Las copas sobre el diván aún guardan los vestigios de
las lágrimas,
cual piernas abrazan el cristal, es el «oro líquido»,
testigo
de la orgía junto al dibujo de carmín sobre los bordes
del vidrio.
Una sombra descompuesta se hunde en la pared,
con ella arrastra otra sombra, como un títere la levanta
para sepultar detrás de la alfombra su cabeza.
Oscilan las lámparas y mariposas violetas se posan sobre
la carne
junto a la daga que entra y sale, hace surcos subterráneos
y perfora,
como una saeta al rojo vivo deja el eco del gemido.
El fluido que se esparce deja sepultadas
las alas de las mariposas violetas,
junto al rayo de luz tenue que ilumina la lividez del
rostro,
la tiniebla de sangre convertida en lecho.
Un sendero de pétalos es el edredón del cuerpo,
el sudario que aún absorbe las últimas gotas
del Chateau D´Yquem Sauternes en el aire,
aún se percibe su aroma como un salto de delfines,
juega sobre los labios, corre entre los pechos hasta
llegar
al sitio más vulnerable donde quedó la daga clavada
para siempre.
La brisa no mece las láminas de cuarzo,
la quietud es cómplice, sólo el tic tac del reloj,
junto al chasquido de las verjas, acusan al silencio.
¿Dónde están los espíritus celestes que debían socorrer
con música celestial este espacio?
¿Aún están sujetos por demonios con nombre de
lujuria,
o se han quedado dormidos?
Una mariposa ciega intenta prolongar su vuelo,
un último estertor la aniquila para caer justo sobre el
vientre
abierto, servido y mudo.
Publicado originalmente en la antología Más allá del miedo es mi casa “Mujeres poetas contra la violencia” (Ediciones Deslinde, Madrid, 2021), con selección de Ivonne Sánchez-Barea e Ileana Álvarez, y prólogo de Milena Rodríguez Gutiérrez.