Santa Clara, Cuba | El Torniquete | 19 Oct 2022 - 01:10:40
El refrán más encriptado que he escuchado en mi vida es el que reza: “El hambre hace parir jimaguas”. Si hubiera sido su amigo, le habría pedido a Umberto Eco que me lo decodificara.
En mis averiguaciones “por los campos de Cuba”, me han transmitido tantas lecturas sobre él que al final las respuestas casi me hacen parir trillizos.
Lo verdaderamente cierto es que el hambre, además de provocar la tristeza y los dolores más fuertes que existen, ha servido a la Literatura Cubana como caldo (¡jum, de pollo… o de pescado!) para textos trascendentales. Estoy convencido de que Onelio Jorge Cardoso tiene que haber escrito su fabuloso cuento “El hambre” con mucho dolor y mucha tristeza.
En Cuba, que existe un regusto por ponerle nombrecitos a los años, títulos rimbombantes a cosas y momento de su historia: “Primera gran derrota del imperialismo en América”, “Primer territorio libre de analfabetismo…”, bien podrían llamarle a la década del noventa del pasado siglo: “Década de la gran hambruna”. Aquello fue de hacha y machete.
Justo en los noventa, por hambre etílica (que es otra tipo de apetito), surge el afamado Club del Poste cuyos primeros integrantes: Ricardo Riverón Rojas, Williams Calero y Jorge Luis Mederos (Veleta) se dedicaron a cambiar versos por tragos en su sede inicial deEl Mejunje santaclareño. Los bebedores del sitio les contaban sus cuitas y por un doble de ron barato los del Club le “sacaban” su décima.
Años más tarde realizaron el único crecimiento con Yamil Díaz Gómez, a quien en su siempre certera y sabrosa chanza el perito de Camajuaní René Batista apodara "El Capitán Almuerzo". Según René ni bajo huracanes categoría cinco Yamil dejaba de visitar el comedor de la Uneac justo a las doce del mediodía.
Resulta sorprendente como cuatro autores con un sentido del humor tan diferente consiguieron tal armonía que ha hecho reír al mundo literario cubano.
El hambre y la comida ha sido un tema que no ha escapado de las mordaces lenguas de los del Club.