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Historias de árboles | El Árbol de la Vida

Símbolo de la energía creadora y de la bondad de la tierra, el Árbol de la Vida es también espíritu, divinidad ancestral portadora de la sabiduría para vivir en armonía con el universo.

Representación del Árbol de la Vida en un mosaico bizantino.
Representación del Árbol de la Vida en un mosaico bizantino.

Los árboles son un elemento cardinal de la cultura. Como alimento y medicina, como combustible o fuente de materias primas para fabricar casas y utensilios, los árboles han sido, desde los orígenes de la civilización, un recurso vital para el ser humano. Antes de que se comprendiera su importancia para el equilibrio climático y la renovación de los suelos, mucho antes de que se entendiera el rol que juega la clorofila en el ciclo del oxígeno, los árboles fueron a la vez un recurso económico y un símbolo sagrado.

Las raíces que se hunden en lo profundo de la tierra, el tronco que se alza desafiando el viento, las ramas que se extienden como un manto protector sobre el resto de los seres, y la fruta que nos regala su dulzura, y la semilla en que se afirma la continuidad de la existencia, han sido siempre, en todas las regiones del mundo, un inagotable manantial de metáforas y mitos.

Así, de los árboles se nutre no solo el cuerpo, sino también el espíritu; y con ellos se construye no solo la cultura material de los pueblos, sino también esa otra cultura, no menos necesaria aunque abstracta, que son las ideas, los símbolos, los relatos con que cada pueblo intenta explicarse su origen y su razón de ser.

Sobre el papel que juegan los árboles en la cultura se han escrito ―y podrían escribirse aún― millones de páginas. Estas Historias de Árboles son apenas un testimonio de cuán diverso y raigal es nuestro vínculo con los árboles. Pero entre todas esas historias hay una que refleja, quizás como ninguna otra, lo que representan los árboles para la humanidad, y esa historia es la del Árbol de la Vida.

Las tres funciones del Árbol de la Vida

Oluf Bagge: "Yggdrasil" (1847).
Oluf Bagge: "Yggdrasil" (1847).

Cada pueblo, a pesar de lo aislado que pudiera estar de los demás, guarda en su memoria la leyenda de ese árbol mítico. El Árbol de la Vida es la fuente de donde nacieron y de la cual se alimentan todos los seres.

Es símbolo de la energía creadora y de la bondad de la tierra. Pero es también espíritu, divinidad ancestral portadora de la sabiduría imprescindible para vivir en armonía con el universo. Y es, además, la estructura que da forma a ese universo: un nexo que vincula todo lo que existe, una conexión entre los tres grandes orbes del cosmos, es decir, un puente que conecta a los habitantes de la tierra con el reino de los dioses arriba y con el inframundo debajo.

En algunas culturas, esas tres funciones están separadas y a cada una de ellas se le ha dado una leyenda propia. Así ocurre, por ejemplo, con la distinción entre el Árbol de la Vida y el Árbol del Conocimiento, en la tradición judía.

Un árbol que es muchos

Árbol de la Vida en un bajorrelieve iraní del siglo V.
Árbol de la Vida en un bajorrelieve iraní del siglo V.

Cada cultura asocia al Árbol de la Vida con un árbol natural diferente. Para los antiguos egipcios era la acacia de Saosis, de la cual nacieron Isis y Osiris. Los pueblos nórdicos lo llamaban Yggdrasil, y lo adoraban en la forma de un fresno colosal cuyas raíces ―decían― se extienden hasta Niflheim, el reino de las tinieblas, y cuya copa llega a Asgard, el mundo donde habitan los dioses de la luz y la sabiduría.

Los sajones, por su parte, veneraban al Árbol de la Vida con el nombre de Irminsul. Para ellos era un roble inmenso, viejo pero firme, y era la columna que sostenía la casa de los dioses. Así fue hasta que Carlomagno ordenara talarlo e impusiera la religión de su Imperio.

Otros árboles que cumplen las funciones de Árbol de la Vida son la ceiba y el ahuehuete en Mesoamérica, el baobad en África, y el abeto en algunos pueblos del norte de Europa. Aunque estos últimos, con la evangelización, fueron asimilados a un nuevo ritual que se expandió por Occidente desde el siglo XVIII: el árbol de Navidad.

Pero todos los pueblos, antiguos o modernos, sin importar cuán distintas sean sus historias o sus maneras de explicarse el mundo, tienen arraigado entre sus arquetipos al árbol como fuente nutricia tanto para el cuerpo como para el alma, y como símbolo de esa conexión sagrada entre la humanidad y el universo.

El Árbol de la vida en el arte

Gustav Klimt: "El Árbol de la Vida" (1909).
Gustav Klimt: "El Árbol de la Vida" (1909).

El arte, las religiones y la literatura, desde la antigüedad hasta hoy, dan fe de ese culto perenne al Árbol de la Vida.

Un eco de ese culto está, por ejemplo, en la reverencia del poeta filósofo chino Chuang Tzu ante la tenacidad de los pinos y cipreses durante el crudo invierno, de la que extrajo para sí y sus lectores una lección de resistencia: “Cuando empieza a helar y a nevar, es cuando aprecio la pujanza perenne del pino y el ciprés”, escribió.

Artistas plásticos como Gustav Klimt, Bernard Leach, Nancy Metz White y Jen Delyth; cineastas como Terrence Malick, Darren Aronofsky y James Cameron; entre tantos otros creadores, se han inspirado en ese ancestral mito para crear nuevas representaciones del Árbol de la Vida. Y de seguro muchos seguirán haciéndolo.


 

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