Sin la menor duda, Mauricio Rentería (La Habana, 1962), actor, director y maestro de actuación, es una de las personalidades más destacadas del teatro cubano dentro y fuera de la isla. Hijo de dos grandes e inolvidables actores —Pedro Rentería y Lilliam Llerena—, también directores y maestros de actuación. Hermano de la actriz Lili Rentería y el director Alejandro Rentería, se vinculó muy temprano con las artes escénicas: cursó estudios en la Escuela Nacional de Arte de La Habana (ENA), en la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños y en el Taller del Actor, dirigido en La Habana por Pedro Rentería.
En 1984 cursó guion e interpretación cinematográfica en el Taller de Sundance, bajo la dirección de Robert Redford y Lilliam Llerena. En 1990 asistió en México a cursos del Actor’s Studio (Lee Strasberg) con René Pereyra y Rony Davis, y completó numerosos talleres de actuación en varios países.
Ha actuado en Cuba, Estados Unidos, Venezuela, México y España, con amplios repertorios que abarcan el teatro cubano, europeo y norteamericano. Su trabajo en televisión ha sido igualmente amplio en la mayoría de los países citados.
Tuviste el privilegio de contar con tus padres, actores extraordinarios, para apoyar tu vocación y formación. Pude ver a Pedro dirigiendo teatro, y desde luego era un profesional fuera de serie. Trabajaste incluso bajo la dirección de cada uno. Te ruego que compartas con nuestros lectores algunos de tus recuerdos sobre esas dos figuras del teatro cubano.
Con mi madre, Lilliam Llerena, que en paz descanse, tuve el privilegio de trabajar en varios proyectos profesionales. Bajo su dirección actué en la obra El carillón del Kremlin, en un espacio de la Televisión Cubana, “Teatro ICRT”. Yo hacía el personaje de un campesino que hablaba con Lenin. Fue maravilloso que ella me dirigiera: yo tenía apenas 23 años y estaba cerca de graduarme en Artes Dramáticas en la ENA, la escuela de artes de Cuba. Era una directora muy profesional.
También tuve el privilegio de actuar con ella en Electra Garrigó, esa obra maravillosa de Virgilio Piñera. Mi madre interpretó a Clitemnestra; mi hermana, Lili Rentería, encarnaba a Electra Garrigó. Fue una experiencia increíble estar por primera vez los tres juntos actuando. Aprendí mucho y fue algo irrepetible: durante años ha estado en mi memoria esa puesta inolvidable. Ganamos premios, pero lo más importante para mí fue trabajar con esas dos grandes de la escena cubana; todos fuimos muy profesionales en nuestro trabajo, lo digo con todo orgullo. Aquella puesta me comprometió a ser muy riguroso conmigo mismo, cada día, en cada proyecto.
Mi madre era muy exigente en cada día de trabajo. Acompañarla era como una experiencia quirúrgica: tenías que visualizar cada matiz, cada detalle del cuerpo de la obra y de tu propia actuación, como si fueran organismos vivos.
En casa teníamos una biblioteca tremenda. Ella me decía: “Un actor debe saber de todo un poco, lee todo lo que puedas”. Pues eso hice. Considero que mis padres fueron mis mejores profesores.
Mi padre, Pedro Rentería, que en paz descanse, fue exactamente igual. Tuve el privilegio de que él me dirigiera en mi obra de graduación en la ENA, El compás de madera. Ya graduado, trabajé con el Grupo Teatral Pinos Nuevos, del que entonces era director. Allí participé en varias obras bajo su dirección, entre ellas una pieza excelente del dramaturgo Francisco Fonseca.
Actué en La gran rebelión, serie de la Televisión Cubana, con él como protagonista y yo en el papel de su hijo. Fue un trabajo muy lindo porque recreamos nuestra relación. Fue muy bello lo que pasó y un gran orgullo para mí.
En el teatro comenzó todo. Es para mí mágico, único; me proporciona un grado de placer inigualable.
Tu formación como actor y director ha sido no solo amplia, sino también sumamente profesional. ¿Qué método de actuación prefieres para ti mismo en tanto actor?
El método que más he estudiado es el del gran teatrista ruso Konstantin Stanislavski. Admiro mucho su libro Cómo se hace un actor. En México estudié con René Pereyra el método del Actor’s Studio, en cierto modo afín al de Stanislavski, fundamentado por Lee Strasberg. Con ese método trabajé en una versión teatral de la gran novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, dirigida por el propio René Pereyra. También he estudiado y trabajado con el exigente método de Grotowski, el teatrista polaco, cuyo pensamiento ha sido continuado por el director Eugenio Barba.
Como actor, ¿qué modo de dirección teatral has preferido y cuál te ha sido más difícil y ajeno?
Como sabes, no hay un solo método de dirección teatral: hay varios caminos para llegar a Roma. Como soy actor, se me hace fácil pedirle a un intérprete lo que quiero de él cuando dirijo. Al iniciar un proyecto, en este caso teatral, el director va guiando al actor a donde quiere llevarlo; debe conocer muy bien ese todo. El actor va descubriendo poco a poco el personaje, cuya construcción va guiada por el director para conseguir esa totalidad orgánica. Pero llega un momento en que el actor ya tiene el personaje listo: a partir de ese momento, el director no tiene más que hacer sino sentarse a disfrutar lo que el actor y él construyeron. Entonces, ya ese personaje no es del director: es del actor. Me explico: ese actor goza el personaje y ya es suyo; el director debe soltarlo, pues ya dejó de ser de él y es, esencialmente, del actor, como un hijo que creció y se ha ido de casa.
La verdad escénica, la de tu emoción, la que lleva el personaje, es una sola. Si no la tienes y está vacía, sin alma, no pasará nunca nada relevante en la puesta en escena.
¿Con qué actores te ha resultado más intenso el trabajo de actuación?
Trabajar con mi propia familia, como te conté anteriormente, para mí fue un reto muy grande. Tuve que ser muy profesional; tenía que estar súper concentrado. No había lugar para el ego ni para lo superficial; tenía que ser muy sincero cuando me equivocaba. Todo esto debe suceder siempre con todas las puestas en escena y experiencias teatrales, pero cuando trabajé con mi familia tuve a veces impulsos de justificar mis errores y debía aprender a evitar esa actitud. Por eso ha sido para mí un reto muy intenso.
Valoro mucho trabajar con actores con los que me conecto, que te miran a los ojos y trabajan contigo, el uno para el otro. Es decir, yo trabajo para mi contrapartida, para el otro actor, no para las cámaras. Es esencial la interrelación. En ocasiones hay actores que no te ven a los ojos cuando hacen una escena: para mí no son actores. Son otra cosa, pero no actores.
¿Cómo es tu estilo de dirección teatral? ¿Cuáles han sido tus experiencias más memorables en este terreno? ¿Qué tipo de obras y en qué medio te es más interesante dirigir?
Me gusta, como te mencioné antes, ir con el actor buscando su camino hasta que él mismo lo encuentre: entonces me retiro y lo disfruto. Prefiero también dejar que el actor proponga; como soy un actor que siempre está haciendo sugerencias en busca de mejorar el trabajo, asimismo prefiero que los intérpretes me hagan propuestas a mí como director. Te pongo un ejemplo: La navaja es un cuento, ya terminado, dentro de un cortometraje llamado Objetos de deseo. Ese proyecto ha recibido varios premios, entre ellos el Premio de la Audiencia en el Festival Internacional de Cine de Miami 2025. Lo dirigió mi hermano menor, Alejandro Rentería, quien hizo un trabajo excepcional y también me permitió hacer diversas sugerencias para el personaje que yo interpretaba. Él me decía que le fue fácil dirigirme porque propuse ideas que enriquecían al personaje.
De más está decir que eso me llevó a recibir el Premio de Actuación en el Festival Internacional de Cine en Georgia, Estados Unidos. Tanto él como yo estamos muy felices por eso. De ese mismo modo me gusta dirigir teatro, como mi hermano Alejandro: dejando que el actor tenga una participación activa.
Dirigí unos años atrás, aquí en Miami, 2.50 la Cuba Libre, una obra del venezolano Ibrahim Guerra, en el Teatro Hiperrealista. Ya la han puesto en muchos países. Es una pieza tremendamente buena, muy bien escrita. Prácticamente se hace sola, porque el autor te plasma exactamente cómo la quiere; solo debes guiarte por lo que él mismo escribió. No quiere decir que sea fácil: eso fue un reto para mí. Me mantuve fiel a su puesta en escena ya escrita. Hay obras que te permiten jugar, recrear; otras, en cambio, no.
También, con mi Grupo Teatral Olofe, fundado en Madrid en 2009, en el cual soy director y actor, con excelentes actores y músicos, monté una trilogía de obras del autor cubano, ya fallecido, Matías Montes Huidobro: La soga, La navaja de Olofe y Los acosados. En ese caso, trabajamos creativamente todos los textos con la autorización del autor. Interpretamos el montaje, lo que resultó muy cómodo para todos, y para mí más, pues dirigía y actuaba. Conseguimos un sitio experimental: una casa convertida para hacer teatro. Puedo decirte que me encantó ese proyecto y fue un gran éxito.
A lo largo de tu trayectoria, has tenido experiencias con grandes maestros de las artes escénicas. ¿Cómo es tu modo de formar actores? ¿Quiénes han influido más en tu proceso de formación como maestro de actuación y dirección?
Mira, aparte de mis padres, que sin duda alguna son de suma importancia para mi formación y mi carrera, te diría que, a lo largo de estos 35 años de trayectoria, he trabajado con directores y actores extraordinarios de distintas partes del mundo. Se destacan directores como el cubano José Antonio Rodríguez; con el Grupo Buscón hicimos muchas obras del teatro clásico: Hamlet, Otelo y cuentos de Benedetti, todos muy importantes en mi carrera.
En aquel momento era muy joven, tenía 25 años y quería dirigir, y José Antonio Rodríguez lo supo. Nunca se me olvidarán su magisterio y su respaldo: estoy muy agradecido por eso. Me ayudó mucho: bajo su supervisión monté "La señorita Cora", cuento de Julio Cortázar, y me confió su adaptación teatral. Pude contar con la grandísima actriz —en aquel momento muy joven—, la querida Broselianda Hernández, ya fallecida. Ella interpretó magistralmente aquella obra. Son muchos los buenos recuerdos; tuve un privilegio muy grande con todos ellos, por ejemplo, también con Aramís Delgado, excelentísimo actor.
Es muy difícil, en 35 años, resumir tantos buenos actores y directores a lo largo de mi carrera. Los inicios te marcan para siempre. Estoy muy agradecido por todo lo que aprendí entonces y por todos los que han hecho posible el actor que soy.
Yo me fui. No tuve la valentía de luchar desde dentro de Cuba, pero toda mi vida como artista en el exilio y mis obras de teatro van en contra de la dictadura.
Has trabajado en la escena teatral, en televisión y en cine. ¿Cómo enfocas tu labor en cada uno de esos medios tan diferentes? ¿Cuál prefieres personalmente y por qué?
Creo que todos estos medios son muy importantes en la carrera como actor y director: la televisión, el cine, la propia radio y el teatro. Cada uno tiene una técnica de ejecución y una forma distinta de hacer. Pero la verdad escénica, la verdad de tu emoción, la que lleva el personaje, es una sola. Esa es la que te marca para todo. Si no la tienes y está vacía, sin alma, no pasará nunca nada relevante en ninguno de esos medios. Soy partidario de todos ellos, pero el que más me hace feliz es el teatro. Después el cine y luego la televisión.
En el teatro comenzó todo. Es para mí mágico, único; me proporciona un grado de placer inigualable. Cierto que repetir todos los días lo mismo, como si fuera la primera vez, es abrumador y tremendo. Tienes frente a ti al público, sentado ahí; lo escuchas, incluso; está, pero no está, y, cuando terminas, te aplauden, en el mejor de los casos. No es muy remunerado. No ganarás mucho dinero como en la televisión o el cine, pero te llevas vida para tu casa al concluir la noche. Terminas agotado, pero satisfecho cuando cumples con tu personaje. Actuar me cura como el mar. Es curioso. Cuando ves mi currículum, tengo más obras de teatro que otra cosa. Y eso me hace feliz.
¿Qué proyectos tienes en mente?
A mis 63 años, estoy terminando de estudiar, tremendo, ¿no? Es algo nuevo para mí, y más en estos tiempos de internet y realidad virtual. He estado casi siempre en el escenario o delante de cámara, pero estudio en el School of the Art and Media Institute of Miami la carrera de Entertainment Business, detrás de las cámaras. Es un mundo muy complejo, con mucha competencia. Hay que prepararse para continuar sin dejar de perseguir tus sueños. También tengo un nuevo proyecto: una obra del teatro cubano. No puedo decir más todavía, porque estoy con el tema de los derechos y debo guardar silencio. Con gusto les diré más adelante.
El teatro cubano en la isla se ha visto sometido a grandes y difíciles presiones políticas. ¿Cuáles son tu experiencia y tu valoración actual de la situación del teatro en Cuba?
En Cuba nunca se ha dejado de hacer buen teatro, con excelentes directores y actores. Pero los temas, en su mayoría, tienen que estar a favor de ese sistema, donde existe una violenta censura. Hay muchos directores y escritores que critican muchas cosas del sistema, con mucha cordura y de una manera muy inteligente; lo hacen de miles de maneras para poder decir lo que piensan. No son todos, porque saben que van presos, como muchos artistas encarcelados hoy por decir lo que piensan. Por eso respeto mucho a Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Castillo Pérez, entre muchos otros, por ejercer la libertad de expresión a pesar de la represión.
Creo que esa dictadura ya está totalmente desacreditada y que el movimiento de los intelectuales en Cuba, cada día, tiene más fuerza. Hay artistas que se venden al gobierno, pero hay otros, como Luis Manuel y Maykel, que admiro. Yo me fui. No tuve la valentía de luchar desde dentro de Cuba, pero toda mi vida como artista en el exilio y mis obras de teatro van en contra de esa dictadura. "Patria y Vida".