I
Todos los días son iguales, al menos eso dicen. Campanas sonando, gente cabizbaja, perros desposeídos, cosas malas y pocas buenas que se manifiestan en cada inhalación del oxígeno, a veces con olor a gas, otras a manteca rancia. Derrumbes, muebles rotos y mente rota; almanaques mal colgados, y al parecer, muy dentro, esos herrumbrosos deseos de vivir, pero, en fin, deseos de flotar, aunque el agua esté contaminada.
Yo siempre sigo el mismo protocolo: comienzo el día, todavía acostado, con alguna canción folk llena de una nostalgia que no conozco; café, una caja de cigarros y, después, cuando ya estoy plenamente despierto, enciendo la laptop, pongo a correr un video de Rush o Jethro Tull y todo está listo. Así sucede cada día apenas me levanto, y creo que funciona.
Pero hoy ha sido distinto; la calle hierve desde anoche y la ciudad ha despertado alborotada. Hace par de días que seguimos las noticias. Creo que la copa se colmó; algo está sucediendo, y me he dicho: por fin.
"Patricia es un ser de otro mundo. Hoy trae una caja de chucherías porque intuye que el día será largo."
De manera que, a pesar del tedio y la falta de alicientes para decir que La Habana vale la pena, hoy doy gracias porque algo ha comenzado a moverse, y ya es hora de poner los puntos sobre las íes. Nos hemos citado aquí en mi casa-refugio-cueva para salir a hacerle frente a este nuevo reto.
Ella fue la primera en llegar. Cuando entra así de sopetón, con su andar rápido y ese olor a algo distinto que solo Dios sabe de dónde carajos procede, todo cambia en la casa; incluso los colores de las paredes y hasta la atmósfera se reordenan al divisar a esa cosa peluda y nerviosa que entra dando razones para amarla. Mis socios de borrachera y discusiones sobre arte y sociedad, que también la adoran, tienen la misma teoría: Patricia es un ser de otro mundo. Hoy trae una caja de chucherías porque intuye que el día será largo.
Muchas veces intuí que este sería un otoño fatal debido al encierro y al calor bestial que nos abrasa a pesar de ser noviembre, pero cuando pienso en nuestras vicisitudes, mi única salida es gritarle a todos que Patricia es el único ser en este mundo que me aplaca la “fundidera” natural que llevo dentro. Estar fundío no es algo gracioso, pero soy tan tímido que no encuentro la forma precisa para extraer de mi estómago todas esas palabras malditas que explicarían que yo no puedo pensar ni dormir alejado de Patricia. Todos lo saben, pero nunca han logrado sacarme una perra confesión.
"Lo reventaron, y hoy da clases particulares cuando puede conseguir algunos alumnos pidiéndole repasos."
Aquella vez, sentados en el malecón, casi frente a donde muere 23, desarrolló con tanta claridad la teoría de que ser predecibles es peor que ser mudos, que palpó candorosamente ese cajón lleno de trastos que tengo por dentro, y lejos de tomarla de la mano, besarle el dedo meñique o decirle que la amaba a pesar de estar ambos en esta mierda de país, me quedé gitano y castrado de ideas. Esa noche tuve que decirle que la única medicina que me libra de la represión, el hambre y la miseria de este país, es estar conversando con ella por media hora; pero no lo dije, y eso me desmorona.
II
Manolo me despertó temprano con un timbrazo. Cuando sonó mi destartalado Iphone, supe que algo había arrancado como un motor de trasatlántico; me contó los pormenores y me pidió citar a la tropa para que saliéramos lo más pronto posible.
Su vida es muy jodida desde que lo “tronaron” por explicar en sus clases de Historia del Arte que la creación artística siempre será un pasaje más allá de cualquier ideología dominante. Lo reventaron, y hoy da clases particulares cuando puede conseguir algunos alumnos pidiéndole repasos. Manolo se parece un perro Husky, incluso el calor lo daña tanto que lo jodemos gritándole que ladre. Alguna vez intentó dejarlo todo y meterse a taxista, pero su vena con el arte fue demasiado fuerte, y aquí sigue, tratando de sobrevivir en un mundo donde su talento no vale ni diez centavos.
"Por eso estamos prestos, y si la calle arde, aportaremos nuestra carne como material inflamable."
Yo no soporto ver jodida a la gente que quiero; todos estamos cargando en nuestros lomos algún problema por ser como somos. Y es que ya en esta ciudad no se puede pensar con seriedad ni podemos decir cívicamente todo lo que tenemos dentro. Nunca se ha podido, eso está claro, pero en los últimos años hemos sentido que la cadena atada a nuestros pies, y el candado en la boca, han adquirido una mayor presión sobre nuestros cuerpos ya flácidos. Por eso estamos prestos, y si la calle arde, aportaremos nuestra carne como material inflamable.
Rolando llegó de segundo, y sin saludar entró directamente a la cocina para preparar el café. Patricia y yo lo seguimos con la vista, y él, al ver nuestra sonrisa de satisfacción, solo atinó a decirnos: De pinga… cómo está la calle.
Sus dedos son tan largos que aseguramos que puede acariciar a cualquier muchacha a veinte metros de distancia; su sombra en la pared de la cocina nos da mucha risa, porque se nos parece a aquel muñequito que salía en la televisión llamado Toqui.
"La Habana debería ir al cielo también, y Cuba entera."
Vivió en Guadalajara un año, pero regresó para acabar su carrera en la universidad, lugar donde también, como casi toda la gente intranquila e inteligente, ha tenido mil rollos.
Cuando me hagan el juicio final le pediré a Dios que le de asilo en el cielo a mis amigos. Patricia, por supuesto, estará muy cerca de mí, comiendo mi desayuno y yo regalándole helado de nubes y cosas deliciosas que solo habrá en el cielo; pero Rolando y Manolo también estarán allí, y bajaremos los domingos a la tierra para pasear por las destruidas calles de mi Habana, viendo sus paredes cuarteadas a la luz del sol, y tratando, desde nuestra condición de ángeles, de librar del sufrimiento a todos los caminantes sin destino que miran cabizbajos las señales en el fango.
La Habana debería ir al cielo también, y Cuba entera, pero primero tendría que hacerse una limpieza de los miles de hijos de puta que han destruido la tierra, las ciudades y el alma de sus habitantes. Así estamos, prestos a marchar y a comenzar la auténtica feria de La Habana.
III
Las noticias vuelan como flechas; hay muchos congregados frente a las rejas del Ministerio de Cultura. Tenemos que salir.
Patricia nos brinda pasteles y Rolando nos sirve un buen café. Hoy, cuando comencemos a gritar en pos de la libertad de expresión, diré a toda voz que amo a Patricia. La conexión universal me dará fuerzas para hacérselo saber. Creo que lo sabe, pues me mira con un brillo en los ojos que nunca he visto.
Ella también ha tenido muchos rollos en su vida, y casi todos han sido porque nunca se dejó mangonear por nadie, y mucho menos por un tipo de la UJC que quería templársela, pero sabiendo que ella tenía un expediente abierto por ser “lengüilarga” y no tener miedo de decir lo que piensa, lejos de tratarla con respeto y cierta dosis de amor, le hizo la guerra “ideológica” de tal modo, que tuvo que pedir la baja de su trabajo como filóloga.
–Mierda para todos– fue lo que dijo en pleno uso del castellano.
Yo sé que dentro de Patricia hay una avenida bien pavimentada que comienza en sus ojos, y después de pagar el peaje, podré pasear por su cuello, su garganta tan bien resguardada, y visitar el hotel cinco estrellas que está ubicado en su corazón. Allí habrá piscina, cabaret con música de Los Beatles, y la vista será magnífica, pues será el paisaje que ella sueña desde su mente vaporosa.
En ese lugar estaré toda mi vida, viendo las montañitas a lo lejos, los campos sembrados y un lago inmenso lleno de gente feliz, como ella sueña. Beberemos vino tinto y café machiatto, y olvidaremos el odio exterior y las miserias humanas de un país que se hunde. Después bajaré a su ombligo, luego a su vagina, para allí bañarme con sus líquidos y tirarme húmedo por sus muslos durísimos como una piedra en medio del desierto.
"(...) y yo, que soy medio comemierda, a veces creo que la gente es más imbécil que feroz."
Si todos los culpables de que tengamos que salir a protestar hablaran con Patricia dos minutos, la vida de los cubanos sería mejor, y no habría problemas, ni acusaciones, ni artistas censurados, ni presos, porque Patricia tiene el don de decir las cosas con sabor a miel. Si supieran que cada intelectual que sale hoy a la calle podría estar toda la vida soñando con ella, habría paz en Cuba; pero las cosas no son así, y yo, que soy medio comemierda, a veces creo que la gente es más imbécil que feroz, pero aun así, sigo siendo un comemierda, pues sé que hay gente mala y corrupta que nos han hecho la vida un desastre.
– ¿En qué piensas?– me dice ella con una taza de café en su mano derecha y un cigarrillo en la izquierda.
Con esos jeans apretados su cuerpo es algo especial. Carajo, pienso, si no fuera por ella, yo no amaría ni la libertad ni el deseo de un país decente.
–Pensando, pensando en mil cosas.
–Ya Manolo está al llegar, y seguro viene con más gente. Voy a hacer más café para todos. ¿Quieres otro poquito?
Y sin esperar mi respuesta, sale despavorida a la cocina mirando la hora.
Tocan a la puerta y es Manolo, acompañado de Yaima la pianista y tres jóvenes estudiantes de arte.
El team está completo. Todos sentados en mi destruido sofá con olor a colchón de judo, compartimos rápidamente las experiencias de lo que queremos y lo que está sucediendo. Yo, que soy el único no titulado en arte, aunque me he pasado la vida leyendo ciencia ficción y poesía francesa, y que además, he tenido muchísimos rollos por ser amigo de esta tropa, solo pienso decirle a los manifestantes, cuando todo se ponga caliente, que amo a Patricia, y que la libertad del intelecto descansa en sus ojos. Sé que ellos entenderán.
Además, ser activista por los derechos culturales y estar loco por una muchacha como ella son ideas gemelas; pero quizás, como aquella vez en el malecón, me quede callado mirando a todos dar opiniones sobre la censura, la represión y cárcel, y yo no quiero romper el ciclo de emancipación grupal con un criterio fundamentado en el cuerpo de Patricia, aunque a mi modo de ver, sea la misma idea. Posiblemente comience a gritar Libertad, mirándola fijamente a sus ojos; ella me va a seguir, y entonces le agarraré las manos y a un grito unánime sobre la paz de Cuba, le diré que la amo.
IV
Ya estamos al salir, y ahora recuerdo que mis zapatos están húmedos y los otros tienen tremendo hueco en la suela derecha. Iba a ir a casa de Fermín, el zapatero del barrio, pero con todos estos acontecimientos lo olvidé. Tendré que ir a la manifestación en mis chancletas de baño, pero en fin, es igual o mejor, porque hoy se van a definir dos cosas: la libertad de los cubanos y mi unión con Patricia. Tengo que tener cojones para las dos actividades de la noche, pero con estos amigos que me animarán, los ojos y la melena de mi chica, y todos esos derechos que debemos recuperar como gente decente, lo lograré.
–¿Nos vamos? Ya es tarde– dice Rolando con sus manos largas como palmas reales.
Todos chequeamos nuestros bolsos, las vituallas, algunos libros de poemas para declamar en alta voz si no quieren escuchar nuestras demandas.
Y allí va ella, como ángel de la manada. Mira al grupo plenamente feliz que se acerca a la puerta.
Me clava la vista, y yo, con la llave del apartamento en la mano, le tiro un beso.
–¿Estás listo?– me susurra.
–Sí, claro –le contesto chancleteando y con un levísimo nudo en la garganta.
Una nube negra asoma por la ventana. Hay bulla y silencio a la misma vez en todo el barrio. Parece que el mundo va a comenzar hoy, y que la rueca empieza de cero a convertir en hilos de seda toda la lana acumulada. Hoy será el día.
–Pues vamos– me dice sonriendo.
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