NOSTALGIA
Tan fría es la ausencia
que hasta el silencio
se hiela.
ÁRBOL EXTRAÑO
Silenciosamente va la savia a desembocar en las
delgadas orillas de la hoja.
Saint John Perse
Contemplo un árbol ceniciento
cuyas raíces
—pálidas de frío—
se succionan entre sí,
absorben toda savia
—autóctona emigrada—
en su existencia gris,
hambriento de suelo.
Observo sus abundantes hojas
serpentear colores vivos
de ese trópico anhelado, ¡tan lejano!
Es el hogar ausente
que en cada rama juega su niñez,
son esas casas del destierro llorando quedas.
Así, el triste árbol solitario
sin lecho propio
abandonado al infortunio del caminar incesante
—sin llegadas—
quizá logre ver
entre la intensa niebla
la tierra que lleva en sus ramas:
ese paisaje de la cara taciturna
que musita nostálgicas evocaciones fugaces.
Más un día, hijo, lo volveré a trasplantar,
ya definitivamente,
aunque pueda pasar que tampoco allí encuentre morada,
que no se sienta realizado en casa,
que después de tanto recorrer por el mundo
su pequeño lugar de nacimiento le sea ajeno.
Y será otra vez extranjero:
irreversible meteco,
noria de los pasos.
Porque después de todo este constante emigrar,
a lo mejor hasta para ti,
llegue a ser un desconocido más.
Pero seguro, el árbol, se sentirá siempre extraño,
incluso para él mismo.
POETA ERRANTE DE TODO BANDO
Para Carlos J. Báez Evertsz
…hasta escribir una carta es cosa penosa.
Luis Cernuda, carta a J.L.L., 1953.
Desterrado de sí mismo
como una provocación más en su vida
siempre le acompañó el poder subversivo de un poema.
Lacerado hasta el infinito
—poeta errante de todo bando—
sufrió la censura de los sectarios
y el olvido impuesto en textos,
ya superados por la Historia.
Como una de sus destartaladas maletas
—siempre prestas tras la puerta—
jamás logró el regreso ansiado.
Su vida trascendió rota
—perpetuándose como un dandy—
Poetizando a diestra y siniestra.
No obstante, comprendió a tiempo
lo frágil que son las fronteras,
incluido su mejor sueño o su mayor anhelo.
Este hombre masticó el exilio
y toda desesperanza le fue ajena.
DÍPTICO DEL ETERNO EXILIADO
Para José Mario, in memoriam
Soy un exiliado total
Guillermo Rosales
I
Nos quedamos con tantas dudas e interrogantes
que faltó más de una conversación
con la frecuencia del abrazo que todo lo sella.
No obstante, ahora revives en la cercanía de nuestra memoria,
justo cuando has iniciado un viaje sin retorno
con tus ciudades amadas como equipaje:
esas interminables calles neoyorquinas,
tus sueños en un tranvía lisboeta,
taciturno quizá en Café de Flore
o la presencia en Praga del verdadero rostro humano
sesenta y ocho veces congelado.
Hasta tu cotidiano caminar por los madriles
—de Lavapiés a Sol y vice-versa—
donde repites con la ebriedad de tus versos
la travesía de los deseos.
Pero aún falta regodearte en otras latitudes
que reclaman tu regreso,
en este preciso instante
cuando deambulas en la nada.
Ahora que no necesitas ningún trámite
para volver a tu Isla,
porque llevas su mapa incrustado en tus neuronas.
Y así trasnochas como fantasma en tu Habana,
ansioso de recuperar todo aquello que te sostuvo en vida:
El Gato Tuerto, La Roca, el puerto;
El Pastores o la Rampa,
hasta la escalinata que libertino frecuentabas
con la lucidez de tus poemas más subversivos,
irremediablemente proféticos de tu posterior destino:
¡Un Rimbaud que ardía en el trópico
mientras toda querencia se convertía en cenizas!
Necesitabas volver a ese espacio vital
de tu primer bautizo amoroso,
como el alegre y travieso adolescente
que asombraba a su entorno familiar leyendo a Proust.
Sentar tu precocidad en la lujuria del Malecón
y ver escapar los abrazos idos
que retornan con la incertidumbre del oleaje,
donde el susurro de otras voces
danzan en la intimidad de un caracol
y repiten con la sonoridad de la nostalgia
el ceremonial de esas canciones
—preferiblemente de Bola de Nieve o de Vicentino Valdés—
grabadas en la lluvia de tus recuerdos
en un bar sin nombre
de una esquina cualquiera.
II
Tan caro precio pagaste por el amor de ese paisaje
que tan solo se escucha el triste eco de tu voz.
Con tu poesía rodeas la esencia del verdor insular,
vitral ausente de todo tipo de emblemas patrios.
Sin datos inscritos en tu pasaporte
deshaces la telaraña de tus ensueños
y confirmas la más trágica verdad:
los hombres son más libres después de muertos.
Al final, quemaste tu vida a grandes sorbos:
rebelde, iconoclasta irreverente,
doblemente exiliado,
poeta maldito en tu tierra y en el destierro.
Precursor de tantos enfrentamientos,
rechazas la fugacidad de las vanidades
—incluido los transitorios ismos—
y nos dejas tu paso por este mundo
como un enigma injustamente inacabado.
Portador de la más cínica sonrisa,
ya saltas y brincas a tu libre albedrío,
a carcajadas te retuerces
de toda pequeñez humana.
Repiensas tu vida como un misterio
al borde del más inusual abismo.
Rehaces tus huellas
como testigo de un época
teñida de sangre a borbotones:
¡Ay Cuba!
La historia se equivoca tantas veces.*
* José Mario