El cronista de las indias Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés dedica el capítulo XIII del libro VII de su Historia general y natural de las indias, islas y tierrafirme del mar océano (1535) a la piña.
El autor ibérico reconoce, al describir la fruta e introducir sus características al lector europeo, que “[e]sta es una de las mas hermosas fructas que yo he visto en todo lo que del mundo he andado” y agrega más adelante que “no hay tan linda fructa, aunque entren los milleruelos de Seçilia, ni peras moscaretas, ni todas aquellas fructas exçelentes que el rey Fernando, primero de tal nombre en Nápoles, acomuló en sus jardines del Parque y el Parayso y Pujo Real” (Oviedo LXXVII).
Oviedo continúa explicando la singularidad de la fruta diciendo que “[n]inguna destas, ni otras muchas qué yo he visto, no tuvieron tal fructa como estas piñas ó alcarchophas, ni piensso que en el mundo la hay que se le iguale en estas cosas juntas que agora diré. Las quales son: hermosura de vista, suavidad de olor, gusto de exçelente sabor” (LXXVII), y de ese modo, siguiendo la misma lógica de los sentidos humanos, el autor detalla la trascendencia de la piña hasta llegar a reconocerla como la mejor de las conocidas y otorgarle “el prinçipado de todas las fructas”, pues “á mis ojos es la mas hermosa fructa de todas las fructas que he visto y la que mejor huele y mejor sabor tiene; y en su grandeça y color, que es verde, alumbrado ó matiçado de un color amarillo muy subido” (Oviedo LXXVII).
Anteriormente, Oviedo ha hecho comparaciones y asociaciones múltiples entre la piña y las frutas europeas conocidas por él. En el inicio del encuentro entre Europa y América está, por tanto, el tópico de la oposición entre las frutas del viejo mundo y las del nuevo. Ese contrapunteo entre frutas de un lado y de otro y la tendencia de los cronistas de presentar las frutas tropicales como superiores, tributa en los libros de crónicas a presentar el “nuevo mundo” como una empresa única y nunca llevada a cabo. Esta nueva geografía desconocida hasta entonces para Europa, el haber ido más allá de las columnas de Hércules, del Estrecho de Gibraltar les da derecho a los cronistas para comparar a Hernán Cortes como superior a los grandes conquistadores y guerreros míticos de la antigüedad: ya sea Aquiles, Alejandro Magno o Julio César.
La piña forma parte de lo que Oviedo señala como fundamental para entender la superioridad de Cortés frente a las empresas imperiales que lo preceden, es decir: la distancia.
Semejantes paralelos son los que trabaja el estudioso de formación clásica David A. Lupher en su libro Romans in a New World. Classical Models in Sixteenth-Century Spanish America (2003). En el capítulo uno, titulado “Conquistadors and Romans”, Lupher hace cuatro divisiones principales: una pequeña introducción que ocupa la primera página, la segunda dedicada a los “Conquistadors and their Publicists Challenge the Prestige of the Romans”, la tercera centrada en “Gonzalo Fernández de Oviedo: Outdistancing the Ancients”, y la cuarta donde habla de “The Romans at the Fall of Tenochtitlan: Models from the Jugurthine War and the Jewish Revolt”.
Lupher analiza principalmente en su primer capítulo los escritos del propio Hernán Cortés, de Bernal Díaz del Castillo y del ya mencionado Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés. Las conclusiones a las que llega Lupher al analizar la tendencia megalómana y de superioridad de los autores con respecto a toda la tradición europea es que los principales objetivos de los cronistas son (1) “making classical models obsolete” (Lupher 11) frente a la superioridad de Cortés que con pocos hombres y en territorio totalmente desconocido es capaz de abrirse paso, de modo que (2) con ellos nace una “anticlassical tradition” hispana en las Américas (Lupher 31).
La distancia, oposición y desafío que representa la piña por su superioridad frente a las frutas europeas, según Oviedo, es la misma que estos cronistas establecen con respecto a Cortés ante el legado heroico clásico. Cortés (como la piña) es más grande que todos los referentes grecolatinos que se puedan mencionar. La piña, por tanto, y su tratamientodesde las primeras descripciones hechas por los cronistas, funciona como una especie de gran metáfora de la relación entre los españoles y el legado romano.
Tanto Díaz como Oviedo reconocen que Cortés es superior a los grandes conquistadores de la antigüedad. Para sostenerlo no tienen ningún reparo ni ven necesario usar el tan socorrido y romano recurso de la modestia. No hay modestia alguna en Díaz cuando habla de Cortés o de sí mismo, porque si Cortés es comparable y hasta superior a los grandes héroes del pasado, el propio Díaz ha de ser mayor que los grandes poetas de la antigüedad que cantaron las grandes gestas. Él mismo enfatiza que no ha recibido todos los honores que merece por su labor y su obra. Estas autoalabanzas constituyen lo que Lupher llama y con razón “Renaissance self-fashoning” (19).
Oviedo, por su parte, fue un hombre de una gran educación, creció rodeado de una enorme biblioteca donde los clásicos tenían un lugar fundamental. Su perspectiva, para abordar la figura de Cortés, es topológica, lo describe y lo analiza a partir de la distancia, por las características de la nueva geografía. Oviedo asegura que el lugar desde el que Cortés tuvo que operar fue mucho más arriesgado y desafiante. Y ese lugar, esa nueva geografía desconocida y exuberante es la que gana todo el protagonismo en su obra. De ese modo, Lupher llega a decir que para Oviedo el verdadero héroe no fue un hombre sino el paisaje. La distancia hizo a Cortés, por tanto, superior. Porque, además, superior fue la naturaleza que encontró, como superior y más sabrosa era la piña a todas las frutas conocidas.
Si bien es cierto que Oviedo establece paralelos entre Aquiles (over there) y Cortés (over here) utilizando también el espacio con esos fines, y por otra parte hace una comparación entre Homero y él; sin embargo, confiesa que su guía es Plinio el Viejo y, con un poco más de modestia que Díaz, reconoce que todo lo que hace es para parecérsele lo más posible. Por esa razón califica de “natural” a su historia, a semejanza del autor romano.
Oviedo establece otros dos paralelos importantes en los que se detiene: (1) la comparación entre la guerra de Yugurta y el suplicio de Cuauhtémoc en México; y (2) la relación entre el sitio de Jerusalén del 70 D.C. y la caída de Tenochtitlán en 1521. En el primer caso, Oviedo argumenta que la actuación de Cortés fue superior a la de los romanos en tanto Mario y Sila, al dejar vivo a Yugurta, terminaron enfrentados en una guerra civil. Con respecto a la destrucción de Tenochtitlán, la descripción de Oviedo va encaminada a demostrar que la cantidad de muertos y la magnitud del desastre fue mayor que lo descrito por Josefo sobre la toma de Jerusalén por los romanos.
Casi tres siglos después, la piña seguirá siendo en los versos de Manuel de Zequeira y Arango un punto de comparación con la flora europea, mantendrá su status de reina, y tendrá, por tanto, la significación de distante y exótica sin dejar de ser, a su vez, el nuevo zumo preferido por los dioses. Orfeo tomando jugo de piña desde la isla de Cuba es la imagen más ilustrativa de la dinámica y contradictoria relación entre la tradición clásica y el nuevo mundo. Ese anticlasicismo hispano hay que entenderlo también como un tipo de recepción ante el legado grecolatino, por lo que Lupher argumenta que “there is no denaying that the agonistic stance against classical models taken by Bernal Díaz and Fernández de Oviedo was itself a tribute to the enduring and ineluctable power of those very same ancestral cultural patterns. Only a still numinous model could attract such passionaly emulous hostility”. Para Lupher queda claro que “[w]hether besting the Romans or searching for Amazons, the Spaniards in America were actively keeping the classical tradition alive as a framework for their own sense of mission, for their sense of themselves as historical actors” (31-32).
Al oponerse a la herencia romana y al cuestionar el legado grecolatino, los cronistas españoles están también utilizándolos como punto de referencia, como modelo a superar; algo tan común en las prácticas de imitatio y retractatiodentro de sus ejercicios literarios. Pero principalmente, al mismo tiempo que pretenden dar por superados los modelos clásicos, los autores, desde la distancia y la otra geografía, ofrecen a los dioses griegos una fruta que compite con el néctar, o describen a un conquistador que supera, pero también continúa las acciones de César, quien a su vez quería superar a Alejandro Magno que, por su parte, fue recibido como nueva encarnación de Aquiles. Una carrera continua de desafíos y superaciones.
Nombrar esta «nueva» naturaleza, para los cronistas (más que un acto demiúrgico) es un acto político: su apropiación también desde el discurso, sus comparaciones entre lo que conocen y lo que acaban de conocer les permiten justificar su empresa ante las autoridades reales españolas como única en toda la historia de la Humanidad. Desde esa óptica, todo hallazgo se vuelve superior y diferente a lo ya conocido. Los españoles se vuelven los nuevos romanos que han encontrado un entorno desconocido hasta para los propios dioses de la antigüedad.
Obras citadas:
Fernández de Oviedo, Gonzalo. Historia general y natural de las indias, islas y tierrafirme del mar océano. 1547.
Lupher, David A. Romans in a New World. Classical Models in Sixteenth-Century Spanish America. Michigan: University of Michigan, 2003.