La muerte de José Luis Cortés “El Tosco” vuelve a sacar a la pista de baile a aquellos artistas que luego de consumado su genio, en este caso musical, se encargan ellos solos de desmontar poco a poco su propia obra.
Su paso por las insignes Van Van e Irakere no le sirvió sino de sedimento para crear esa genialidad a finales de los años ochenta que conocemos como NG La Banda (que manda) junto a más de una o dos decenas de super talentosos músicos que pasaron por la nómina de la “escuela de la timba cubana”. Hasta los muy primerísimos 2000, NG siguió en la preferencia de la gente. Después vinieron algunos proyectos fallidos, ya nunca fue lo mismo. Al menos yo, lo dejé de seguir.
Recuerdo haber disfrutado de NG en una de sus primeras giras por Cuba, fue en la Escuela Vocacional de Holguín, a las puertas del verano del convulso 1989. Traía como telonero al percusionista Joel Driggs, al que presentó como alguien que había estado en más de cincuenta países, y aplaudimos sin que nos importara nada, sin saber. Hasta que dijo que Joel era el hijo de Teveré, el músico que se paseaba por las calles de la ciudad con un carrito en onda multiinstrumentista y tocaba en cada esquina solo por unas monedas. El público adolescente que éramos entonces, aplaudimos a rabiar.
El Tosco repetía el mantra verde olivo de que “sin la revolución nada”, algo que lo llevó a decir que sin la encaramada de Castro en el poder no hubiera sido el músico que fue, sepultando así la historia de la música prerrevolucionaria, llena de ejemplos de músicos de ascendencia de barrio, humildes e incluso sin formación académica alguna.
El Tosco repetía el mantra verde olivo de que “sin la revolución nada”.
En 2016 se trepó al carro de los que veinte años después de salido a la luz seguían -y siguen- acusando a Buena Vista Social Club como un proyecto de marketing musical, “una mentira maldita” y dejan de lado el rosario de prohibiciones y operatorias burocráticas que sepultaron por décadas a excelentes músicos como Rubén González, Compay Segundo o Ibrahim Ferrer. Esos “viejitos” fueron víctimas del mismo sepulturero al que Cortés le agradecía su propia obra.
Sus presentaciones de jazz siguieron siendo aplaudidas en los cerrados círculos en Cuba y en los escenarios en el extranjero.
Al Tosco le tocó elegir entre usar las instituciones estatales y seguir adelante para crear su obra o tratar de convencer a los demás de que le debía todo al responsable mismo del adoctrinamiento y la mano férrea con la que el gobierno cubano ha ido asaeteando a la cultura cubana. En la Alemania nazi, la España de Franco o la URSS unos callaron, otros pagaron por atreverse a decir la verdad.
Su oda flautística frente al pétreo memorial de Fidel Castro en Santiago de Cuba es culmen, coda, portazo casi final.
La prensa oficial, tan dada a airear cuanto le moleste de la vida ajena nada dijo de las acusaciones de abuso y violación sexual que contra El Tosco pesaban. Ni hablar de las instituciones de justicia, no hay pruebas de que se hayan molestado a mover un dedo, como es usual en casos de figuras públicas que no le son incómodas al aparato.
Me quedo con lo mejor de NG La Banda, pero como agua pasada, algo de lo que disfruté mucho y a lo que ya no quiero volver.
Anoche al saber de su muerte, enfilé por un disco con la cara del Tosco en portada y lo dejé correr un minuto acaso, amplificado en la pequeña habitación en que duermo. Lo apagué. Con NG La Banda me quedo como con la película silente que ponen en el cine de barrio: la gente hace muecas y se mueve pero no se escucha.
Ya va siendo parte de la banda sonora de mi vida en Cuba, todo desdibujándose poco a poco, hasta la timba.