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Narrativa cubana | Severo Sarduy: “Las bombas”

Más conocido como novelista y ensayista, Severo Sarduy fue también pintor y autor de varios relatos. Su cuento “Las bombas”, publicado en enero de 1959, se apropia con eficiencia de los procedimientos del absurdo y la sátira política.

Severo Sarduy: Sin título (1967).
Severo Sarduy: Sin título (1967).

Más conocido como novelista y ensayista, Severo Sarduy fue también pintor y autor de varios relatos, algunos de los cuales vieron la luz en publicaciones periódicas cubanas de la década del cincuenta y luego reunidos en el libro Severo Sarduy en Cuba. 1953-1959, compilado por la investigadora Cira Romero. Sarduy es, junto a José Lezama Lima, uno de los principales exponentes del neobarroco cubano. El cuento “Las bombas”, que apareció por primera vez en el periódico Revolución, el 19 de enero de 1959, nos muestra, con un estilo que se apropia con eficiencia de los procedimientos del absurdo y la sátira política, la situación de Cuba en los meses previos al triunfo del Ejército Rebelde.

Las bombas

No recuerdo exactamente cuándo fue que comenzaron a aparecer las bombas, sé que las primeras fueron inofensivas, y que de no haber sido por el aburrimiento que debido a la escasez de grandes acontecimientos universales padecían en esa época los periodistas de nuestro país, quizás la noticia no hubiera aparecido en las últimas columnas.

Hasta los primeros días después de los primeros brotes insurreccionales, no advertimos que los petardos estallaban con regularidad y que una tremenda campaña de terrorismo había comenzado a amenazar la economía del país.

Al principio la noticia de una bomba descubierta minutos antes del estallido, o de su explosión, ya fuera en el lugar de su destino o en manos del terrorista, causaban una novedad insospechada y tema suficiente para escapar del tedio durante varios días sin tener que recurrir al bridge o a la canasta. Después nos fuimos aburriendo de las alarmas periodísticas. Ya casi nos habíamos entregado nuevamente a la canasta cuando los terroristas ―comprendiendo que el tedio nos había cercado― emprendieron una nueva campaña. Esta vez no se trataba de pequeños petardos inofensivos, sino de bombas gigantescas, verdaderos monstruos de destrucción.

Las primeras contusiones sufridas por un viejo guardaparques de una de las provincias fueron un verdadero escándalo; la prensa sacó todo el partido posible del suceso. También se habló mucho del escolar que al tomar el ómnibus fue lesionado en una mano cuando lo que creyó que era su maleta de clases, estalló súbitamente. El caso del limosnero que resultó herido cuando, buscando desperdicios de comida, encontró una cajita lujosamente envuelta en el fondo de uno de los latones de basura, y el de la criada lesionada en el jardín de una gran residencia, ya casi no se comentaron.

Así sucesivamente, a medida que este tipo de accidente se iba repitiendo, el interés y el concepto del peligro iban decayendo, hasta que tales noticias comenzaron a fatigar y muchas ediciones tuvieron que ser recogidas intactas.

Abandonamos de nuevo la canasta cuando, en el cine principal de la capital, una bomba arrancó un brazo a una señora. En la entrada de ese mismo cine estalló otra bomba que, afortunadamente, solo causó daño al tendido eléctrico.

Comenzó la época de las bombas. Diariamente se reportaban heridos de gravedad y aparecieron los primeros muertos. Las bombas eran el tema de actualidad: se comentaban en los cafés, en la casa, en el boxeo y se empezó a hablar del asunto hasta en los círculos literarios. Estos últimos, dada su predilección por la originalidad, fueron a su vez los primeros en abandonar el tema, el cual se fue olvidando en los otros círculos, hasta que las bombas se tornaron sucesos cotidianos.

No obstante, los terroristas no se dieron por vencidos y dieron paso a las terribles maniobras. Iglesias, teatros, cabarets, tiendas, hospitales, urinarios, centros espiritistas, hospedajes, burdeles, etc., fueron pasto de las bombas. Había centenares de muertos diarios. Las frases “murió carbonizado”, “perdió las cuatro extremidades”, “sin identificar debido al destrozo” y otras por el estilo, fueron perdiendo todo matiz trágico a fuerza de tanta repetición.

No hace una semana, en un recital, mientras la recitadora decía, por ejemplo, uno de mis poemas más breves, tres señoras de la primera fila volaron en pedazos, una niña perdió ambas piernas, se escucharon tres detonaciones en el baño, cayeron los telones de fondo, y el apuntador perdió los ojos. Resulta de mal gusto la persona que, al ser interrogada acerca del número de muertos en su familia, responde con un número menor a diez.

Ahora mismo, mientras escribo estas páginas, estalla una bomba en la cocina de los altos y recibo la noticia de que mis tres hermanos, que habían salido de la ciudad en busca de un ambiente más seguro, han sido trucidados por uno de esos monstruos.

Pero toda esta tragedia, toda esta angustia cotidiana, toda esta masacre ―lo confieso con valentía― comienza a fatigarnos. El aburrimiento amenaza de nuevo. Volveremos a la canasta.

Severo Sarduy: "Fantoche" (sin fecha).
Severo Sarduy: "Fantoche" (sin fecha).

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Severo Sarduy

Severo Sarduy (1937-1993), escritor cubano.

(Camagüey, 1937 - París, 1993) Narrador, poeta, artista y crítico de arte cubano. Escribió las novelas Gestos (1963), De dónde son los cantantes (1967), Cobra (1972), Maitreya (1978), Colibrí (1984), Cocuyo (1990) y Pájaros de la playa (1993). Su obra poética incluye títulos como Flamenco (1970), Mood Indigo (1971), Big Bang (1974), Un testigo fugaz y disfrazado (1985) y Lucidez (1988). Fue autor además de varios volúmenes de ensayos, entre los que destacan Escrito sobre un cuerpo (1969), Barroco (1974), La simulación (1982) y Ensayos generales sobre el barroco (1987). En 1972 ganó Premio Médicis por su novela Cobra.

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