La tradición poética cubana posee en el soneto una de sus más prolíficas formas de expresión. A tal punto, que no es descabellado aseverar que la mayoría de los poetas de la Isla se han acercado a su estructura; y en no pocas ocasiones han utilizado sus múltiples recursos para componer secciones de libros o poemarios completos. Un leve paneo nos resalta de inmediato a poetas como Julián del Casal, Mercedes Matamoros, Emilio Ballagas, Nicolás Guillén, Raúl Hernández Novás, entre otros…
Esta breve muestra de sonetos se centra en el siglo XIX, y agrupa a diez poetas de relevancia en nuestras letras, agrupados bajo el estigma de una temática universal que devino a mediados del siguiente siglo en doctrina filosófica: el existencialismo, cuyos más profundos análisis se centran en la condición humana, la responsabilidad individual, las emociones y el significado de la vida.
Sirvan pues, estos sonetos, para que el lector avezado rememore algunas lecturas y para que el principiante conozca una parte esencial de la riqueza lírica cubana decimonónica.
(Selección y nota: Heriberto Machado)
A LA VIDA
Vida que sin cesar huyes de suerte
Que no eres de algún bien merecedora,
¿Por qué quieres llevarme encantadora
Con alegre esperanza hasta la muerte?
Si el tiempo que risueña te divierte
Es el mismo al fin que te devora,
¿Por qué te he de apreciar si a cada hora
Se me acerca el tormento de perderte?
¿Mas, qué pierdo en perderte?; la vil parte
De la miseria humana, el cuerpo indigno
Que debieras más bien de él alejarte,
Si a más vida, más males imagino
Ya me puedes dejar, que yo en dejarte
Harto que agradecer tengo al destino.
Manuel de Zequeira y Arango (1764-1846)
SONETO
Cuando miro al espacio que he corrido
Desde la cuna hasta el presente día,
Tiemblo y saludo a la fortuna mía
Más de terror que de atención movido.
Sorpréndeme la lucha que he podido
Sostener contra suerte tan impía,
Si así puede llamarse la porfía
De mi infelice ser al mal nacido.
Treinta años hay que conocí la tierra:
Treinta años hay en gemidor estado
Triste infortunio por doquier me asalta.
Mas nada es para mí la cruda guerra
Que en vano suspirar he soportado
Si la calculo, ¡Oh Dios!, con la que falta.
Juan Francisco Manzano (1797-1854)
INMORTALIDAD
Cuando en el éter fúlgido y sereno
Arden los astros por la noche umbría,
El pecho de feliz melancolía
Y confuso vapor siéntese lleno.
¡Ay! ¡Así girarán cuando en el seno
Duerma yo inmóvil de la tumba fría!…
Entre el orgullo y la flaqueza mía
Con ansia inútil suspirando peno.
Pero ¿qué digo? —Irrevocable suerte
También los astros a morir destina,
Y verán por la edad su luz nublada.
Mas superior al tiempo y a la muerte
Mi alma, verá del mundo la ruina,
A la futura eternidad ligada.
José María Heredia (1803-1839)
RECUERDOS
Cual suele aparecer en noche umbría
meteoro de luz resplandeciente
que brilla, parte, vuela y de repente
queda disuelto en la región vacía,
así por mi turbada fantasía
cruzaron cual relámpago luciente
los años de mi infancia velozmente
y con ellos mi plácida alegría.
Ya el corazón a los placeres muerto
paréceme a un volcán, cuya abrasada
lava tornó los pueblos en desierto;
mas el tiempo le holló con planta airada
dejando solo entre su cráter yerto
negros escombros y ceniza helada.
Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido (1809-1844)
AL CAUTO
Naces, ¡Oh Cauto!, en empinadas lomas;
Bello desciendes por el valle ufano;
Saltas y bulles juguetón, lozano,
Peinando lirios y regando aromas.
Luego el arranque fervoroso domas
Y hondo, lento, callado, por el llano
Te vas a sumergir en el Océano:
Tu nombre pierdes y sus aguas tomas.
Así es el hombre. Entre caricias nace;
Risueño el mundo al goce lo convida;
Todo es amor y movimiento y vida.
Mas el tiempo sus ímpetus deshace
Y grave, serio, silencioso, umbrío,
Baja y se esconde en el sepulcro frío.
Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874)
ÚLTIMO CANTO
Ni temo el odio, ni el desdén me irrita,
Ni late el corazón, ni el alma inquieta
Con la imagen de un lauro de poeta
Goza feliz ni férvida palpita.
El fuego de la gloria no me agita,
Ni está mi vida a la ambición sujeta:
Mi más bella ilusión es cruel saeta,
Mi esperanza mejor es flor marchita.
Versos… delirios… lágrimas… anhelo…
Nubes y nieblas son en mar sombrío:
Ni espero bien ni de mi mal me duelo:
Sus alas pliega el pensamiento mío,
Y fijando los ojos en el cielo
Tan solo en Dios y su bondad confío.
Rafael María de Mendive (1821-1886)
PAISAJE ESPIRITUAL
Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mudanza liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,
porque en mi alma desolada siento,
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.
Julián del Casal (1863-1893)
A LA MUERTE
¿Eres tú? ¿Y en la góndola enlutada
por tu pálida mano dirigida,
de mi cruento dolor compadecida,
quieres llevarme a la región soñada?
¡Partamos pues! ¡La brisa perfumada
cual nuncio de la tierra prometida
con ósculos de amor y bienvenida
acaricia mi frente atormentada!
¡Hieran los remos la brillante espuma,
rasgue la proa audaz la densa bruma
que a nuestros pies se rinda el mar profundo;
y de la Eterna Luz a los reflejos,
piérdase, como un átomo, a lo lejos,
con sus venturas míseras el mundo!…
Mercedes Matamoros (1851-1906)
VORREI MORIRE
Quiero morir cuando al nacer la aurora
Su clara lumbre sobre el mundo vierte,
Cuando por vez postrera me despierte
La caricia del sol abrasadora.
Quiero al finalizar mi última hora,
Cuando me invada el hielo de la muerte,
Sentir que se doblega el cuerpo inerte
Inundado de luz deslumbradora.
¡Morir entonces! Cuando el sol naciente
Con su fecundo resplandor ahuyente
De la fúnebre noche la tristeza,
Cuando radiante de hermosura y vida,
Al cerrarme los ojos, me despida
Con un canto de amor Naturaleza.
Juana Borrero (1877-1896)
REGRESIONES
A veces una nube que pasa, una imprecisa
voz que suena lejana; la queja de los mares
sobre la arena; un roce del ala de la brisa
o un lampo deslumbrante de oros crepusculares;
me dicen tantas cosas de mi fugaz pasado,
con tal vigor reaniman la efímera inconciencia
de mi niñez, que dudo si todo lo ambulado
ha sido solo en sueños o ha sido mi existencia.
Así por una suerte de espiral regreso
lo efímero que encierra mi corazón opreso
pierde la inconsistencia del tiempo y la distancia
y por la voz, la nube, la brisa y el poniente,
preso de mis recuerdos en el dorado ambiente,
paréceme que vivo la vida de mi infancia.
Federico Uhrbach (1873-1932)