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Naturaleza cubana | Todo sobre La Ceiba (Ceiba pentandra), árbol sagrado de Cuba

Descubre todo sobre la ceiba. Conoce las raíces históricas, leyendas, rituales, dimensión religiosa y curiosidades del árbol sagrado de Cuba.

Ceiba del Templete en La Habana, sitio fundacional de la ciudad.
Ceiba del Templete en La Habana, sitio fundacional de la ciudad.

En el corazón de muchas ciudades y pueblos de la isla crece un árbol imposible de ignorar. Se alza majestuoso, visible desde lejos por su altura imponente y por la base que se abre en raíces tan anchas como muros. Bajo su copa, la sombra es amplia y acogedora, como si abrazara a quienes buscan cobijo o descanso. Es la ceiba, árbol sagrado de Cuba, protagonista de rituales religiosos, de leyendas urbanas, de versos y canciones. No hay otra especie que encarne de forma tan clara la unión entre la naturaleza, la cultura y la fe.

Etimología y nombre científico: Ceiba pentandra

La palabra ceiba proviene del taíno, lengua de los pueblos originarios del Caribe. De esa raíz indígena pasó al español y se convirtió en el nombre común con el que hoy se designa al árbol en Cuba y en buena parte de América Latina.

Cuando en la isla se habla de “la ceiba”, la mayoría piensa en un árbol único y cargado de misticismo. Desde la perspectiva científica, sin embargo, la ceiba no es una sola: pertenece a un género botánico con más de veinte especies.

Ceiba centenaria con raíces tabulares en entorno urbano.
Ceiba monumental con raíces tabulares, ejemplo de longevidad y majestuosidad natural.

Ficha taxonómica básica

  • Reino: Plantae
  • Subreino: Tracheobionta
  • División: Magnoliophyta
  • Clase: Magnoliopsida
  • Orden: Malvales
  • Familia: Malvaceae
  • Género: Ceiba
  • Especie presente en Cuba: Ceiba pentandra
  • Nombre científico completo: Ceiba pentandra (L.) Gaertn.

El naturalista sueco Carlos Linneo describió por primera vez la especie en 1753, aunque bajo otro nombre: Bombax pentandrum. Décadas más tarde, en 1791, el botánico alemán Joseph Gärtner la reclasificó dentro del género Ceiba en su obra De fructibus et seminibus plantarum (Sobre los frutos y las semillas de las plantas, en español).

Linneo y Gärtner estudiaron la ceiba en Europa, a partir de ejemplares y semillas enviados desde América tropical y África. El epíteto pentandra, que significa “con cinco estambres”, procede del griego y describe la morfología floral de la especie, en cuyo centro se distinguen claramente cinco estambres principales.

Características botánicas y biología de la ceiba

La Ceiba pentandra puede elevarse hasta superar los sesenta metros de altura, con troncos que alcanzan un grosor monumental. Sus raíces tabulares —anchas y acanaladas como contrafuertes—, parecen esculpidas para resistir huracanes, mientras que su copa sostiene un pequeño ecosistema de aves, insectos y epífitas como orquídeas y bromelias. 

Hojas palmadas de la ceiba vistas contra el cielo.
Hojas palmeadas de la Ceiba pentandra, llamadas así por su forma similar a una mano abierta.

El fruto es una cápsula leñosa que encierra semillas rodeadas de fibras sedosas conocidas como kapok. Ligeras, impermeables y flotantes, estas fibras se usaron durante siglos para rellenar colchones y almohadas, e incluso en la confección de chalecos salvavidas antes de la aparición de los materiales sintéticos.

Frutos de la Ceiba pentandra, uno cerrado y otro abierto mostrando semillas negras y fibra kapok.
Frutos de la Ceiba pentandra: a la izquierda, cápsulas verdes inmaduras; a la derecha, fruto abierto con semillas y fibra kapok.

Las flores de la Ceiba pentandra son grandes de tono blanco-amarillento, y suelen abrirse al caer la tarde. Ese momento coincide con la actividad de los murciélagos, principales responsables de la polinización nocturna, lo que asegura la reproducción de la especie en ambientes tropicales.

Flor blanca de ceiba en detalle.
Flor de la Ceiba pentandra, de tonos blanco-amarillentos y largos estambres sobresalientes.

Otra de las características más reconocibles de este árbol es su longevidad: puede vivir dos o tres siglos gracias a su sistema radicular profundo y a su madera ligera pero resistente. Su rápido crecimiento y su capacidad para almacenar agua en el tronco le permiten sobrevivir en climas tropicales y soportar largos periodos de sequía.

Ficha morfológica de Ceiba pentandra

Rasgo Descripción
Altura Generalmente entre 20 y 40 m en el Caribe y Cuba; en selvas húmedas de Centroamérica y la Amazonía puede superar los 60 m y alcanzar excepcionalmente los 70 m.
Copa Hasta 50 m de diámetro; aplanada cuando emerge en el bosque, redondeada cuando crece aislada.
Tronco Recto y grueso; diámetro superior a 2 m en ejemplares adultos. Corteza gris o gris verdosa, con espinas cónicas abundantes en juveniles y una corteza casi lisa en adultos centenarios.
Raíces tabulares Contrafuertes acanalados que pueden elevarse 3–4 m sobre el suelo, dando estabilidad frente a huracanes.
Hojas Compuestas palmadas con 5–9 folíolos elípticos de 7–20 cm de largo; pecíolos de 5,5–25 cm; concentradas en las puntas de las ramas. Caducifolia en la estación seca (enero–marzo).
Flores Grandes, blancas o blanco-amarillentas, ocasionalmente rosadas; 2,5–4 cm de largo; se abren al atardecer y caen cubriendo el suelo. Polinizadas principalmente por murciélagos.
Frutos Cápsulas pardas oblongas de 10–26 cm de largo, con 5 valvas que se abren al madurar.
Semillas Negras, de 5–7 mm, envueltas en abundante fibra sedosa (kapok), ligera, impermeable y flotante.
Crecimiento Rápido; especie pionera muy demandante de luz. Comienza a fructificar a los 5–6 años.
Longevidad Puede vivir entre 200 y 300 años.
Hábitat Zonas bajas y húmedas de regiones tropicales, desde el nivel del mar hasta unos 800 m de altitud. Prefiere suelos profundos, fértiles y bien drenados; muy común en márgenes de ríos, sabanas y claros de selva. En Cuba se encuentra tanto en entornos urbanos (plazas, caminos, bateyes) como en bosques tropicales y sabanas naturales.

Detalle del tronco de la ceiba. A la izquierda con espinas cónicas y a la derecha con textura verde característica.
Tronco de la Ceiba pentandra: en los ejemplares jóvenes presenta espinas cónicas, que desaparecen al envejecer dejando la corteza lisa.

Diversidad del género Ceiba: especies en América y África

La Ceiba pentandra es la única representante del género Ceiba que crece de forma natural en Cuba, pero existen más de veinte especies distribuidas por América tropical y África. Todas comparten rasgos comunes —troncos robustos, raíces tabulares, fibras sedosas en sus frutos—, pero cada una ha adquirido un lugar propio en la cultura y el paisaje.

  • Ceiba speciosa (palo borracho): originaria de Sudamérica (Argentina, Paraguay, Brasil), es fácil de reconocer por su tronco cubierto de espinas gruesas y su forma abultada, que recuerda a una botella. Sus flores rosadas la convierten en especie ornamental.
  • Ceiba aesculifolia: se distribuye desde México hasta Centroamérica. Sus frutos también producen fibras semejantes al kapok, y en algunas comunidades se usa con fines medicinales.
  • Ceiba samauma (Ceiba pentandra var. amazónica): considerada “la madre de los árboles” en la Amazonía peruana y brasileña. Puede alcanzar más de 60 metros y es venerada por los pueblos indígenas como un gigante que conecta el cielo y la tierra.
  • Ceiba chodatii: pariente cercana del palo borracho, típica de zonas secas del Chaco sudamericano, también con troncos ensanchados y espinas cónicas.
  • Ceiba schottii: endémica de la península de Yucatán, usada en la medicina tradicional maya.
  • Ceiba insignis: presente en los Andes tropicales, especialmente en Ecuador y Perú.
  • Ceiba lupuna: otra especie amazónica, que a menudo se confunde con la samauma; igualmente venerada en la cosmovisión indígena por su tamaño y por considerarse guardiana de la selva.

Flor de Ceiba speciosa, conocida como palo borracho, de vivos tonos rosados con centro amarillento. Especie emparentada con la ceiba (Ceiba pentandra), muy común en Sudamérica y apreciada por su valor ornamental.
Flor de Ceiba speciosa, conocida como palo borracho, de vivos tonos rosados con centro amarillento. Muy común en Sudamérica y apreciada por su valor ornamental.

Nombres de la ceiba en otras partes del mundo

En la tradición maya de Yucatán se le llama yaxché, el “árbol del mundo”: se representaba en códices y estelas como el eje cósmico que une los trece cielos, la tierra y los nueve inframundos. Es la imagen del universo como un árbol sagrado, con raíces en el Xibalbá (inframundo), tronco en el mundo terrenal y ramas en el cielo de los dioses.

En África Occidental se conoce como kapok o kuma y ocupa a menudo el centro de las aldeas como árbol de consejo. Para los Akan es morada de ancestros, y entre comunidades yoruba se asocia a la estabilidad y la protección.

En Europa y Norteamérica los nombres son más prácticos: en inglés kapok tree o silk-cotton tree, en francés fromager, todos ellos ligados al uso de las fibras sedosas del fruto como materia prima.

Tronco espinoso y ramas floridas de Ceiba speciosa, también llamada palo borracho, con flores rosadas.
Tronco espinoso y floración rosada de Ceiba speciosa, conocida como palo borracho.

Raíces históricas de la ceiba y presencia en Cuba

Desde tiempos precolombinos, los pueblos originarios de la isla consideraban a la ceiba un árbol cargado de poder espiritual. Con la llegada forzada de africanos esclavizados, esa sacralidad se reforzó y adquirió nuevas formas. Los practicantes de la religión yoruba, base de la Santería, reconocieron en la ceiba la morada de Iroko, un orisha de carácter profundo, asociado al tiempo y al destino. Plantar una ceiba no era —y sigue sin ser— un gesto inocente: implica un compromiso de cuidado y respeto, porque se cree que el árbol queda ligado al destino de quien lo siembra.

Iroko, el orisha de la ceiba

En la cosmología yoruba, Iroko es el orisha que habita en la ceiba y representa el tiempo, la permanencia y la conexión entre el mundo de los vivos y el de los ancestros. En Cuba se le pide sobre todo larga vida, estabilidad y protección frente a fuerzas invisibles. Las ofrendas se hacen siempre al pie del árbol, nunca dentro de las casas. 

Se le reconocen nombres como Aragbá o Iroké, y se le vincula a Obbatalá como deidad mayor. En algunos rituales se atan paños rojos a su tronco o se realizan sacrificios para solicitar fecundidad, salud o reconciliación con el destino. La propia palabra iroko en lengua yoruba significa ceiba, lo que refuerza esa identificación inseparable entre el orisha y el árbol sagrado.


La ceiba del Templete y la fundación de La Habana

Fue bajo una ceiba donde, en 1519, se celebraron la primera misa católica y el primer cabildo de la villa de San Cristóbal de La Habana. El ejemplar original desapareció hace siglos, pero el espacio donde se alzaba nunca perdió su carácter simbólico. En 1828 se levantó allí el Templete, un edificio neoclásico que conmemora el acto fundacional y resguarda pinturas del francés Jean-Baptiste Vermay que narran aquel momento.

Lo esencial es que la tradición no se trasladó a otro sitio: se mantuvo en el mismo lugar. Cada vez que una ceiba ha muerto, otra ha sido plantada en ese punto exacto de la Plaza de Armas, perpetuando la conexión entre la ciudad y su árbol sagrado. Cada 16 de noviembre los habaneros la rodean tres veces y formulan tres deseos. El gesto mezcla memoria histórica, religiosidad popular y sentido de pertenencia.

Obras de Juan Bautista Vermay en El Templete de La Habana: a la izquierda la primera misa y a la derecha la constitución del primer cabildo, ambas bajo la ceiba fundacional.
Ciclo pictórico de El Templete (1828), de Juan Bautista Vermay: “La primera misa bajo la ceiba memorable” y “Constitución del primer Cabildo”.

Cómo se le pide a la ceiba

En Cuba, pedirle a la ceiba es un gesto cargado de fe y respeto. La tradición dicta acercarse al árbol con humildad, dar tres vueltas alrededor de su tronco y formular en silencio tres deseos. Ese acto, que cada 16 de noviembre congrega a miles de personas frente al Templete, se ha convertido en un ritual de gratitud, esperanza y conexión espiritual con la ciudad.

“A la ceiba se le pide permiso. No se le toca, no se le corta, ni se le arranca una hoja sin su licencia. Es árbol mayor, dueño de espíritus”.

Lydia Cabrera, El monte (1954).

Personas dando las tres vueltas a la ceiba del Templete en La Habana.
Cada 16 de noviembre, visitantes y devotos dan tres vueltas a la ceiba del Templete en La Habana, en un ritual de deseos y agradecimiento.

En ámbitos más íntimos, muchos dejan al pie del árbol ofrendas sencillas: un vaso de agua, café, flores blancas o tabaco. La ceiba es vista como puente con los espíritus de los ancestros y con Iroko, el orisha que la habita. Por eso se le pide protección, salud, estabilidad y larga vida, siempre desde el respeto.

“Bajo la ceiba se les pone comida y agua a los difuntos; allí bajan a comer los egún, allí escuchan los ruegos de los vivos”.

Lydia Cabrera, El monte (1954).


Creencias populares en torno a la ceiba

La ceiba no solo se impone por su tamaño, sino por la red de significados que la envuelven. En torno a su tronco se han tejido rituales, supersticiones y leyendas que la convierten en un árbol distinto a cualquier otro en la isla. 

Para muchos cubanos es puente entre el mundo visible e invisible, un espacio donde conviven lo religioso y lo popular, lo africano y lo indígena, lo histórico y lo íntimo. 

La ceiba y la fecundidad

Un embrión representado en forma vegetal rodeado de hojas, evocando el papel del árbol como generador de vida
La ceiba es considerada árbol generador de vida en diversas tradiciones culturales.

En varias tradiciones culturales la ceiba está asociada al poder de la fertilidad y la continuidad de la vida. Entre los yorubas de África occidental, creencia que llegó a Cuba con los esclavizados, Iroko recibe ofrendas de mujeres que desean concebir o proteger su maternidad. Bajo su tronco se realizan rituales de fecundidad, donde se colocan flores, pañuelos o alimentos como símbolo de vida nueva.

En relatos de raíz taína, recogidos en fuentes etnográficas caribeñas, aparece también la ceiba como árbol fecundo: se decía que las mujeres colocaban huevos en las grietas de su tronco para propiciar embarazos. 

En Cuba, aunque no existe un mito único sobre este tema, la práctica de pedir a la ceiba descendencia y salud familiar se mantiene en la religiosidad popular y en la Santería, donde la fuerza del árbol se vincula con la protección de los ancestros y con la continuidad de la sangre.

Tabúes y prohibiciones

Trabajadores reponen la ceiba del Templete en La Habana.
Proceso de sustitución de la ceiba del Templete en La Habana.

La condición sagrada de la ceiba en Cuba se traduce también en una serie de tabúes que la protegen y que, transmitidos de generación en generación, han asegurado la supervivencia de ejemplares centenarios. 

  • La ceiba no se corta ni se quema. Tal acción se considera un sacrilegio capaz de atraer desgracias sobre quien la realice, y si por alguna necesidad excepcional hubiera que talar una ceiba, debía hacerse acompañado de rituales y ofrendas para apaciguar a los espíritus.
  • No clavar objetos en su tronco. Clavos, machetes o marcas se entienden como ofensas al orisha Iroko y a los egún —espíritus de los antepasados— que allí habitan. Tampoco se recomienda arrancar hojas, corteza o raíces sin pedir permiso al árbol.
  • No se debe dormir bajo la ceiba de noche. Su sombra es lugar de reunión de espíritus, y pasar allí la noche podría atraer males o pérdidas.
  • Prohibido usar sus ramas como leña para hacer fuego. Se cree que encenderlas puede provocar desgracias. En contraste, una pequeña astilla de ceiba se considera un poderoso amuleto, “el mejor que se le puede dar a un niño” para su protección.


Leyendas cubanas sobre la ceiba

El rayo respeta a la ceiba

En el imaginario cubano, la ceiba está a resguardo de las fuerzas desatadas del cielo. La creencia dice que no la abate el huracán ni la fulmina el rayo, señal de su carácter sagrado. Lydia Cabrera recogió literalmente esa fórmula en El monte (1954), al compendiar voces campesinas y de practicantes afrocubanos: “no la abate, no la desgaja el huracán más fiero: no la fulmina el rayo […] El rayo respeta a la ceiba y a más nadie”

Origen: tradición afrocubana y campesina. Botánicos han señalado que, debido a la mala conductividad de su fibra y la disposición de su corteza, la ceiba rara vez es alcanzada por los rayos, lo que reforzó su reputación de árbol sagrado y protegido por las fuerzas del cielo. 

El pacto místico de la ceiba

Otra leyenda muy extendida afirma que quien planta una ceiba queda ligado a ella: su bienestar acompaña al árbol, y si este enferma o muere, algo se rompe en el destino del sembrador. La práctica ritual de plantar con intención religiosa está documentada también por Lydia Cabrera, quien transcribe plegarias y ofrendas al sembrarla (“a todo árbol que se planta con un fin religioso, se le echa… dinero, agua bendita y sangre”), y resume la creencia en un “lazo místico” que une a la persona con el árbol. 

Origen: Registro etnográfico en El monte (Lydia Cabrera, 1954); tradición oral que persiste en la cultura cubana contemporánea

El día “propicio” para sembrarla

En Cuba circula el mito de que el 16 de noviembre —día vinculado a San Cristóbal y a la fundación de La Habana— es la fecha más propicia para plantar ceibas. Medios locales han recogido esa tradición: se planta antes del mediodía, se hacen ofrendas y se celebra, marcando un inicio bajo buenos auspicios. La idea de la fecha “afortunada” dialoga con el rito capitalino de las tres vueltas a la ceiba del Templete en esa misma jornada.

Origen: tradición urbana y religiosa habanera.

Guardiana de tesoros

Se dice que corsarios y piratas, al huir de la persecución española, enterraban sus cofres de oro y pertenencias al pie de las ceibas, confiando en que los espíritus del árbol los protegerían. El relato añade siempre un elemento dramático: para sellar el secreto del tesoro, alguien debía morir en el acto de enterrarlo. El alma de esa víctima quedaba ligada a la ceiba, convertida en guardiana del botín. Con el tiempo, los vecinos afirmaban ver luces extrañas o fuegos fatuos alrededor de ciertas ceibas.

Origen: tradición oral local.

El árbol que se mueve

En varias comunidades campesinas del oriente de Cuba se transmite la idea de que algunas ceibas pueden desplazarse durante la noche. Para demostrarlo, los vecinos marcan el suelo alrededor del árbol y aseguran encontrar esas marcas cambiadas al amanecer. La creencia reforzaba la idea de que la ceiba no era un árbol cualquiera, sino un ser con espíritu propio.

Origen: Tradición oral campesina en el oriente de Cuba, finales del siglo XIX y XX; alusiones etnográficas en compilaciones sobre religiosidad popular cubana.

Dimensión religiosa de la ceiba en Cuba

El peso simbólico de la ceiba en la cultura cubana se refuerza en la diversidad de religiones afrocubanas y en otros sistemas de creencias sincréticas que encontraron en este árbol un altar natural.

En la tradición lucumí o yoruba, la ceiba es reconocida como una de las moradas de Obbatalá, orisha mayor asociado a la pureza, la creación y la justicia. También se vincula con Iroko, orisha que encarna el tiempo y el destino, cuya morada exclusiva es la ceiba. De ahí que sea lugar frecuente de ofrendas y rituales.

Ilustraciones del orisha Iroko, deidad asociada a la ceiba en la religión yoruba: a la izquierda, representación tradicional; a la derecha, una interpretación artística contemporánea con elementos simbólicos y místicos.
El orisha Iroko, espíritu de la ceiba en la religión yoruba.

Entre los abakuá, sociedad de origen africano afincada en Cuba desde el siglo XIX, la ceiba recibe el nombre de Ukano benkosi y se interpreta como representación material de Abasí, el Dios supremo de su cosmovisión. El árbol funciona como espacio de respeto absoluto y como punto de conexión con la divinidad.

En la tradición arará, heredera de pueblos ewe-fon llegados de Dahomey (actual Benín, África Occidental), la ceiba es conocida como “Árbol de Dios”. Se dice que fue el único árbol que sobrevivió al diluvio, lo que consolidó su prestigio como protector de la vida. En ella habita el fudú Aremu, deidad vinculada a la Virgen de las Mercedes dentro del proceso de mestizaje religioso afrocatólico.

El sincretismo también alcanzó a la comunidad china en Cuba, donde la ceiba se consideró el trono de San Fan Kong, figura equivalente a la Santa Bárbara del panteón católico, asociada a la fuerza y la justicia. Este cruce de tradiciones ilustra la capacidad del árbol para absorber nuevos significados en contextos culturales distintos.

Huella de la ceiba en el arte y la cultura de Cuba

“La ceiba me dijo tú,

cuando el amor me cercaba,

y toda la noche estaba

soñándome su inquietud.”

La ceiba me dijo tú, Carilda Oliver Labra  (1979)

La ceiba ha sido representada en la literatura cubana como un árbol sagrado y monumental, cargado de significados simbólicos que van desde lo ancestral hasta lo íntimo. Su figura atraviesa obras de distintos autores y géneros.

En la poesía afrocubana de Nicolás Guillén se encuentra una de las primeras menciones explícitas. En Sóngoro cosongo (1931), su Son número 6 integra a la ceiba dentro de una enumeración de símbolos que evocan lo popular y lo ancestral.

“La ceiba ceiba con su penacho;

el padre padre con su muchacho;

la jicotea en su carapacho.”

Otros escritores la mencionan como símbolo cultural o espiritual: José Lezama Lima la incorpora en Paradiso (1966) dentro de su universo barroco; Nancy Morejón la evoca en Mujer negra (1975) como metáfora de resistencia y herencia africana; y el etnógrafo Samuel Feijóo, en Mitología cubana (1980), la describe como “árbol temido y respetado, cargado de espíritus y misterios nocturnos”.

La ceiba ha sido un motivo recurrente en las artes visuales vinculadas a Cuba, ya sea como símbolo religioso, histórico o como parte esencial del paisaje. Pintores, escultores y fotógrafos la han representado para destacar su fuerza espiritual y su protagonismo en la vida de la isla.

Pintura de Manuel Mendive con figuras humanas y espirituales alrededor de una ceiba, inspirada en la cosmovisión yoruba.
“Alrededor de la Ceiba” (1988), obra del pintor cubano Manuel Mendive.

En la contemporaneidad, Manuel Mendive ha trabajado la ceiba en esculturas, performances y pinturas, presentándola como “árbol de los orishas” y como eje de conexión entre lo humano y lo divino. Críticos de arte como Gerardo Mosquera han señalado que Mendive integra recurrentemente elementos de la naturaleza —incluida la ceiba— para expresar el vínculo entre religiosidad yoruba y paisaje cubano.

Ya en el siglo XIX, artistas extranjeros documentaron el árbol en Cuba. El pintor belga Henry Cleenewerck realizó Una ceiba en San Antonio de los Baños (1885), óleo conservado en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. El fotógrafo estadounidense Charles DeForest Fredricks y el francés Daries produjeron Isla de Cuba. La Ceiba (1870–1885), una fotografía en albúmina hoy custodiada en el Museo del Prado, que muestra al árbol como emblema natural del paisaje cubano decimonónico.

Pintura de Henry Cleenewerck que muestra una ceiba monumental en San Antonio de los Baños, rodeada de ganado y paisaje cubano.
“Una ceiba en San Antonio de los Baños” (1885), óleo de Henry Cleenewerck conservado en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba.

La música religiosa de origen yoruba le dedica cantos específicos a Iroko, el orisha que habita en la ceiba. En los toques de tambor batá, se entonan alabanzas que reconocen al árbol como “dueño del tiempo” y guardián de los ancestros. 

La ceiba y la siguaraya” es un tema interpretado originalmente por la Sonora Ponceña, orquesta puertorriqueña fundada en 1954, que se convirtió en un clásico de la salsa caribeña. Años más tarde, Celia Cruz inmortalizó con su voz  esta canción, que contrasta dos árboles de fuerte carga simbólica —la ceiba y la siguaraya—, ambos vinculados en la tradición afrocubana con la fuerza espiritual y la resistencia. 


Usos y aprovechamientos de la ceiba

En Cuba

En la isla, la ceiba nunca ha tenido un uso económico tan extendido como otros árboles tropicales, porque su madera es blanda y poco resistente, lo que la hace inadecuada para construcciones duraderas. Sin embargo, en ámbitos rurales se ha empleado para hacer canoas ligeras, cajas, embalajes y objetos artesanales de bajo esfuerzo.

Su fibra (kapok), extraída del fruto, se usó en Cuba para rellenar almohadas y colchones hasta mediados del siglo XX, antes de la llegada de los materiales sintéticos. También se empleó en tapicería y como aislante. Hoy estos usos son casi testimoniales, aunque en algunas comunidades aún se conserva la memoria de la ceiba como fuente de fibras domésticas.

Lo más significativo en Cuba, sin embargo, es el uso ritual y simbólico: la ceiba es altar natural en la Santería y otras religiones afrocubanas; se le hacen ofrendas, se plantan en lugares fundacionales y se considera guardiana de los espacios colectivos. Esa dimensión espiritual pesa mucho más que cualquier aprovechamiento práctico.

Vista de una ceiba monumental en el parque central de Chambas, Ciego de Ávila, Cuba.
Ceiba en el parque de Chambas, Ciego de Ávila (Cuba).

Fuera de Cuba

En el resto del mundo, especialmente en Asia, África y América tropical, la ceiba —sobre todo la Ceiba pentandra— ha tenido usos más amplios:

  • Industriales: el kapok fue muy valorado como relleno para chalecos salvavidas y salvavidas náuticos por su flotabilidad e impermeabilidad, hasta ser sustituido por fibras sintéticas a mediados del siglo XX. También se empleó en aislantes acústicos y térmicos.
  • Medicinales: en la medicina tradicional de países como México, Perú o Nigeria, diferentes partes del árbol (corteza, hojas, semillas) se usan como infusiones para tratar fiebre, inflamaciones, problemas estomacales o como calmante.
  • Ecológicos: en la Amazonía, la samaúma o lupuna (variante amazónica de la ceiba) es considerada “árbol madre”, y se conserva no solo como símbolo espiritual sino también como elemento clave en los ecosistemas de selva húmeda.
  • Construcción: aunque su madera es blanda, en África y Asia se utiliza en tablas de surf, juguetes, embalajes ligeros y en algunos casos en carpintería temporal.

La ceiba en los ecosistemas tropicales

Ceiba pentandra con copa aplanada en un paisaje tropical.
Ceiba pentandra con copa aplanada en un paisaje tropical.

Más allá de su valor cultural, la ceiba cumple un papel esencial en la naturaleza de los trópicos. Su tamaño monumental y su longevidad la convierten en un verdadero pilar ecológico. Como especie pionera, suele crecer en claros y márgenes de selva, preparando el terreno para que otras plantas se establezcan y regeneren el bosque.

Las raíces tabulares, que se elevan como muros desde la base del tronco, no solo sostienen su peso colosal: también ayudan a proteger el suelo contra la erosión y facilitan la retención de agua en épocas de lluvia. 

Su copa, que puede extenderse decenas de metros, crea un microclima húmedo y sombreado que sirve de refugio a aves, murciélagos, insectos y plantas epífitas como orquídeas y bromelias.

En la Amazonía y en las sabanas africanas, donde algunos ejemplares superan los 60 metros, la ceiba es considerada un “árbol madre” porque sostiene comunidades enteras de vida a su alrededor. Incluso sus flores, que se abren al anochecer, aseguran la supervivencia de polinizadores nocturnos como los murciélagos.

La ceiba fue declarada árbol nacional de Guatemala en 1955, emblema de fortaleza, permanencia y raíz cultural. En Ponce, Puerto Rico, existe el Parque de la Ceiba, dedicado a un ejemplar monumental que la tradición local asegura tiene más de 500 años. En Guatemala, la ceiba es el árbol nacional desde 1955, símbolo de fuerza y dignidad.

Conclusión

La ceiba no es solo un árbol monumental: es un eje de memoria, espiritualidad y cultura en Cuba y en buena parte del mundo tropical. En la isla, su presencia atraviesa lo religioso, lo histórico y lo popular: desde el Templete habanero hasta los rituales de la Santería, desde las leyendas campesinas hasta la poesía y la pintura. Su biología explica parte de su aura, pero es la mirada humana la que la convirtió en altar, símbolo y refugio.

Hoy, cuando la ceiba sigue alzándose en plazas, bateyes y caminos, se impone no solo como herencia cultural sino también como recordatorio de la necesidad de proteger los grandes árboles que sostienen ecosistemas y memorias colectivas. En Cuba, la ceiba representa permanencia y arraigo: un símbolo en el que convergen naturaleza y cultura.

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