El refrán más encriptado que he escuchado en mi vida es el que reza: “El hambre hace parir jimaguas”. Si hubiera sido su amigo, le habría pedido a Umberto Eco que me lo decodificara.
En mis averiguaciones “por los campos de Cuba”, me han transmitido tantas lecturas sobre él que al final las respuestas casi me hacen parir trillizos.
Lo verdaderamente cierto es que el hambre, además de provocar la tristeza y los dolores más fuertes que existen, ha servido a la Literatura Cubana como caldo (¡jum, de pollo… o de pescado!) para textos trascendentales. Estoy convencido de que Onelio Jorge Cardoso tiene que haber escrito su fabuloso cuento “El hambre” con mucho dolor y mucha tristeza.
En Cuba, que existe un regusto por ponerle nombrecitos a los años, títulos rimbombantes a cosas y momento de su historia: “Primera gran derrota del imperialismo en América”, “Primer territorio libre de analfabetismo…”, bien podrían llamarle a la década del noventa del pasado siglo: “Década de la gran hambruna”. Aquello fue de hacha y machete.
Justo en los noventa, por hambre etílica (que es otra tipo de apetito), surge el afamado Club del Poste cuyos primeros integrantes: Ricardo Riverón Rojas, Williams Calero y Jorge Luis Mederos (Veleta) se dedicaron a cambiar versos por tragos en su sede inicial de El Mejunje santaclareño. Los bebedores del sitio les contaban sus cuitas y por un doble de ron barato los del Club le “sacaban” su décima.
Años más tarde realizaron el único crecimiento con Yamil Díaz Gómez, a quien en su siempre certera y sabrosa chanza el perito de Camajuaní René Batista apodara "El Capitán Almuerzo". Según René ni bajo huracanes categoría cinco Yamil dejaba de visitar el comedor de la Uneac justo a las doce del mediodía.
Resulta sorprendente como cuatro autores con un sentido del humor tan diferente consiguieron tal armonía que ha hecho reír al mundo literario cubano.
El hambre y la comida ha sido un tema que no ha escapado de las mordaces lenguas de los del Club.
Comparto hoy esta triada.
El Caimán Panzudo
(eltorniquete@gmail.com)
El picadillo de soya
El picadillo de soya,
invento de un negro congo,
se fabrica con mondongo
de lagartija criolla.
Usted lo pone en la olla
como si fuera de res
y aunque una y otra vez
lo hierva con agua y sal
el sabor a matorral
no se le quita en un mes.
Mi amigo Julián, el mocho,
que cría después de viejo
tiene tremendo complejo
pues cree que come sancocho.
El otro día, a las ocho,
tuvo como un espejismo
pues su puerca con civismo
le dijo por lo bajito:
“No me llames chito chito,
que ya comemos lo mismo!
La colección Mortadella
Si Río tiene Ipanema
y Londres tiene el Big Ben,
Santi Spíritus también
ha descubierto su emblema.
Rosendi, en un buen poema
dijo en forma lapidaria
que ya cree necesaria,
aunque no resulte bella
la colección “Mortadella”
de Ediciones Luminaria.
Visión de futuro
Para el 2022
me propongo estar en talla
con el estómago a raya
y mucha confianza en Dios.
Comeré menos arroz
para no engordar: la meta
es practicar la receta
que algún cadáver me ha dado
y vivir con los mandados
que me dan por la libreta.
El Club del Poste
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