Lógico. Un autor como Gombrowicz, rebelde de las letras y las estructuras literarias, enemigo de las instituciones, de la inmadurez, la estulticia y la falsedad artística, no daría su brazo a torcer firmando la autoría de Los Hechizados, obra de fácil acceso incluso para “taxistas y verduleras”; novela cómoda por su manejo de tópicos aceptados por el vulgo: la chica rebelde, el joven arribista, el villano codicioso, el castillo embrujado, el tesoro oculto, los fantasmas, la niebla, el crimen...
El autor de Ferdydurke, obra capital de la literatura del siglo XX, esa “temeridad literaria”, como la llamaron algunos, jamás reconocería públicamente su atracción por lo ordinario, por lo dócil, por lo comprensible a golpe de vista. Según Jerzy Jastfzębski, el editor de sus obras completas:
"Gombrowicz observó, no sin cierta admiración y envidia, cuan fácilmente los asiduos a los salones de Mostowicz conquistaban a los lectores fabricando decocciones literarias que se subían a la cabeza de casi todo el mundo: desde las cocineras hasta las señoras de la casa y desde la portera hasta los industriales. Era todo un reto para un autor que en tan alta estima se tenía. “¿Cómo es esto? ¿Acaso yo -se supone que alguien “mejor”- soy incapaz de escribir algo así?”.
No quedaba otro remedio: había que "medirse con el pueblo", poner a prueba la pluma en un combate con ese lector “común y corriente” que se le resistía. El factor económico también desempeñó su papel: tras la muerte de su padre, a Gombrowicz no le sobraba liquidez y los honorarios por escribir el folletín no eran nada despreciables.
Iban a convertirse en campo de batalla el popular periódico vespertino Buenas noches y, paralelamente, el Expres Matutino, de Kielce-Radom.
¿Qué recepción tuvo Los Hechizados?
Gombrowicz llevó a escondidas su “aventura literaria con la cocinera”, ocultándose tras el seudónimo de Zdzistaw Niewieski.
Los Hechizados fue leída con arrebato por taxistas, verduleras y por damas que presidían encumbrados círculos literarios. Algunas se atrevieron a decir que leyendo Los Hechizados, de Niewieski, personaje al que no habían visto nunca, se notaba la estupidez de Ferdydurke, de Gombrowicz.
Un breve fragmento de Ferdydurke nos corrobora la estrechez de aquellos comentarios:
¡Tía, tía, tía! ¡Ah, quien no se vio llevado nunca al taller de la tía cultural y no fue operado por las mentalidades trivializantes y que privan de vida a la vida! ¡Cómo envidiaba a aquellos literatos sublimados ya desde la cuna y evidentemente predestinados a la Superioridad, cuya alma ascendía sin cesar, como si alguien con una aguja les pinchase las asentaderas, escritores serios que se tomaban sus almas en serio y quienes con facilidad innata, con grandes sufrimientos creadores, operaban dentro de un mundo de conceptos tan elevados y para siempre consagrados que casi el mismo Dios les resultaba vulgar e innoble!”.
Durante la guerra, el manuscrito de Los Hechizados cayó en el olvido, y solo en el año 1973 fue incluido como una obra incompleta en el volumen Varia, editado por el Instituto Literario de Paris.
En 1986 se encontraron los tres últimos capítulos de la novela en una colección particular. Habían sido publicados en las primeras semanas de la guerra.
"Negamos la belleza clásica, la belleza perfecta, y buscamos la belleza inferior, la belleza imperfecta".
Gombrowicz pescó en el pantano de la tradición fantasmagórica. En la organización de la información, en la ubicación de los sucesos dentro de la trama, en el encadenado de las acciones y en el tratamiento de los personajes, regidos por la irracionalidad y la autodestrucción, es donde el libro gana la batalla a la medianía matizando una vieja historia con dos nuevos condimentos que hasta el momento nadie había aportado a la denominada “narrativa gótica”: el frenesí y lo grotesco.
Los Hechizados es también un ejercicio autobiográfico pues absorbe tradiciones históricas y culturales de Polonia así como paisajes y personajes que marcaron la infancia de Gombrowicz: la casa solariega de su abuela materna, el tío demente, los buceos del escritor en los documentos familiares amontonados por su abuelo que dieron origen a su primer ensayo literario…
“El problema principal es: cuanto más inteligente se es, más estúpido”.
Muchos taxistas, cocineras, vendedores de periódicos, empresarios esnobistas y señoritas de su casa amantes del misterio y la inseguridad romántica fueron exterminados salvajemente por el nazismo y partieron sin que les fuera desvelado el misterio del castillo de Mystlocz, con su príncipe loco y su servilleta temblorosa, o sin conocer el destino de la pareja principal, Maja y Leszcuck, enredados en una relación malvada y violenta.
Gracias a una visita a la Argentina, país al que Gombrowicz había viajado por una breve temporada, y en el que se quedó veintitrés años, nuestro autor pudo salvarse del exterminio.
(...) irrumpían fuerzas desmedidas... y yo -¡ay!-. De pronto me encontraba en la Argentina, completamente solo, incomunicado, perdido, extraviado anónimo. Estaba un poco excitado y algo asustado. Pero al mismo tiempo celebraba con pasión entusiasta aquel golpe que me había despedazado y expulsado de Io que hasta ahora había sido mi camino ¿la guerra? ¿el exterminio de Polonia? ¿el destino de los míos, de la familia?¿mi propio destino? Todo eso, cómo decirlo, era posible que no me importara, era posible vivirlo con normalidad, precisamente yo, que había podido augurar el desastre, que lo había intuido -sí, no miento cuando digo que en lo más profundo de mí había vaticinado la catástrofe hacía años-. Cuando ocurrió pensé algo así como “¡finalmente!”.
Exilio en Argentina
El escritor polaco nació en una familia católica el 4 de agosto de 1904, a 200 kilómetros al sur de Varsovia. Vivió, sufrió, tuvo aventuras, fue pobre, bohemio y enfermo. En Argentina, adonde llegó en 1939 a bordo de un trasatlántico polaco invitado como periodista para cubrir el viaje inaugural hasta Buenos Aires, trabajó, vagabundeó, escribió y tuvo agotadoras temporadas de sequía creativa.
El barco volvió a Europa pero él decidió quedarse un tiempo más. El primero de septiembre, Polonia fue invadida por el ejército alemán. El 17 de ese mismo mes, cuando Gombrowicz planeaba regresar, su país fue invadido por Rusia.
Como a tantos otros polacos, la guerra lo exilió para siempre.
A Buenos Aires llegó con lo puesto, sin un peso en el bolsillo, sin amigos, sin conocimiento del léxico. Sobrevivió como pudo escribiendo reportes y trabajando en lo de un usurero. Tradujo, creó y publicó allí gran parte de su obra. Es el juego con las palabras lo que quizás determinó en Argentina el éxito de su primera novela, Ferdydurke. La obra fue traducida por él, que sabía muy poco español, y por un grupo de jóvenes escritores latinoamericanos que solían reunirse en la confitería Rex, de Avenida Corrientes, liderados por el cubano Virgilio Piñera.
Ferdydurke se publicó por primera vez en Lationamérica, en 1947 y, si bien no catapultó a su autor a la fama, como era su deseo, allí también lo convirtió en un escritor de culto.
"(...) el que escribe quiere tener su monumento. Quiere que los siglos lo recuerden”.
En Buenos Aires, Gombrowicz se relacionó bien con algunos poetas y escritores y pésimamente con otros. Sobre sus diferencias con las hermanas Victoria y Silvina Ocampo, con Adolfo Bioy Casares y con Jorge Luis Borges, que dijo que “nunca lo había leído”, se ha escrito bastante. A propósito de esto, escribió algunos de los párrafos más jugosos de su libro póstumo.
El hombre de origen "alto", caído en desgracia por culpa de la guerra, buscaba en la oscuridad de Retiro experiencias con las zonas bajas del cuerpo, mientras criticaba que los "altos" escritores argentinos no quitaran la vista de las alturas de París.
Alto y bajo, juventud y vejez, inmadurez y madurez. La obra y el pensamiento de Gombrowicz se mueven entre estos opuestos. En Retiro, busca ávidamente el encuentro con jóvenes marineros que le devuelvan la juventud extraviada.
"A mí me encantaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París”.
Mientras la practica, Gombrowicz niega su homosexualidad. La época y las circunstancias mandan. La niega en el cotidiano pero se la permite en la ficción. De esa experiencia nace su novela Trans-Atlántico. Aquel polaco en Buenos Aires, que nunca aprendió bien el español, siempre se sintió extraviado.
En los mentideros de los cafés literarios se dice que el último grito lanzado por Gombrowicz antes de abandonar Argentina fue "¡Maten a Borges!". Este alarido, nunca registrado por el autor en sus diarios, de seguro un rumor que se esparció en el tiempo como una leyenda urbana más de la infinita ciudad porteña, nos desvela algo de su carácter rebelde e intransigente.
La vuelta a Europa
No quiso reconocer a ninguno de los escritores polacos que el comunismo encumbró. Los tildó de serviles y los acusó de impedir la divulgación de sus libros, censurados en los territorios controlados por la Unión soviética.
“Cuando estuve en Berlín hace cuatro años, me invitaron a una escuela de escritores y me pidieron que pronunciase un discurso. (...) El escritor no existe, todo el mundo es escritor, todo el mundo sabe escribir. Si se escribe una carta a la novia, se hace literatura, siempre es lo mismo. Por lo tanto, pensar que la literatura es una especialidad, una profesión, es una inexactitud. Todos somos escritores. Hay personas que no han escrito en su vida y, de golpe, hacen una obra maestra. Los otros son profesionales, que escriben cuatro libros al año y publican cosas horribles”.
En 1963, Gombrowicz regresa al viejo mundo, pero no a su querida Polonia sino a Francia, en donde se casa en 1966 con su secretaria canadiense Rita Labrosse, treinta años más joven que él.
A él no le alcanza el tiempo; escribe más, publica mucho. En Europa recibirá los mimos correspondientes: el premio Formentor, la candidatura al Nobel,
Witold Gombrowicz murió el 24 de julio de 1969 a causa de una insuficiencia respiratoria. Partió de este mundo obcecado por la juventud perdida, el reconocimiento y la fama.
"No he perdonado, pero me ha pasado algo peor. Yo, polaco …tuve que convertirme en Hitler. Tuve que asumir como propios todos aquellos crímenes, justo como si los hubiese cometido yo mismo. Me convertí en Hitler y tuve que asumir que Hitler estaba presente en cada uno de los polacos asesinados y que sigue presente en cada uno de los polacos supervivientes. La condena, el desprecio: este no es el método, esto no es nada… Despotricar continuamente contra el crimen solo contribuye a perpetuarlo… Hay que tragarlo. Comerlo. El mal únicamente se puede vencer en uno mismo”.
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