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Sociedad cubana | Crónica de una carne anunciada

Las colas, el alza de los precios, la escasez de alimentos y la poda de árboles: un retrato de La Habana tras la pandemia.

Colas para comprar alimentos en Cuba.
Colas para conseguir alimentos en Cuba. | Imagen: Alberto Garrandés

Para Elsy, mi reina hermosa, que me sugirió el título.

Hay que advertirlo de entrada: no es que la realidad cubana sea novelesca (en los diversos estilos que adopta el realismo testificador), sino que la novela, como núcleo de eso que se denomina género histórico, aprende a ser novelesca mientras observa el fluir de lo real.

Mi esposa, que es una vestal pero también una guerrera, está a punto de salir al balcón y poner laticas con agua (para los gorriones) y con agua con azúcar (para los zunzunes). Por acá hay muchos zunzunes, pero las flores de los flamboyanes enanos (crecen en los parterres) no alcanzan. O son destruidas por una misteriosa orden de desmoche que, bien cumplida, atraviesa la ciudad desde hace tiempo.

Hay árboles hermosos que se quedan sin sus frondas, y entonces preguntas por qué y nadie sabe decirte. Solo se salvan las palmas gracias a un respeto absurdo por los símbolos.

Pero símbolos de qué, para qué. “No tocar las palmas”, podría uno leer en alguna directiva. 

"En Cuba la carne de cerdo se ha convertido en un bien lujoso..."

A veces siento que la maldad se apodera de todo como un olor persistente o como una mancha.

Entonces aparece el rumor, que crece. Comadreos, bisbiseos. Aunque no hemos abierto el balcón, sabemos que esa mezcla de voces con gritos breves y apagados y risas proviene de la calle, justo debajo del balcón. Nos asomamos. En cuestión de minutos ha aparecido, en los alrededores de la carnicería, una multitud. Esta es la crónica de una carne anunciada

En Cuba la carne de cerdo se ha convertido en un bien lujoso, ajeno a la “seguridad alimentaria”. Esa pomposa definición, que es tan solo un anhelo tan demagógico como absurdo, forma parte del pataleo teórico al que se aferran la ineptitud, la torpeza, la incompetencia y la improvisación.

Habrá carne de cerdo en piezas: piernas divididas, paletas, lomos, costillas. A 250 pesos la libra. Cada núcleo podrá comprar una pieza. La pieza es pesada y eso dará como resultado equis libras y el comprador pagará lo que deba pagar. El murmullo es tan grande que nadie escucha a nadie. 

El censo

Lo primero que ocurre es un censo. La persona indicada, un compañero pertinente y oportuno, va haciendo una lista de libretas, núcleos familiares y nombres. Todo es confuso y hay gritos y preguntas. “¿Y si quiero unas costillas con un pedazo de pierna?”, pregunta alguien. “No, compañera, si elige costillas serán costillas, y si elige pierna será pierna”, responde el compañero.

Colas y censo para repartir comida en La Habana, Cuba.
Para repartir la carne, lo primero que ocurre es el censo... | Imagen: Alberto Garrandés

Hay una compañerita que se acerca y pide hacerse oír. Lleva un coche con un niño. “Quiero hacer una pregunta, por favor”, grita. Se hace silencio. “¿Y si quiero comprar dos piezas chiquitas?”, indaga. “Eso lo ves directamente con el carnicero, porque las piezas chiquitas seguro no serán las preferidas de la gente y es muy posible que puedas comprar dos en vez de una”, explica el compañero idóneo.

La lista crece y crece y crece. “Habrá venta durante solo diez días”, exclama el segundo compañero indicado. O sea, el límite es más o menos el día 24 de diciembre. La celebración de la Nochebuena no puede esperar ni cancelarse. Pero como el refrigerador de la carnicería no es muy grande que digamos, el camión de la carne vendría puntualmente todas las mañanas, al amanecer, a dejar su preciosa (y preciada) carga.

La disfunción de la alimentación en Cuba

Es obvio que el país disfunciona en la alimentación, que es el conflicto todoterreno del primer gran plano de la existencia cotidiana en la Isla. Pero detrás de ese primer gran plano (un big close-up), cuyas micro-narrativas son incontables (y que hablan de la miseria, el empobrecimiento de la salud, el malestar y la pérdida de eso que se llama “una vida digna”), hay un segundo plano y hasta un tercero y un cuarto: la atención médica, la vivienda, el transporte público.

No se trata de nada nuevo. Cuando me refiero a las micro-narrativas aludo más bien a las testificaciones, esas que no quieren oírse y (menos aún) verse. 

Al ver la magnitud de la cola para obtener un turno con el que podré comprar la carne, decido irme a la panadería. Normalmente no almuerzo. Prefiero almorzar un pan con algo y un té. Y busco desayunar con cierto margen de corrección (un poco de fruta, pan, café y algo de queso, si logro hallarlo), aunque una frutabomba madura de dimensiones regulares puede costarme 130 pesos, y una mano de plátanos ya sale en 100 pesos, y el queso blanco ha llegado a los 230 pesos la libra.

Pero no hay pan, no ha llegado, están horneándolo. La harina llegó tarde y el pan demora aún. “Venga cerca del mediodía, mi padre”, me dice la vendedora. 

La panadería se encuentra a unos 200 metros de la carnicería. Cuando regreso, veo que hay ya unas 300 personas o más, agolpadas allí, apuntándose en la lista o procurando recibir un turno. El turno: un cartoncito rectangular con un vistoso número escrito con rotulador verde. Tengo ganas de meterme en la cama a leer The Marriage of Heaven and Hell (El matrimonio del cielo y el infierno), de William Blake.

Examinando la cola...

Cuando examinas una cola así en Cuba, notas algo tristísimo: la ansiedad de las personas, la temblorosa esperanza que las mueve, a lo que se adiciona algo tremendo: el 80 por ciento pasa de los 50 años. Las personas más jóvenes hablan, discuten y miran sus celulares.

Las de mayor edad, casi siempre mujeres, comentan lo que hay en el agromercado. Hay cebolla morada, muy útil para sazonar, pero no cebolla blanca, que es mejor para preparar ensaladas. Por ejemplo, una ensalada de tomates maduros con aros de cebolla. Tomates a 50 pesos la libra. Un mazo de cebollas cuesta 130.

En la entrada de mi apartamento (vivo en altos, por suerte), justo en la escalera que da a la acera, están los organizadores de la futura venta. Por allí veo un cochecito de bebé. Es rosado. Está vacío.

Estos preámbulos son meros anuncios de un poderoso trocito de felicidad. El primer envío de carne llegará hoy en algún momento. Pero como mi turno es el 366, tendré tiempo de irme al cajero del banco. Hay que estar preparado. Reparo, frente al cajero, en una anciana que vende cordones, tijeritas, scotch-tape y cucharas niqueladas. Al regresar del cajero veo al recogedor de latas y botellas del barrio. Siempre anda sin camisa, en shorts y descalzo.

Pero el verdadero co-protagonista de esta tragicomedia, donde la reina es la carne de cerdo (¿quién iba a decírnoslo?), es el sempiterno escombrero-basural de la esquina, justo frente a la carnicería. Orondo, desafiante, el depósito azul para los desperdicios se ha mantenido milagrosamente vacío, con su gran boca abierta y agusanada. 

Perro husmeando por comida en la basura.
"Un perro merodea por el basural y observa, intranquilo, a la multitud". | Imagen: Alberto Garrandés

Un perro merodea por el basural y observa, intranquilo, a la multitud. Un perro alarmado, inquieto, pero feliz de hallar la comida que busca.     

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Alberto Garrandés

Retrato de Alberto Garrandés.

(La Habana, 1960). Ensayista, narrador y editor. Ha publicado recientemente una autoantología de cuentos: Mar de invierno y otros delirios (Ediciones La Luz, 2018), Señores de la oscuridad (Ediciones ICAIC, 2019) y Demonios (Premio Alejo Carpentier de Novela 2016). Es también autor de numerosas antologías de relatos internacionales y del poemario erótico La máquina de Picabia (McPherson Ediciones, 2021).

Comentarios:


Senén Alonso Alum (no verificado) | Jue, 22/12/2022 - 12:11

El fin de año en Cuba se ha convertido en una desgracia, un problema de magnitud nacional, cuando la idea de su celebración busca totalmente lo opuesto.

https://linktr… (no verificado) | Jue, 22/12/2022 - 12:13

El fin de año en Cuba se ha convertido en una desgracia, un problema de magnitud nacional, cuando la idea de su celebración busca totalmente lo opuesto.

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