El Index librorum prohibitorum et expurgatorum o Índice de Libros Prohibidos fue una lista de libros que la Iglesia Católica consideró dañinos para la fe y el alma del rebaño de creyentes.
Durante siglos la Iglesia persiguió, secuestró y quemó obras literarias, científicas, filosóficas y religiosas en un arrebato esquizofrénico que parecía no tener fin.
No solo los autores sufrieron la mordaza inquisitorial, como es de imaginarse; también los lectores, si eran sorprendidos in fraganti, caían en las muelas del juicio y el castigo.
Humillados ante embrutecidas muchedumbres que los escupían y apedreaban, decenas de escritores fueron quemados en las plazas de pueblos y ciudades como parte de aquella terapia de terror y fe.
El teólogo, astrónomo, mago y poeta italiano Giordano Bruno fue carbonizado en Florencia, en la Piazza della Signoria. En 1511 el científico español Miguel Servet resultó asesinado del mismo modo. Giulio Cesare Vanini, un intelectual y libre pensador al que se le ocurrió cuestionar la inmortalidad del alma afirmando de paso que los hombres descendían de los monos ascendió también a la pira… Y otras. Y otros.
Existe una larga lista de crímenes en nombre de la fe y la paz del espíritu.
La censura literaria
"Las censuras debilitan, las prohibiciones hacen enloquecer. Ya no sabemos a qué represión dedicarnos para ser felices”
Tony Duvert (autor y filósofo francés)
La censura literaria no solo es patrimonio de la Iglesia Católica. Esta se limitó a seguir y reforzar una tradición humana instaurada en épocas pasadas.
Según el historiador romano Tito Livio, desde finales del siglo III a. C. se quemaron en Roma libros, oráculos y escritos infamantes o antirreligiosos. El mismo emperador Octavio Augusto mantuvo esta costumbre, basada en el fundamento jurídico de la traición a Roma. Más tarde, bajo el gobierno del emperador Tiberio se llegó a castigar el delito con la pena de muerte.
Con la adopción del cristianismo como religión oficial de Roma, el mundo antiguo, ese mundo pagano de desenfreno y multitud de dioses, asistió impotente a la destrucción de sus templos a manos de furibundas turbas cristianas, que, no conforme con esto, y ya esto era demasiado, arrasaron también con esculturas, mosaicos, frescos y todo el saber humanista acumulado durante milenios en papiros, tablillas y pieles curtidas.
El Índice de los libros prohibidos
“La censura perdona a los cuervos y se ensaña con las palomas”
Juvenal (poeta romano)
El Índice de los libros prohibidos, aquel que abarcaba todo el ámbito de la fe católica, fue promulgado oficialmente en 1564. Pero este índice no fue el primero, nada de eso.
Pensándolo bien, antes del número 1, existe el cero, por lo que antes de la primera obra censurada siempre hay otra, y otra, y otra, así hasta el origen de la escritura… por ende, antes del primer índice “total” hubo una miríada de pequeños índices de censura que, poco a poco, y durante años, fueron armando el libro supremo de la castración.
Repetimos: El Índex no nació de la noche a la mañana por el capricho de un puñado de prelados obcecados por la “salud del alma de sus fieles”.
Aquí un breve sumario de su largo recorrido:
Resumen del Índex
En 1515 el papa León X estableció la censura previa para toda la Cristiandad latina siguiendo lo acordado en el V Concilio de Letrán, una reunión de sacerdotes y príncipes de la Iglesia celebrada por primera vez en 1215 en la que se trataron cuestiones relativas a la moral y la fe.
En este V Concilio se dictó la prohibición de imprimir libros sin la autorización del obispo. Esta orden fue aplicada especialmente al producirse la fractura de la Cristiandad occidental con motivo de la difusión de la Reforma protestante, impulsada por el fraile alemán Martín Lutero, en 1517.
El protestantismo halló en la imprenta un formidable aliado y un gran cómplice.
En 1523, el Emperador Carlos V prohibió la difusión de las obras de Martin Lutero en sus dominios, lo que sería ratificado al año siguiente para todo el orbe católico por el papa Clemente VII.
En este contexto de crisis religiosa y política algunas autoridades e instituciones católicas , fieles a la severidad papal frente a los protestantes partidarios de las ideas de Lutero y otros reformadores, confeccionaron listas, o “índices”, de libros considerados heréticos.
El primer “índice” fue ordenado por el contradictorio rey de Inglaterra Enrique VIII y publicado en 1529 antes de su ruptura con Roma por un asunto de faldas.
La Sorbona de Paris también publicó su índice particular en 1542.
Por su parte, el emperador Carlos V encargó a la Universidad de Lovaina, en Bélgica, la tarea de listar los libros censurados.
En 1551 la Inquisición española adoptó como propio el índice de Lovaina y lo editó con un apéndice dedicado a los libros escritos en castellano, naciendo así el primer Índice de libros prohibidos de la Inquisición española.
¡Visto hoy resulta tremendamente agotador!
La inquisición romana
“La Censura es la menor de dos hermanas despreciables: la otra se llama Inquisición”
Johan Nestroy (dramaturgo y cantante de ópera austriaco)
El l Index librorum prohibitorum de la Inquisición romana, que abarcaba todo el ámbito de la Cristiandad católica, fue promulgado por el papa Pío IV el 24 de marzo de 1564.
Este Índice, considerado el libro de libros de la censura, el inventario condenatorio por antonomasia, contenía la lista más temida; un catálogo infinito que iba sumando, gota a gota, nuevas obras con sus respectivos autores, y más adelante sus editores, y los libreros, y también los lectores, y sus parientes, y los amigos de estos, y los amigos de los amigos de los amigos, y hasta aquellos que se encontraban en los lugares en el momento de la requisa…
Según las notas de los censores, muchas de las obras reprobadas desbordaban un “erotismo despiadado”. Apuntaban los guardianes de la fe que, además de carecer de virtudes capitales, estas obras exhortaban al pecado, siendo el carnal uno de los más perseguidos. También perseguían las blasfemias, las burlas impías hacia la Iglesia y sus santos príncipes, el nihilismo, la ausencia de una fe verdadera en el misterio de la resurrección de la carne, o el de María sin pecado concebida…
En sus apuntes, los censores registraban que muchos de los libros contenían desesperanza a granel, herejía simple o compleja, deficiencias morales, descripción de aquelarres de brujería y satanismo, remedios de dudosa procedencia, conjuros entreverados en las palabras para atraer no solo al Innombrable sino también, ¡oh, espanto!, a los viejos espíritus paganos.
El índice condena frases, imágenes, títulos y autores. Me atrevería a decir que condena hasta puntos y comas. Se llegó al extremo de sancionar una obra, o un pasaje de la misma, por aquello que el censor imaginaba que decía, o sugería, pero que no podía leerse pues no estaba escrito en ninguna parte.
Cervantes, por ejemplo, fue amablemente invitado por la Santa Sede a suprimir cierta frase de la segunda parte del Quijote, cosa que hizo sin dudarlo ni un instante pues el ilustre autor amaba su vida por encima de la fe y no tenía vocación de mártir.
La magna obra del científico polaco Nicolás Copernico, De revolutionibus orbis coelestium, se mantuvo condenada por el Index hasta 1758, cuando el papado, por fin, admitió que su área de especialidad no era la Física.
Los Miserables de Víctor Hugo fue prohibida desde su publicación en 1862, ¡hasta 1959…
Grandes autores contemporáneos como Jean Paul Sartre, Jean Genet y Emil Cioran tuvieron “el honor”, según sus propias palabras, de ser algunos de los últimos escritores cuya obra literaria fue vetada en su totalidad y grabada el Index a hierro y fuego.
La última edición oficial del Índex se imprimió en 1948 y fue utilizada por la Iglesia hasta 1966, eso sí, ya se habían apagado las hogueras.
¡Cuatro siglos de existencia! ¡Cuánto esfuerzo censor! ¡Cuánta bilis! ¡Cuánto talento asesinado! ¡Cuánta obra perdida!
Los "Índices rojos" de los países del experimento comunista
“La censura es el impuesto que paga el hombre a la sociedad por ser eminente”.
Jonathan Swift (escritor satírico irlandés)
En los años sesenta del pasado siglo XX, el papa Paulo VI reorganizó el Santo Oficio, es decir, la Inquisición, conocida también como la Suprema, y dejó al Índice sin competencias. Siguió siendo una brújula moral, pero ya no tenía un valor penal, aunque en países como España, por ejemplo, en donde se aplicó desde su origen con particular rigor, la Iglesia, en contubernio con el general gobernante Francisco Franco, continuó censurando libros y obras de arte hasta mediados de los años setenta.
“Tener un gran escritor es como tener un segundo gobierno. Es por eso que ningún régimen ha querido nunca a los grandes escritores, solo a los de menor importancia”.
Alexander Solzhenitsyn (escritor ruso)
Los países del experimento comunista tuvieron su particular catálogo de autores y obras a fustigar en nombre del bienestar y la tranquilidad de las clases trabajadoras
La historia de la censura en estos países bien merece un texto aparte, o dos, o tres.
A esta historia, rica en anécdotas y horrores, intentaremos acercarnos en otro momento.
Unos breves apuntes:
En Rusia, escritores como Mijaíl Bulgakov, Alexander Solzhenitsyn o Anna Ajmatova, padecieron en sus carnes y almas los efectos devastadores de la censura estalinista. En Albania, el gran novelista Ismaíl Kadaré hubo de sortear el lápiz censor del régimen a golpe de alegorías y símbolos y ni aún así consiguió salvarse del todo; los escritores rumanos fueron acosados por el tirano Ceaucescu con particular vileza, también los checos, siendo el novelista Milán Kundera y el dramaturgo Vaslav Hável los rostros más visibles… En China, el delirio censor alcanzó un nivel paroxístico durante la triste Revolución Cultural…. Muy lejos de allí, en Cuba, intelectuales como Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, y otros, fueron censurados hasta la extenuación.
Estos Índices Rojos, nada tienen que envidiar al Índex católico.
La "iluminación" de los libros condenados
“Todo libro que ha sido echado a la hoguera ilumina al mundo.”
Ralph Waldo Emerson (escritor y filósofo estadounidense)
Autores como Rousseau, Diderot, Voltaire, Sade, Descartes, Hume, Balzac, Hobbes, Bergson, Freud, Kant y Simone de Beauvoir fueron censurados por la Iglesia Católica o, para ser más políticamente correctos, incorporados al Índice.
Otros intelectuales como Nietzsche, Schopenhauer, Jung o Marx estuvieron condenados desde siempre.
Entre los siglos XVI y XIX los inquisidores visitaban solapadamente las librerías y las bibliotecas a la caza de “libros conflictivos”. Los censores pedían la colaboración de los obispos y de las universidades, pero estos apoyos fueron siendo cada vez más escasos ya que, ni había tantos obispos disponibles, ni los estudiantes, habituales consumidores de literatura prohibida, estaban dispuestos a sumarse a la cruzada.
Los libreros, por ejemplo, alegaban ignorancia cuando los sabuesos inquisitoriales encontraban algún texto dudoso en sus locales, argumentando que no sabían de qué manera el libro había llegado a su estantería; ¿envidia de otro librero, tal vez, venganza, ajuste de cuentas? Esta ingenua e increíble justificación fue siendo aceptada poco a poco.
La tarea persecutoria de los censores era ardua y agotadora y los “rebeldes” se multiplicaban como la hierba mala. Por otro lado, expurgar los libros página a página, párrafo a párrafo, línea a línea, letra a letra, signo a signo, resultaba muy costoso. Un censor notificó a la Inquisición que rectificar una biblioteca le había costado cuatro meses con jornadas de ocho horas diarias. Frecuentemente se ocasionaban daños irreparables a los libros… Abundaban las páginas desgarradas, cortadas, o deformadas al tachar con tinta pasajes y grabados.
A mediados del siglo XVII los intelectuales españoles comenzaron a ver en el Santo Oficio un gran obstáculo para el saber. Las quejas del joven médico de Soria, Juan de Cabriada, en 1687 se hacen eco de esto.
Juan de Cabriada escribió bastante harto:
"Que es lastimosa y aún vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios, hayamos de ser los últimos en recibir las noticias y luces públicas que ya están esparcidas por Europa".»
“Trata de no censurar, porque todos somos pecadores”.
William Shakespeare (poeta y dramaturgo inglés)
A día de hoy, el Index contiene más de 60 mil títulos. Todos ellos están evaluados del 1 al 6, donde el 1 califica aquellos textos que “incluso los niños pueden leer sin supervisión”, algo totalmente falso pues encontramos en esa catalogación un mamotreto soporífero e intragable llamado Curso de teología dogmática.
Mientras la numeración aumenta, el criterio se endurece y exige que, para acceder al texto, los lectores posean más formación y licencia de su director espiritual o confesor.
La clasificación 6 se da a los libros estrictamente prohibidos, permisibles solo si el prelado otorga un permiso especial y controla que el acceso a la obra se realice siempre bajo su supervisión.
Algunos de los títulos vetados y sin posibilidad de salida son El extranjero, de Albert Camus; El tratado del hombre, de Descartes; todo Marx, por supuesto; Terra nostra, Las buenas conciencias y Chac mool y otros cuentos, de Carlos Fuentes.
El llano en llamas y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, aparecen con clasificación 4, así que deben leerse con permiso del confesor.
De El laberinto de la soledad, escrito por Octavio Paz, se dice que “expone ideas erróneas sobre el matrimonio, la mujer, etc.”.
Ética para Amador, manual firmado por el filósofo contemporáneo español Fernando Savater, un libro utilizado en Europa para enseñar ética incipiente a estudiantes de bachillerato, se cuenta entre los libros clasificados con el número 6.
Las más inocentes novelas decimonónicas aparecen en el índice. Alejandro Dumas, por ejemplo, tiene varios libros catalogados como ilegibles, entre ellos El Conde de Montecristo.
Pero más sorprendente aún resulta que la autobiografía de Teresa de Cepeda y Ahumada, también conocida como Santa Teresa de Jesús, u obras como Escatologías o María, escritas por el teólogo Joseph Ratzinger antes de convertirse en el papa Benedicto XVI, integran el Index con calificaciones lamentables.
Aun cuando su última edición oficial se imprimió en 1948 y se usó hasta 1966, el Index sobrevive en la más asombrosa invisibilidad cobijado por un ultraconservador y elitista grupo católico llamada Opus Dei, Obra de Dios, o, sencillamente, La Obra.
Que un texto prohibitivo como el Índice permanezca vigente, así sea en un grupo reducido como La Obra, contrasta con estos tiempos de aparente libertad de acción y expresión.
Este anacronismo solo puede explicarse de una manera: si el Opus Dei mantiene tal poder de sujeción sobre sus miembros, aún sin la Inquisición, sin el escarnio, sin la hoguera o el garrote vil, solo puede deberse a una cuestión: hay humanos que felizmente donan su conciencia a otros para que estos la manejen a su antojo.
Desde que la Santa Sede abandonó el índice censor, el Opus Dei se encarga de la preparación y actualización de las nuevas ediciones, que son innumerables.
Ahora, el Index es un texto tan escondido como antaño fueron ocultos, y de muy difícil adquisición, los libros que aparecían reseñados en sus páginas.
Algunos exmiembros del Opus Dei ofrecieron con total discreción testimonios acerca del Índice y su situación actual, comentando que el contacto que tuvieron con el documento fue casi siempre limitado.
En internet encontramos esta nota:
“Para evitar que este material se pierda y no puedan usarlo otros, no se saca de los Centros del Opus Dei”.
En esta misma fuente también se afirma que hay que darse de alta en cierto sitio y requerir las claves para acceder o descargarse el libro.
Termino este texto sumario con una frase de la famosa actriz estadounidense Mae West. Mujer célebre por su temperamento rebelde, su ingenio, su intimidad escandalosa y su afiladísima lengua, a Mae le tocó enfrentar muchas veces la censura de los puritanos. Ante esto, utilizó siempre un arma que destroza cualquier ideología radical: el humor.
La frase es esta:
“Creo en la censura, después de todo, he hecho una fortuna a su cuenta”.
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