En cualquier rincón del mundo, diciembre es un mes de festejos, luces y encuentros familiares. Es el mes en que las calles se llenan de vida, donde los sueños parecen más alcanzables y la esperanza se renueva. Pero en Cuba, diciembre no es más que otro mes en la eterna lucha por la supervivencia. No hay luces, no hay risas, solo la agonía de una nación encadenada por un régimen asesino y criminal que, en nombre de una revolución marchita, ha sumido a un pueblo entero en hambre, miseria y muerte.
Este diciembre, como cada mes, traerá más hambre, más destrucción y más represión que el anterior. Cada día que pasa, los sistemas más básicos se desmoronan, y con ellos, la vida de cada cubano se fragmenta un poco más. La decadencia es visible en las calles, en las miradas vacías, en las familias rotas. Aquí, la palabra "vida" no significa vivir, sino sobrevivir, y esa lucha desgasta tanto que muchos prefieren morir antes que seguir soportando este infierno.
El sistema ha colapsado una vez más, arrastrando consigo lo poco que quedaba de dignidad y humanidad. Pero lo que realmente debería caer, esa "revolución" que no es más que una secta satánica de poder y represión, sigue en pie. Cada día que esa maquinaria de opresión permanece activa, se roba un poco más de lo que queda de Cuba: su espíritu, su esperanza, su futuro.
Diciembre no es diferente a noviembre, y probablemente enero tampoco lo será. Mientras el mundo celebra, en Cuba se llora. Pero en ese llanto también resuena una verdad amarga: esta agonía no es eterna. Lo que el pueblo ha perdido en alimentos, en derechos y en vidas, lo ha ganado en valentía. Un día, el miedo cambiará de bando, y entonces diciembre será, por fin, un mes para recordar y no para olvidar.