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Emigraciones | Ernesto Sierra y la posibilidad de elegir como manifestación de libertad (primera parte)

"De pronto, me veo en Madrid, con unos medios económicos no grandes pero suficientes y en un sistema nada paternalista, donde el único responsable de tu vida eres tú mismo", confiesa el entrevistado.

El escritor cubano Ernesto Sierra
Ernesto Sierra. | Imagen: cortesía del entrevistado.

En junio pasado asistí en Madrid a la presentación de un libro cubano. Había escuchado hablar de su autor a través de mi padre, que lo conoce desde sus tiempos en la escuela vocacional Vladimir Ilích Lenin, allá por los ochenta, refiriéndose siempre a su obra como un portento de erudición.

Ernesto Sierra, por su parte, llegaba a la ciudad para compartir la experiencia creativa e intelectual que significó su más reciente título, resultado de su tesis doctoral: Leopoldo Marechal y José Lezama Lima: Luces y sombras de la ciudad letrada.

Sierra, escritor, crítico literario, investigador, periodista, y docente, desentraña y tipifica la relación cuasi-oculta entre ambos textos, haciendo una revisión de la manera en que fueron leídos por parte de la intelectualidad latinoamericana del momento.

Cartel de la presentación del libro de Ernesto Sierra.
Cartel de la presentación del libro de Ernesto Sierra. | Imagen: Cortesía del entrevistado.

Publicado por Verbum, editorial cubana radicada en Madrid, este libro es el resultado de un intenso trabajo de investigación, tanto en la consulta de archivos vinculados al tema como en la labor interpretativa de todo ese conjunto de textos. Así, Ernesto Sierra accedió a concedernos esta entrevista, motivada por la presentación de Leopoldo Marechal y José Lezama Lima..., pero no limitada solamente a dicha circunstancia.

Sierra tiene publicados, además, los libros La doble aventura de Adán (Editorial Letras Cubanas, 1996), título que lo hizo merecedor del Premio Pinos Nuevos en 1995; Avatares de una biblioteca (Ediciones Boloña, 2012) y Aprendiz de América (Editorial Unicornio, 2005 y Editorial Arte y Literatura, 2012).

Senén Alonso Alum (SAA): Háblame un poco de tu formación académica, de tus comienzos, de tus intereses intelectuales y, sobre todo, de tus memorias de estudiante:

Ernesto Sierra (ES): Estudié la carrera de Letras, en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, de 1986 a 1991. Fueron años intensos, marcados por el panorama político que llevó a la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS.

Contrario a lo que suele pensarse, había una considerable internacionalización del estudiantado universitario en la Cuba de esos años: la mayor parte era de estudiantes asiáticos, europeos del llamado campo socialista, africanos y latinoamericanos. También se incorporaba a la universidad un grupo grande de jóvenes soldados cubanos que regresaba de las guerras de África, sobre todo de Angola. Una diversidad compleja y enriquecedora que se volvió conflictiva en ese último quinquenio de la década de los ochenta, cuando empezaron a soplar los vientos de la perestroika. 

Tenía buenos resultados académicos y había aceptado responsabilidades en la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Sobrevino entonces el cambio de los planes de estudios, con el cual dejarían de existir las especializaciones tradicionales (lingüística, letras clásicas, literatura cubana y literatura hispanoamericana) y se instauraría el llamado "perfil amplio". Sería la última vez que se estudiaría la especialidad de letras clásicas (grecolatina) y se decidió abrirla para el grupo anterior al mío, el del 85.

Es una decisión de la que no me arrepiento, pero sobre la que vuelvo a veces con cierta nostalgia.

Terminado mi segundo año, de la dirección de la Facultad hablaron conmigo, me propusieron incorporarme a los estudios clásicos y simultanear con mi grupo, con el que ya había elegido literatura hispanoamericana, de manera que podría terminar la carrera con las dos especializaciones. A la vez, otros profesores, de la dirección del partido, hablaron conmigo sobre la necesidad de que me mantuviera en la presidencia de la FEU, pues el clima político era cada vez más complejo y yo tenía popularidad y buen diálogo con mis compañeros de entonces.

Sabía que no podía llevar las dos cosas, más en mi condición de becario, alejado del apoyo familiar. Finalmente decidí apoyar en la FEU, estudiar la especialidad de hispanoamericana y mantenerme impartiendo latín, como alumno ayudante. Es una decisión de la que no me arrepiento, pero sobre la que vuelvo a veces con cierta nostalgia.

En lo académico, terminé la carrera con buenos resultados y, en lo político social me llevé la experiencia histórica irrepetible de las broncas con los estudiantes soviéticos que me decían, indignados, que la URSS estaba jodida por cambiarnos locomotoras y petróleo por platanitos. Ninguno terminó la carrera en Cuba, para 1991 los habían retirado a todos.

SAA: ¿Cuándo sales por primera vez de Cuba y en qué circunstancias?

ES: Al terminar la carrera me incorporé a la Casa de las Américas, que me había ofrecido trabajo, en su biblioteca, antes de terminar los estudios. Ya comenzaba en Cuba el Período Especial. En la Casa me dieron a conocer una convocatoria de beca de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) para un Diplomado en Estudios Amerindios convocado por la UNESCO y la Universidad Complutense, en la recién creada Casa de América, de Madrid.

Fue un extraño privilegio porque, como sabes, en esa época uno, como individuo, no tenía acceso a información de ese tipo y mucho menos permiso para viajar al extranjero, si no era de interés de una institución. Se me dijo que era para ayudar en mi superación profesional y que debía regresar al terminar -claro- en caso de obtener la beca. Así que me presenté, con mis incipientes logros de estudiante recién graduado y la obtuve.

El Diplomado tuvo un programa y un claustro de excelencia. Duró 10 meses. Un poco antes de concluir, el director del curso me citó y me dijo que, por mis resultados académicos, la Universidad Complutense me ofrecía una beca doctoral, de tres años, con la única condición de que, al terminar debía regresar a mi país. Lo comuniqué a Cuba y me respondieron vía fax: «Regresa inmediatamente». Al acabar el curso regresé. Es otra decisión de la que no me arrepiento pero que también evoco con cierta carga de nostalgia y reflexión, sobre todo, por el paso del tiempo y a la luz de lo que llamamos experiencia o madurez.  

SAA: ¿Qué experimentaste durante ese primer "encontronazo" con el "mundo real"?

ES: Es una buena pregunta. Imagina qué puede haber significado para un cubano de 23 años, que nunca había viajado al extranjero, desembarcar directamente en Madrid. Seré lo más concreto posible. Ese «encontronazo» provocó en mí, de inmediato, un cuestionamiento de toda mi experiencia vital, que se dio en dos órdenes: uno concreto, físico y otro, abstracto, referido a la identidad individual.

En el primero me sorprendieron -te hablo de una impresión de recién llegado- la iluminación, la limpieza y que todos los autos fuesen nuevos. Por más películas y revistas que hubiese visto, esa realidad física me impactó; fue como viajar en un túnel de un pasado detenido en el tiempo, al presente. Sabes los milagros que hacemos en Cuba para mantener rodando un «carro americano», sobre todo en los pueblos; yo, guajiro de Güines -por más señas-, como tanta gente de mi generación podía alardear de reconocer los modelos de carros americanos, por año: Chevrolet del 50, del 52, del 54 y así con los Ford, Mercury, Dodge, Oldsmobile, Buick… sin caer en cuenta que mi «conocimiento» acababa en el año 60 o 61, con las últimas importaciones a la Cuba de la época. Eso, sin explicaciones, me impactó.

Igual me impactó el poder ver en directo una parte de lo estudiado en libros sobre la Historia del arte español, sobre todo en «el Pijoan» para el que había que hacer cola en la biblioteca de la facultad: La catedral de Burgos; el monasterio de Santo Domingo de Silos -con el ciprés al que Gerardo Diego le dedicó su conocido soneto-; el patrimonio arquitectónico de Valladolid, Salamanca, Ávila, Zamora, Segovia; las calles y los museos de Madrid; hacia el Sur, La Alhambra, Sevilla; luego, hacia el este, Zaragoza, Barcelona. Viajé mucho, quería conocer todo lo que me fuera posible. Fue el año de las Olimpiadas de Barcelona 92 y de la expo de Sevilla. Una España en auge que pude conocer y ser parte de ella un tiempo.

SAA: ¿Cuál fue, entonces, el "cuestionamiento abstracto", esa suerte de conflicto identitario del que me hablas?

ES: Simultáneo y entrelazado con estas experiencias concretas, iba viendo un proceso de conocerme mejor como individuo, debido a algo menos tangible y que no conocía: la posibilidad de elegir, que luego entendí como una de las manifestaciones de la Libertad. Ya te dije que había estudiado en colegios internos (lo que en Cuba llamamos becas) la secundaria, el preuniversitario y la universidad (en lo que aquí se llama un Colegio mayor); era más de la mitad de mi vida hasta ese momento.

En el universo de lo que intento explicarte, esto significaba haber usado uniforme escolar casi todo ese tiempo, la ropa de deporte que te facilitaba la escuela, la ropa de trabajo que te proporcionaba la escuela, comer el menú que te suministraba la escuela, participar de las actividades que organizaba la escuela. En las temporadas extraescolares, que eran pocas, los márgenes se ampliaban algo, pero no mucho.

De pronto, me veo en Madrid, con unos medios económicos no grandes pero suficientes y en un sistema nada paternalista, donde el único responsable de tu vida eres tú mismo. Y esto implica, por supuesto, «elegir». Elegir donde irías a vivir, qué comías, tomabas, vestías, calzabas, qué sitios frecuentabas, con quién te reunías, qué leer, qué hacer con tu tiempo libre; todo, elegir y decidir en todo. Al cabo de unos meses te vas dando cuenta de qué colores te gustan, qué sabores, qué pasatiempos, hábitos, porque vas eligiendo, no han elegido por ti, no funcionas dentro de una dinámica de rebaño o, al menos, los límites del rebaño se han expandido de manera tal que parecen no tocarte.

Si no convencías o eras convencido, aprendías a vivir con lo diferente, a respetar los criterios ajenos.

A esto súmale el ejercicio del criterio, en un ambiente de libertad de expresión. La gente decía lo que le venía a la cabeza -muchas veces sin pensar-, pero sin mayores consecuencias, con total libertad. Había un interés grande y una desinformación -a veces graciosa- sobre Cuba en esos años y, constantemente me preguntaban de todo: ¿que si habría elecciones?, ¿qué pasaría cuando muriera Fidel?, ¿por qué Cuba encerraba en sanatorios a los enfermos de SIDA?, ¿por qué yo vestía de civil? -algunos pensaban que los ciudadanos cubanos andábamos en uniforme militar en la vida cotidiana-, ¿que si pensaba que el comunismo era mejor que el capitalismo?, en fin, de todo, desde la alta política hasta las creencias religiosas y la sexualidad de los cubanos.

Al principio yo miraba para los lados y cambiaba el tono de voz, hablaba bajito y mis contertulios se reían y me decían que hablara normal, que aquí se podía decir cualquier cosa sin problemas. Lo cierto es que fue otra experiencia fundamental en mi formación, el convivir con criterios diversos, divergentes muchas veces, sin pelearse, sin extremismos. Si no convencías o eras convencido, aprendías a vivir con lo diferente, a respetar los criterios ajenos. Las únicas veces que tuve conatos de “broncas” fue con algunos exiliados cubanos -y no siempre, claro-.     

En general, esa práctica de la libertad individual, con sus repercusiones en la formación de la identidad, fue el impacto mayor de aquel «encontronazo».    

Senén Alonso Alum

(Pinar del Río, Cuba, 1997). Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana en 2020. Ejerció como investigador literario en el Centro de Estudios Martianos (CEM) desde su graduación hasta 2022. Ha publicado poemas y ensayos en el medio independiente La Jeringa, en el blog de cine En Raccord, en el Portal Digital del CEM, en el boletín de crítica y pensamiento Puntal, en las revistas Librínsula, El Caimán Barbudo, Opía Magazine, AM:PM, El Estornudo, Honda, Casa de Las Américas y Cine Cubano.

(Pinar del Río, Cuba, 1997). Miembro del staff de Árbol Invertido.

Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana en 2020. Ejerció como investigador literario en el Centro de Estudios Martianos (CEM) desde su graduación hasta 2022. Ha publicado poemas y ensayos en La Jeringa, en el blog de cine En Raccord, en el Portal Digital del CEM, en el sitio web del Centro Onelio Jorge Cardoso, en las revistas Librínsula, El Caimán Barbudo, Opía Magazine, AM:PM, El Estornudo, Cine Cubano, Honda, Casa de Las Américas y Rialta Magazine. Fue finalista en el concurso de narrativa “Portus Patris” (2021), auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz de Las Tunas. Es graduado del XXII Curso de Técnicas Narrativas que se impartió en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso (2020-2022), donde resultó ganador de la Beca Caballo de Coral debido a su proyecto de novela Ucronías y otras verdades ficcionadas.

Comentarios:


Nivia Alum Dopico (no verificado) | Lun, 21/08/2023 - 14:22

Salir de Cuba...a cualquier cosa...experiencia vital que marca con hierro candente...

LuisFE (no verificado) | Mar, 22/08/2023 - 00:18

Excelente Entrevista realmente el cuestionario y las respuestas parecen ser hechas unas para otras.

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