Un niño sale de una vieja película de un realizador que fue censurado en las primeras décadas de la Revolución, al que obligaron incluso a morir en el exilio, y, bajo la apariencia de un hombre curtido, regresa al lugar donde ese director de cine nació, la ciudad de Camagüey en el centro de Cuba, y se sienta delante de su público, donde hay incluso quienes conocieron desde niño al hombre que lo filmó.
Es el personaje principal de Ociel del Toa (1965), documental de Nicolás Guillén Landrian, obra rara y prácticamente desconocida que algunos consideran la mejor de su género que se haya hecho en Cuba. Este hombre era un niño de grandes ojos y navegaba por el río Toa, en la intrincada región de Baracoa, en las montañas del oriente cubano, cuando el director de cine lo descubrió. Ahora está de visita en Camagüey, invitado a una tertulia que ha organizado Rafael Almanza en el patio interior de su propia casa. Almanza es un escritor y artista también irreverente que vive de espaldas a las instituciones oficiales.
Hoy el público ocupa todas las sillas y no logra salir del asombro que le provoca encontrarse con un personaje de un filme y un director que fueron censurados y siguen prácticamente desaparecidos.
Nicolás Guillén Landrián (nacido en esta misma ciudad de Camagüey el 22 de julio de 1938), sobrino de Nicolás Guillén (proclamado Poeta Nacional de Cuba), fue castigado dos veces por “desviación ideológica”. Después de la primera vez, le dieron un chance, pero, cuando volvieron a dejarlo filmar, resultó peor. Era definitivamente un artista no solo genial, experimental, sino irreverente, que se apartaba del molde del “hombre nuevo”, no quería hacer loas al poder. Fue enviado a trabajar a una granja avícola en la Isla de la Juventud, lo ingresaron en hospitales psiquiátricos y le aplicaron electroshock, mientras su nombre dejaba de pronunciarse. Así su obra iba a quedar trunca, compuesta sólo por los materiales que pudo realizar siendo joven entre 1962 y 1972. Exiliado en los años 80, murió en la ciudad de Miami en 2003, un día después de su cumpleaños. Su voluntad fue que lo enterraran en su patria y por eso sus restos descansan en el cementerio Colón de La Habana.
Pero, Ociel del Toa aún está vivo. Siguió navegando las aguas turbulentas de la vida (cuenta que sobrevivió a más de diez accidentes que por lógica debieron resultar fatales) hasta llegar a ser actualmente un evangelizador de la palabra de Dios.
Este “indio cubano”, con aquellos mismos grandes ojos que llamaron la atención de Landrián, tiene mucho que contarle a la audiencia reunida en esta tertulia que posee el sabor de una pequeña conspiración contra el paso del tiempo y contra los demonios de la censura.
FRAGMENTOS DE LA TERTULIA:
Ociel del Toa: Le doy gracias a Dios por encontrarme aquí con ustedes, y le doy las gracias también a Dios, porque fue un propósito suyo que Guillén Landrián, viviendo en La Habana, muy lejos, se trasladara hacia Baracoa buscando de qué hacer una película y nos hayamos encontrado. Yo vivía muy al centro del Toa, y ese día venía bajando en una balsa cargada de malanga desde un centro de acopio. En ese charco donde ustedes ven que finaliza el documental, por ahí yo iba bajando, cuando venía Landrián subiendo en una cayuca. La opinión de él fue que vio a un indio en una balsa bajando con la vara esa. Me mandó a atracar, y me preguntó “¿Cómo usted se llama?”, le digo “Ociel”, y entonces él dice: “Ah, Ociel del Toa”.
Él es quien me pone ese apellido que se me ha quedado para siempre. Me dice: “¿Cómo te podemos contratar para que seas el protagonista de un documental que queremos filmar aquí en el Toa?” Lo cuadramos con mi mamá, porque ahí yo tenía entonces 17 años. Me tiraron fotos para llevárselas para La Habana. Entonces él me dice “Tienes que dejarte crecer el pelo, no te puedes pelar, que en lo que yo voy a la Habana y regreso ya esté crecido”. A mí me crecía el pelo y todavía me crece hasta por gusto. Se fueron para La Habana, y al regresar ya él vino con una muda de ropa blanca, con el sombrerito y todas las cosas para hacer la filmación.
Comenzamos a hacer la filmación en el año 1964, aunque no recuerdo bien el mes. Ellos en Santiago de Cuba consiguieron un motor portátil, y se lo pusieron atrás a una cayuca, en la popa, donde va el remo, pero cuando arrancó el motor se partió esa pieza y se cayó en el río que estaba crecido. No se pudo hacer el trabajo con el motor, porque él quería ir en una cayuca con motor para moverse más rápido, mientras nosotros fuéramos en la de vara, porque a veces ellos tenían que ponerse delante a filmar, cuando no atrás, cuando no a un costado y así.
Ese que acabamos de ver no es todo el documental, yo considero que ahí faltan muchas partes. Yo fui a los archivos a La Habana, y me dijo Pedro que se habían humedecido, y tenían este, Ociel del Toa, me dijo, “porque lo tenemos separado donde están los mejores documentales de Cuba, por eso no se humedeció, pero los demás donde estaban se echaron a perder”.
Falta ahí, que no sale, mi mamá, tampoco sale una prima mía que se estaba bañando vestidita de blanco con una bata. Todas esas partes no salen ahora en el documental, que originalmente duraba una hora y pico...
Rafael Almanza: Pero, ahora bien, ¿usted vio estrenado el documental con esa duración que usted dice?
Ociel del Toa: Sí, yo lo vi en Baracoa, porque en Baracoa incluso hacían colas para ver ese documental cuando lo pusieron. Eran rollos de una película, duraba una hora y pico, pero este tiene ahora unos 25 minutos nada más. Ahí cortaron muchas partes fundamentales. Ya después, cuando Guillén Landrián cae en desgracia, esos documentales los archivaron y no salían por ningún lado. Antes lo ponían en los cines de La Habana.
Rafael Almanza: Estamos por estudiar la obra de Landrián y, bueno, este misterio hay que descifrarlo, y la única persona que lo puede descifrar quizás seas tú [Juan Antonio García Borrero], porque yo no puedo investigar, pero tú sí puedes, y acabas de escuchar esto, porque esto es gravísimo.
Juan Antonio García Borrero: Sí...
Rafael Almanza: Es algo muy importante, porque pudiera hasta haber una copia perdida en algún lado, o alguna forma de recuperarlo si se estrenó como un largometraje.
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Rafael Almanza: La frase, que es el texto clave del documental, tal como lo tenemos, esta frase: “¿Ustedes han visto la muerte?”, no sabemos quién la dice.
Ociel del Toa: Esa pregunta yo se la hago a Landrián, tocante al cadáver, porque la caja que se ve en el documental viene vacía, es un simulacro de entierro. Por eso Landrián se refiere, creo que en el documental Café con leche, al “fresco de Baracoa, el atrevido”, porque yo le pregunto: “¿Ustedes han visto la muerte, dónde está el muerto?”. Era porque el tal Pancracio que supuestamente había muerto, no aparecía...
Rafael Almanza: Claro, vamos, había un respeto por el muerto, Landrián era un hombre de sensibilidad, aunque estamos hablando de un muchacho que tenía entonces unos 27 años, no iba a filmar un muerto de verdad en este caso porque era muy humillante. Pero, con esa frase que usted le dijo, creo que usted realmente hizo el documental. Observen qué cosa tan interesante porque él [Ociel] dice esa frase en tono humorístico, como un fresco... sí, que lo mejor es ser un fresco. Martí tiene unos artículos en inglés cuando llegó a los Estados Unidos, en que dice “para un tipo muy fresco”, significaba también recién llegado, porque fresh tiene ese doble significado. Se puede ser muy fresco, ¿por qué no?, se pueden hacer peñas como esta, y se puede venir a la peña...
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Ociel del Toa: El transporte para nosotros era la cayuca, para subir y para bajar. La balsa la utilizábamos nada más para bajar, la balsa no se puede subir porque pesa mucho. Una cayuca sola pesa mil y pico de libras, más lo que le echábamos adentro, le echábamos 12 o 15 quintales. Ese era el medio de transporte de nosotros en el Toa. Ahí se sacaban mujeres que estaban de parto, personas enfermas, y también los muertos que morían en el monte.
Rafael Almanza: Las personas filmadas por Landrián siempre tienen una pregunta en la cara. En la fase final de sus documentales aparece el sonido, gente que habla. Lo que acaba de desgraciar a Landrián es que, en el documental Taller de Línea y 18 él le pone la cámara a un obrero, y este hombre dice con gran orgullo por qué habían pintado de amarillo la guagua, y era porque el Comandante en Jefe había mandado a pintarla de ese color. Eso fue ya lo que le puso la tapa al pomo, ahí sí dijeron “Ya, no más”. Habría que hacer una reflexión de cómo aparece la voz humana en este documental, y por qué no estaba en sus obras anteriores. Cuando apareció la voz humana, le costó todo a Landrián.
Juan Antonio García Borrero: En los años 70 se hacen películas, sobre todo de ficción, que son superiores a las que se hicieron en la década anterior en que la gente empezaba a filmar. Es imposible que en una década en que tú tomas por primera vez una cámara hagas las mejores películas del mundo. Entonces ahí hay un mito. Cuando empiezas a revisar las películas, ves que no, incluso Memorias del subdesarrollo se hizo al final de los años 60 y no al principio. Ahora, en el caso de Guillén Landrián, ahí había una especie de iluminación, algo absolutamente único. No vamos a contraponer a Guillén Landrián con Santiago Álvarez, porque Santiago lo admiraba. Hay un mito que dice que Santiago intentaba suprimir a Landrián, pero no era así. Yo me presto mucho al diálogo, no solo para darnos un abrazo, sino para debatir puntos de vista que nos hagan crecer a todos. Esto a mí me encanta. Me siento como en casa. [...] Después que Landrián regresa al ICAIC hace Coffea Arábiga (1968), donde introduce una gran experimentación, la música de los Beatles, “El tonto de la colina”, en un momento en que esta música estaba prohibida en Cuba.
Rafael Almanza: Lo peor, según dijeron, fue que puso los subtítulos, porque la gente oía a los Beatles pero la mayor parte de la población no sabía qué era lo que cantaban, pero él subtituló la canción. Entonces hubo la lectura de que The fool on the hill (El tonto de la colina) era Fidel Castro.
Juan Antonio García Borrero: Pero, fíjense que el propio Landrián dice que ese no fue su problema. Dentro del ICAIC nunca le censuraron el Coffea Arábiga, a pesar de que él no mostraba la euforia que había con el proyecto del Cordón de La Habana.
Rafael Almanza: Ese fue un documental por encargo, pero un encargo que les salió al revés.
Juan Antonio García Borrero: Donde sí tuvo su gran problema fue con Taller de Línea y 18, ahí sí ya. Lo interesante, cuando uno levanta la cámara y ve con perspectiva de conjunto, la obra de Landrián tiene que estar conectada con algo, porque nadie es una isla, aunque sea el más irreverente. Él conecta con Sara Gómez, y tendríamos que ver Una isla para Miguel (1968) donde encontramos algunas personas que tenían ideas religiosas y eran castigadas porque no cumplían con el paradigma del hombre nuevo. Conecta también con Tomás Gutiérrez Alea, porque al principio, cuando filman el carnaval de Memorias…, eso es Guillén Landrián. Todo eso se conecta como parte de una época.
Rafael Almanza: Querían que se filmara un pedazo de realidad que estuviera en función de la ideología. Por ejemplo, el pueblo cubano tenía que ser heroico. Bueno, qué más heroísmo que andar como Ociel con la cayuca por el río Toa. Ah, pero ese heroísmo no gustaba. La realidad era que había personas pobres en Cuba, y aparentemente no destinadas a desaparecer en la muerte y en la no historia.
Juan Antonio García Borrero: Lo más importante es que Ociel del Toa sigue ahí, y esa película se va a seguir viendo, ¿por qué?, porque es la mirada de Guillén Landrián antropológica, es el ser humano devuelto a su centro, ya no es LA REVOLUCIÓN, es el ser humano minúsculo, incluso superado por la historia en ocasiones.
Rafael Almanza: En el documental Un reportaje sobre el puerto pesquero (1972), aparece un letrero que dice que el ausentista es un cómplice del imperialismo. La cámara recoge ese detalle. Yo veo las caras que ustedes han puesto [todos los presentes están visiblemente asombrados], pero era lo que decía ese cartel. Él ponía solo la cámara delante de la realidad. ¿Qué tenían que cambiar? ¿La cámara o la realidad? Su cine es más de interrogaciones que respuestas. Él hacía una documentalística en que la realidad está por encima del individuo, y sus reflexiones son, como Francis ha dicho con una palabra clave, de una gran delicadeza, eso lo hace un caso único. La mayoría de los cubanos estamos muy equivocados, en realidad no hay nada más recio que una gran delicadeza. Juan Antonio ha subrayado que Landrián tenía conexiones con otros realizadores de la época. Claro, tiene conexiones con toda la gente del Free Cinema, con extranjeros y con cubanos como Sabá, Almendros... pero, creo que la mejor conexión que él tenía era con su propio pueblo. La gente era lo que lo inspiraba. Se ve en la forma en que fotografía a las personas, a los pobres.