Tocas las puertas,
las de La Habana,
las del Barrio de Marianao,
las de Midtown Manhattan.
Tocas a puertas desconocidas
en la búsqueda de una palabra.
La locura va contigo
de Cienfuegos a La Habana
en un ómnibus,
regalo de la institución del pueblo.
Los locos se han desnudado,
se exhiben, se ríen,
espejos burlones
delante del mundo.
Gritan: Tú también.
Entras al espectáculo de lo que no puede
ser,
se llega al límite.
Cuando te dan el pase
y por algo te dan el pase,
la lividez te agarra.
Has entrado al recinto.
Ojos perdidos te atrapan.
No hay comas ni puntos,
no hay párrafos.
Ramas partidas
del fuego que entretiene,
que nadie apaga.
Aparecen las sillas de ruedas,
camillas, muletas,
los blancos vestidos hospitalarios.
Ahí te quedas perdida.
Virus, carcajada, ganglio.
Unos brazos pegajosos te aprietan,
te cercan como hormigas.
Y eres de ese, de esos y aquellos.
Se aproximan dando golpes en el piso.
Te miran, quieren que te unas,
recuestan la cabeza entre tus hombros,
uno te planta un beso.
Quieren que bailes, que tires la pelota.