Frank Castell responde (fragmentos de diferentes entrevistas): “Desde que comencé a escribir lo he asumido con total libertad. Escribo lo que siento y padezco. Sé que por eso no gano premios ni soy de la gran escena que representa a Cuba ante el mundo. Cuando escribo lo hago por mí y por los que no pueden llevar a la página en blanco su vida. / Llevo diez años en este lugar [Puerto Padre] escribiendo como un desesperado náufrago, porque tengo un compromiso con el tiempo, y mi obra es testimonio de este país. En los pequeños pueblos de Cuba se viven intensas historias, conflictos más trascendentes que en La Habana o en cualquier otra ciudad. / La vida del escritor es solitaria. Eso no quiere decir que no tenga amigos, a quienes respeto y protejo. Pero un escritor es una piedra en un zapato porque su compromiso es con el futuro. / Trato de expresar un discurso lo más lejos posible de las modas que tanto daño hacen al espíritu. Por eso prefiero mantener distancia de las grandes concentraciones, de la poética estéril y oportunista. Mi preocupación es perder la capacidad de decir lo que pienso.”
FILOSOFÍA DEL INVISIBLE
Si yo pudiera convencerme
de que al final todo es en vano
no escribiría sobre la conciencia de los poderosos.
Ellos no me conocen,
y si me conocieran
no entenderían mis palabras.
El curso de la historia es inviolable
y el poeta es el ser más invisible.
Si yo pudiera convencerme de la realidad
no me jugara a diario la vida escribiendo.
LA FE
No tengo motivos para celebrar. Soy un esclavo de la literatura, que se traduce en miedo a ser un hombre oscuro. Mi capital consiste en un tomo de las obras completas de César Vallejo, algunas revistas y el raro don de exorcizar demonios.
A veces gano algún premio y los días se abren y puedo repartir entre los míos esas migajas. La realidad es cruda, pero no encuentro una razón para olvidarla. Es sonreír con las mejillas pisoteadas pensando siempre en la virtud. No soy de los que añoran banderitas y palabras nada comprensibles, salvo mi nombre de las bienaventuranzas y de los traidores, porque al final la calle me espera como al peor de los transeúntes.
Quien se marcha de una ciudad y escribe poemas difíciles no queda exento del olvido, ni de Dios. Por eso me arranco la piel y busco la libertad o el gozo de no doblar estas rodillas. De todas formas existe el mar y es suficiente.
BARRO SOBRE EL BARRO
El día sin el sonido de un verso. Es tan monótono habitar con animales pacíficos o tal vez pago la deuda de mi padre.
Miro el malecón desde lejos y doblo a la derecha para arrancarme lo que sobra. Solo con mi patria a cuestas y el cielo atravesado en mi pupila.
El día en blanco o en negro, da lo mismo. Puede que el espejo engañe al transeúnte y su bolsillo incierto. Pero mi ritmo es diferente y la patria duele sobre mi espalda.
Miro las señales, manotazos en el rostro que ignoran quién soy. Miro la secuencia y siento la vida arder.
La patria va sobre mí. Pero no sabe que existo.
RESIDUOS ÍNTIMOS
El aire sobre mi cabeza,
los versos que perdí,
los tragos en un bar,
la suerte de escribir el fuego,
o atravesar los límites
me dejan solo
entre el absurdo y Dios.
LA SUERTE DEL OLVIDO
Mi padre fundó los altos sueños.
Entró a La Habana
cuando La Habana era imposible.
Nadie le advirtió sus calles duras,
el viento inevitable
y la mirada poco neutra del Che.
Eran tiempos difíciles
—según la prensa—,
tiempos de cervezas baratas
y corazones limpios y distantes.
Mi padre se quedó sobre la cuerda floja
y los disparos.
Quién mejor que él
para fundar los altos sueños
y descubrir los ojos de una vida remota
remota,
tristemente remota.
Los ojos de mi padre
son dos faroles olvidados,
fantasmas de la felicidad
que ya me desconocen.
“Quiero sentir el aire
como una procesión de luces.
Quiero ver a La Habana”,
dice,
en el camastro de los que van a morir.
Antes, mi mundo eran las fotos
en cualquier sitio de La Habana.
Recuerdo mi niñez,
el pálido dibujo
y la quietud,
la eterna quietud de su rostro.
Mi padre, que fundó los altos sueños,
y conoció a ministros
y pudo hablar con el Che en el 61
y se guardó dos balas en su brazo izquierdo
cuando el Escambray,
ahora se muere solo y pobre
mientras la vida cruza la calle
como un perro.
HEREDIA Y YO
Yo también he sido un desterrado.
No me convida nada,
ni las perdidas olas
ni las sirenas que vuelven y desnudan
la sombra de tantos peregrinos.
No puedo ser la imagen
que en silencio se compadece
del dolor ajeno.
No soporto más
este letargo.
Miro mis ojos pobrísimos
dormirse mientras las calles
permanecen vacías.
Tú dejaste el odio
cuando elegiste ser el Niágara infinito,
cuando en las tierras,
extrañas como luces,
sentiste que Dios
borraba tu silencio.
Sólo me duele ver
las aves que se marchan,
el cielo gris
y un mar distante que nos une.
Es duro que nadie nos comprenda
y seamos dos hombres
vencidos por la soledad.
Es duro esgrimir un arma
cuando la fe
es una patria sin retorno,
cuando las voces
no nos buscan
y el salitre
tiende a confundirnos.
Nunca esperé los pájaros,
nunca puse mis sueños
en un cristal de ausencias.
Por eso estoy de espaldas a la isla
con el orgullo ciego de un rapsoda
que espera ser el mar
que nunca vuelve.
AGUJEROS
Para Ray y Margarita
Hace calor y Puerto Padre
es un punto que recuerda
mi condición de forastero.
Podría mentir hasta dejar los ojos
cansados o ausentes
en cualquier parque
donde exista un país.
Ya todo es posible,
hasta escribir poemas
citando a Borges o a Kavafis
pero sería absurdo.
Debajo de mí hay una calle triste,
la sueño y me nombra,
la olvido y me sueña,
la nombro y me olvida.
Ay, qué lento avanzo,
qué frío suele ser
el interior de una mirada,
o los dibujos sangrados,
o esta locura.
Hace calor y Puerto Padre
pone ante mí un espejo
mientras el árbol
ya no quiere ser árbol
sino puente
y los niños pasan
y otra vez soy invisible.