Una extraña y espectral sensación de vecindad articula tres hechos en un mismo contexto que sirve de trasfondo, pero también de atmósfera: La Habana hoy, a fines de 2022, cuando la orfandad material tiende a coincidir y equipararse con la orfandad ética. Los tres hechos, tan dispares, son bien chocantes, en especial si se los contempla y examina por separado.
Un trasfondo es contexto y cuadrilátero: zona de vida. Un lebensraum no expansionista. Y si ese trasfondo es, además, atmósfera, entonces se convierte en algo respirable. La Habana huele a veces muy mal, según por donde camines.
El primer hecho
Un día como hoy el escritor Yukio Mishima cometió seppuku después del secuestro, con parte de su tropa privada, de un general japonés.
Mishima quería protestar bien alto, por medio de su muerte ritual, contra la occidentalización de una tierra donde la decencia y el decoro no se encontraron nunca en el dinero, sino en las tradiciones, en la poesía y en los muy viriles códigos de honor. Y se rajó las tripas en un último acto de vergüenza, ira y reprensión. Un acto, justo es decirlo, afincado en el alma romántica de un hijo espiritual del Imperio.
El segundo hecho
El paisaje de los basureros en La Habana, que tiende a configurar un espectáculo de decadencia moral. Esta especie de escenificación espontánea tiene el efecto de inducirnos a pensar que estamos frente a una metáfora muy eficaz de la ruina. La ruina como concepto y como atributo.
Una metáfora, justo es decirlo, tangible, llena de realidad. En La Habana, vista en tanto expresión concentrada de Cuba, uno pierde hoy ese antiguo y candoroso sobresalto de recorrer una Ciudad Maravilla. Y es que no lo es. O lo fue en algún momento del pretérito. Los solares impresumibles de la calle Teniente Rey, por ejemplo, nada tienen que ver con la opulencia restaurada del Capitolio Nacional.
El tercer hecho
Hace unos días las incontables ficciones de Twitter derivaron hacia un relato que, de ser cierto (y las certezas habaneras siempre hay que tomarlas cum grano salis), representaría la desolación, la amargura y el doloroso absurdo que es la vida cotidiana en Cuba.
Resulta que, según Twitter, en algún barrio de la capital hubo un encuentro sexual entre varios hombres y una mujer, una cita de sexo que acabó en denuncia por violación.
Lo que se especula es que había, en efecto, un grupo de hombres, y que la mujer, por dinero, había accedido a esa orgía unidireccional (no era un “todos contra todos”, lo cual habría convertido al hecho en otra cosa, sino un “todos contra una”). Twitter insinúa, aquí y allá, que al parecer no hubo una resolución satisfactoria con respecto a la cifra antes pactada, y que la mujer, en venganza, optó por denunciar a los hombres.
Vistas las cosas así, supongo que no era una orgía. O lo fue, pero dentro de parámetros dominados por el dinero. ¿Una orgía entre conocidos, o entre dos o tres conocidos a los que se sumaron algunos invitados? Estamos ya en el ámbito de la literatura. O de la testificación literaria, que no es lo mismo pero es igual.
La morbosidad realista en el presente tecnológico
Nada de eso me consta, y en lo que a mí concierne le doy el tratamiento de una ficción novelesca, como otras tantas que uno puede ver no solo en Twitter, sino también en Facebook, que ha devenido una especie de portal de bodega cubana donde hay una aburrida cola y los participantes, reunidos porque “sacaron” nuevos productos, se ponen a saludar, a decir cosas, a recrear o inventar o recordar historias, todo con el propósito de ser escuchados y atraer la atención por unos minutos, un día, o una semana (con suerte).
La historia de una mujer que de momento se prostituye (supongamos que no es una profesional, que las hay) porque necesita dinero (para sí, para su familia) es ya un emblema. Uno no puede distanciarse fácilmente de eso. Y de pronto Twitter declara que varios hombres entran en escena. De ser cierto ese encuentro, que imagino turbulento y muy salpimentado, ¿alguien filmó algo?
La morbosidad realista es, en el presente tecnológico, cuestión de videos breves, independientemente de la experiencia directa.
Hoy día son muchos los jóvenes cubanos que se filman masturbándose o que hacen videollamadas (parejas, encuentros casuales en grupos de WhatsApp, en canales de Telegram) donde el anhelo básico es tener un rápido, complaciente y tenaz sexo virtual. Y ser, de paso, sus propios protagonistas.
Las filmaciones, cada vez más cualificadas, integran el repertorio de algo tan endeble y frágil como prometedor: la industria pornográfica insular.
Yukio Mishima imaginado en la Habana Vieja
Imagino a Yukio Mishima desandando, en su sueño de muerte, ciertas calles de la Habana Vieja (no las patrimoniales sino las otras), y tropezando, de vez en vez, con basureros infames, llenos de gente pobrísima que hurga en los desperdicios.
Un Mishima asombrado como puede asombrarse alguien que se dedique a la poesía y se le ocurra caminar, fantasmático, por La Habana para, mientras la descubre, ir calibrando las diversas pulsiones de la Ciudad Maravilla.
En el trayecto hallaría mucha penuria, pestes inenarrables, jugadores de dominó (alumbrados por la linterna de algún celular) en las aceras ensombrecidas por los apagones, perfumes caros, bares singularmente refinados y con precios enmudecedores. Y una prostitución resbaladiza, casi indetectable, que no es la que se manifiesta, con los poderes del deseo abierto y sin condiciones, en el malecón de la ciudad.
Mishima, La Habana, dignidad, dinero y sexo
Mishima se muere hoy y su cabeza cortada adorna un papel de arroz donde la sangre del tajo se va secando. A un lado, la daga destripadora. Al otro, el sable de su ayudante más querido, Koga, el que lo ayudó, eficaz, a morir con dignidad.
Más allá, bajo la luz vacilante de una esquina, un basurero transitado por gatos y recogedores de botellas. Botellas que, después de mal lavadas, sirven para envasar la pasta de ajo o de tomate que se vende en los agromercados.
Sobre una pared, en actitud de descanso, un jovencito espera por algún cliente. Tiene dos hambres encontradas: la del dinero y la del sexo. Pero si la que predomina es la primera, se va a la entrada del bar y allí aguarda. En cambio, si es la segunda no perderá tiempo y se irá derechito al malecón, en las inmediaciones del Parque Maceo, o en algún segmento donde los faroles patrimoniales no lesionen la intimidad.
A lo lejos, pero no tan lejos, una mujer huele el aire de la noche. Y se atreve a preguntar el precio de las micheladas.
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