Yo tenía miedo pero me mentía a mí misma diciéndome “no, no tienes”. Como tantos habitantes del Oriente cubano, recuerdo bien los efectos del huracán Ike que azotó con gran fuerza en septiembre de 2008 y saber que Irma venía aun con más poder era algo realmente perturbador.
Cuando el huracán se anuncia todos los planes se detienen, y te pones a la espera. Hay que cargar todo lo que se pueda. Pero el verbo cargar es tan amplio. Cargar todas las baterías y cargar con alimentos que sean duraderos. Tengo la suerte de encontrar carne enlatada en el mercado negro, compro pan en una panadería privada y guayaba en conserva (de Ceballos) en una placita estatal. Pero, si ahora me acuerdo: ¡estoy a dieta! Una dieta personal y espontánea, pero dieta al fin y al cabo. No importa, hay que vivir. En las noticias veo cómo los puertorriqueños van a los supermercados y se apertrechan con lo necesario para pasar el temporal. Yo compro un litro de aceite en un punto de venta de TRD. Mientras estoy en la cola la dependienta atiende el teléfono: “ya sabes, aquí, loca con esto del ciclón… ¿de cárnicos? no, no tengo nada…sí, la cola no se termina…no, no hay nada pero la gente compra lo que sea”. Ella cuelga y cobra, entrega un refresco en una jabita y un hombre que viste short y chancletas le dice “no te preocupes, mami, que cuando pase el ciclón vas a estar tranquila porque se va llevar esto con kiosco y to'...”
En exteriores tengo muchos maceteros de barro, selecciono los de mayor valor para guardarlos dentro. Los que me regaló M. antes de irse a Estados Unidos, esos tienen el valor doble de que fueron diseñados y hechos por E. antes de irse a Canadá. Ahora los tengo en mi ventana y no voy a dejar que un ciclón los destruya. También guardo la postura de pomarrosa, la orquídea y el proyecto de bonsái de uva caleta. Y espero.
A las 11:15 de la noche empieza a llover, escampa, parece estar lejos, al otro día las imágenes en la TV mostrando la destrucción en Baracoa, son impactantes. El huracán avanza y en Holguín rompe a llover. Esta vez en serio. Se corta la electricidad, llega la hora de ahorrar el agua y la energía almacenadas. A escuchar radio, ¿cómo están los demás?, ¿qué será de la gente de Gibara y Banes? Los periodistas de la radio hacen un gran trabajo, permanentemente informan y atienden los mensajes que les son enviados, la gente acude a ellos para transmitir señales a sus familiares de otros municipios, y no sé cómo, los locutores y reporteros mantienen el buen ánimo y la disposición para responder hasta las preguntas más disparatadas.
Quiero escuchar música pero tengo que ahorrar baterías. Leo. He escogido Memorias de una madame americana. Voy por la parte en que su autora, NeillKimball, ya no es una niña campesina sino una joven prostituta que se hace llamar Goldie en un burdel de alta categoría en el Saint Louis de finales del siglo xix. Todo un bombón para estos días de agobio, un tiempo de ciclón no es para leer a Proust.
Afuera los vientos arrancan ramas, juegan con el tendido eléctrico… sube el nivel del agua en el patio, tengo ganas de sol. La poca luz de un día nublado y lluvioso se desvanece. Es hora de encender la primera vela, una de las que le tenía a la Virgen de la Caridad. La vela para los trajines de la cocina; la linterna para leer. Goldie ya no es Goldie, ahora tiene su propia casa de citas en New Orleans y todo marcha bien, tiene clientes fijos de la clase alta que pagan las más caras tarifas. El agua de los tanques comienza a escasear: ¿habrá platos limpios y baño caliente? Irma se aleja de nosotros mientras se acerca al centro del país, gracias a la lluvia la noche es fresca pero aun así densa e insufriblemente larga, ya lo decía Frank Delgado: “mi mente maleducada está muy electrificada”.
Al día siguiente lo mismo: soportar el tedio. Pero, luego del mediodía D. me hace llegar un mensaje para avisar que Eduard murió. Eduard Encina. Mi amigo, el de todos. El hombre capaz de dialogar y reunir a su lado a tirios y troyanos. El amigo que leía un poema de esos que te hacen pensar “he vivido en tus palabras” para luego hacer un chiste en su faceta de hombrón oriental. El hombre lúcido, luchador, y tierno hasta lo último con su esposa y sus hijos. Ya esperaba esa noticia amarga, Eduard estaba enfermo de cáncer. Me quedo con todas las veces que nos encontramos desde que nos conocimos en el año 2004. Me quedo con sus libros y nuestras fotos juntos, con nuestras conversaciones sobre “el amperaje de la poesía”. Quiero recordar su energía, su alegría y su fuerza. Quiero recordar la solidaridad de los amigos que pudieron estar a su lado en los momentos más difíciles... D. me envía un mensaje y algo real concluye abruptamente: ya no importa que el café se me derrame sobre la blusa, ni comer la misma carne enlatada tres días, ni el dolor de la tendinitis de tanto mouse, ni el apagón ni las baterías que se agotan… Importa algo más trascendental, indefinible pero cierto, casi tangible como el agua que moja los techos buenos y malos de esta ciudad.
El huracán azota mi país, daña y causa muertes que luego serán fríamente notificadas, provoca derrumbes, hace que el mar se enfurezca, rompe diques y destruye carreteras. Más adentro, en el ser, el huracán genera incertidumbre, tristeza y sentimiento de desamparo.
Se verá al cubano solidario que ofrece lo que tiene: desde su casa hasta su fuerza para levantar objetos pesados. Se verá al revendedor aprovechando las circunstancias para hacer dinero gracias a la desesperación del otro. Las horas seguirán avanzando, la naturaleza se recuperará si se lo permitimos; las casas, no lo sé. Nuestro país está herido, nos queda intentar sanarlo mientras nos cantamos a nosotros mismos, tratemos de no perder la carga, somos una raza solar que sabe sobrevivir sin atarse a un cable, somos wireless.
En su poema “Zonas de fe”, Eduard Encina nos revela: “Es real lo que se pierde, pero ese gesto no cura la belleza”. No comemos belleza, ni yacemos sobre la belleza, si estamos vivos nosotros somos la belleza y por lo tanto nada puede “curarnos” las ganas.