curiosamente no saben palabras en portugués, excepto las que coinciden con el español. Yo diría que es más difícil distinguir sólo por el oído las palabras en portugués y es más difícil la pronunciación. Además, me parece que el español que se habla en algunos países de América Latina como por ejemplo México, Argentina o Perú, se pronuncia con más lentitud y más vocalizado y tranquilo, de modo que se percibe mejor. No sería así la cosa con el español cubano, ya que los cubanos se han comido en una fiesta todas las consonantes».
Hasta aquí la larga cita del email de Blancanieves, al que siguió pocos días más tarde otro en el que me hablaba «del telenoveñol, idioma de pocas palabras que se habla entre los estratos jóvenes de la población de edad comprendida entre, digamos, 10 (o menos) y 25 años, aunque se extiende con éxito al parecer entre algunas madres»; un idioma, o lo que sea, que entretanto, según mi querida Snežana, incluía también todas estas palabras: "milagro, felicidad, te quiero, usurpadora, casa, hijo, hija, madre, padre, tía, tío, madrina, maldita, escúchame, por Dios".
Arriesgando repetirme, les diré que tengo grandes y creo que fundadas esperanzas en que el castellano se convierta en la segunda lingua franca del futuro. Aunque, por otra parte, la verdad es que ello me pone un poco triste. Porque si la Humanidad no remedia de una vez y para siempre sus males, pudiera ser que la última palabra que se escuchase en este planeta fuese una sonora mentada de madre, y nada menos que en nuestro idioma. Una sonora mentada de madre dirigida por millones de seres a quienes pulsen el botón que aniquilará la vida humana y harán cierta una apesadumbrada profecía: aquella según la cual, las estirpes condenadas a tantos cientos de miles de años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la Tierra.