En tan solo un mes dos huracanes, Oscar y Rafael, han azotado a Cuba poniendo de manifiesto la creciente intensidad de estos fenómenos y la vulnerabilidad del país ante el cambio climático, pues la ciencia ha demostrado que el calentamiento global incrementa la fuerza y la velocidad de los ciclones debido al aumento de las temperaturas del océano.
De acuerdo con diversos estudios, esta situación provoca que los huracanes tengan lluvias más intensas y vientos más fuertes que causan estragos principalmente en países caribeños como Cuba, donde los efectos de estos fenómenos son cada vez más devastadores.
La condición de Cuba como isla del Caribe la convierte en uno de los territorios más expuestos a estas tormentas que no solo golpean a la infraestructura y a la población directamente, sino que también afectan gravemente a su economía, que por más infortunios depende en gran medida del turismo y exportaciones como el tabaco y el ron.
Además de las pérdidas económicas, la infraestructura del país, en gran parte envejecida y con un mantenimiento limitado, contribuye a aumentar la devastación de los huracanes, pues las redes eléctricas y de agua potable, carreteras, viviendas y hospitales suelen quedar en condiciones precarias después de cada tormenta.
Debido a la escasez de recursos para las reparaciones y la ineficiencia del Gobierno, la restauración de servicios básicos puede tardar días o incluso semanas, generando una situación asfixiante para los cubanos, quienes deben enfrentar cortes prolongados de electricidad, falta de agua potable y limitaciones en el acceso a servicios esenciales.
El impacto de estos fenómenos meteorológicos en las comunidades es amplio y duradero, pues exacerba la pobreza y la desigualdad debido a que muchas personas pierden sus hogares y sus medios de vida, los cuales no son repuestos por el Estado.
Las áreas rurales, que suelen recibir ayuda con menor rapidez y cuentan con menos recursos, se ven gravemente afectadas, lo que amplía aún más la brecha entre el campo y las zonas urbanas.
Además, la falta de servicios básicos afecta la salud física y mental de los habitantes, generando condiciones propicias para brotes de enfermedades y aumentando el estrés y la ansiedad.