Para Elisa es un proyecto editorial de nuestro colaborador Amilkar Feria, que compendia reseñas periodísticas publicadas por él entre 2008 y 2013. En su mayoría, el contenido de las mismas versa sobre la actividad artístico-pedagógica desarrollada en la Universidad de las Artes (ISA).
Nuestra publicación se hace eco de este acontecimiento editorial en proceso, compartiendo testimonios actualizados de algunos de los protagonistas de sus páginas.
Jorge Luis Marrero Carbajal, estudiante de Pintura entre 1989 y 1994. F. Artes Visuales del ISA.
Amilkar Feria: ¿Qué trascendencia tiene para ti el vínculo pedagógico con el ISA?
Jorge L. Marrero Carbajal: Casualmente anoche conocí a un colega más joven, quién me decía que en el ISA no había aprendido nada nuevo, con respecto al nivel medio. No es mi caso para nada. No sé si esas enseñanzas las hubiera adquirido de otro modo igual, de haber concluido mis estudios en el año 89, tras mi graduación de San Alejandro. Lo dudo mucho. Todo lo contrario, siempre digo que San Alejandro fue, en mi caso, mas importante a nivel de pasillo que de aula.
A pesar de que no dejo de reconocer el impacto que tuvo en mí aquella cátedra de lujo que fueron Antonio Alejo y Osvaldo Sánchez, por ejemplo, que en el ISA no tuvieron comparación alguna. También hubo otros profesores importantes, de los cuales aprendí muchísimo. Pero en general, el recuerdo de San Alejandro es la mediocridad de la mayoría, y el ambiente represivo imperante, sobre todo, con aquellos alumnos que nos destacábamos por tener inquietudes intelectuales, que indefectiblemente, desembocaban en políticas.
"Recuerdo que en el 89 nos daban merienda a media mañana. Yogurt de sabor, con galleticas de dulce con forma de animalitos."
Mis años de San Alejandro, son los de las esperanzas que generó la Perestroika soviética. Fui contemporáneo del Grupo Arte Calle, un año mayor que el grueso fundamental de ellos; quienes eran del curso siguiente al mío. Por otro lado, dos años superiores, estaban Abdel Hernández, Luis Gómez, Tania Bruguera, Eduardo Azcano, Carlos Estévez, y otros más. Toda esa gente eran mis ídolos de la adolescencia.
Entonces, en comparación con esta efervescencia (de la cual fui solo un simple espectador de las primeras filas); el ISA me corresponde con la desilusión, el batacazo horrible del Período Especial. Y en medio de aquellas circunstancias terribles, pasé al escenario. Recuerdo que en el 89 nos daban merienda a media mañana. Yogurt de sabor, con galleticas de dulce con forma de animalitos.
"Yo iba desde La Víbora, en la bicicleta ucraniana, hasta los remates de Playa, todos los días, con un 'miloldo' en el estómago."
Menos de dos años después; ¿quién se acordaba? Esa merienda, y el almuerzo, eran las dos oportunidades de socializar con las otras disciplinas. Sobre el 91, creo, nos impusieron condiciones tan difíciles a los alumnos externos para adquirir los vales del almuerzo, que era preferible ni molestarse. Yo iba desde La Víbora, en la bicicleta ucraniana, hasta los remates de Playa, todos los días, con un “miloldo” en el estómago. En aquellas terribles circunstancias económicas fue mi ISA.
Pero, antes que se me agoten las cincuenta líneas indicadas, voy a recordar esto, que le escribí a René Francisco Rodríguez cuando me pidió que le reseñara su libro del DUPP:
“Como mismo recuerdo con admiración aquel saber ecuménico de Flavio, capaz de detectar cualquier costura en la propuesta, allí en el lugar más recóndito donde las escondieras. A menudo inconscientemente. Dicho sea de paso, en aquel momento más bien temíamos aquella capacidad suya. La relación mística, épica y casi críptica que es capaz de inculcarte Ponjuán con la profesión. La mayéutica de relojero conceptual de Lázaro. La agudeza e inteligencia de Toirac. La ética profesional de Carlos Alberto, y así a muchos que me dieron clases en aquellos años del ISA”.
El ISA fue para mí una gran escuela. Me ayudó a botar mi arrogancia capitalina. Me llevó a desechar la parte del engreimiento que tenía, con respecto a considerarme un ser “iluminado”, y a darme cuenta de que había algo “stajanovista” en la profesión. A comprender, de paso, que había muchas Cubas, y que la mía para nada era la única. El ISA me dio una enseñanza universitaria de respeto, profesionalidad e integridad, que atesoro.
AF: ¿Cómo ha sido tu recorrido profesional desde que te graduaste hasta la actualidad?
JLMC: ¿Qué decirte? En mi misma aula se sentaron Carlos Garaicoa, Dagoberto Rodríguez, Alexandre Arrechea, Esterio Segura, Fernandito Rodríguez, etcétera. Todos participamos de aquella exposición fundacional de la generación de los noventas, que se llamó las Metáforas del Templo. Ellos salieron de una exposición estudiantil (porque eso fue), a una Bienal de La Habana, cuando Cuba estuvo hot, una vez más (a cada rato, para los “yumas”, este país se “calienta” y enfría, alternativamente…), y les tocó una “buena temporada de caza”. Mas allá de los avatares individuales, muy ajetreados eso sí, aún seguimos vivos Alberto Casado y yo, con una suerte algo diferente. Tampoco nos podemos quejar ambos: hay gente que nos sigue y admira.
Jamás denosto a mi generación de pupitre en el ISA. ¡Me siento orgulloso de estar en ella! ¡Haber compartido aulas con ellos, siempre será para mí un orgullo entrañable! ¡En algún momento, y sin darnos casi cuenta, cambiamos la historia del arte cubano! ¡Iniciamos, sin darnos cuenta, la Generación de los Noventas! O, al menos, eso nos quisieron hacernos creer… Gracias a Flavio, a Ponjuán, a René, a Carlos Alberto, a Lázaro, a Toirac, y a tantos otros.