El 20 de octubre, a las 8:00 a.m., mi móvil se desgañitó hasta la desesperación, consiguiendo despertarme. Era Mauricio Mendoza. Había dormido apenas cuatro horas y no legislaba bien. Mauro me habló algo de un debate online para Diario de Cuba sobre la XIV Bienal de La Habana, con Jorge Peré y Henry Eric. Creí entenderle que me invitaba a participar también. Imposible reconciliar el sueño. Me lavé la cara, hice el frugal desayuno criollo, y lo llamé de vuelta. Me explicó: quería que estuviera como cuña entre dos posiciones con relación a la pertinencia o no de realizar la Bienal. Él vio un post que publiqué en las redes con el hashtag “#noalabienaldelahabana”, y se dijo: este es el tipo. La urgencia del asunto era que la transmisión se efectuaría a la 1:00 p.m.
Tuve que hacer varias gestiones esa mañana, y mi móvil apenas tenía carga. A las 12:45 p.m. hicimos una prueba de transmisión con el link que me habían enviado, en lo que improvisaba un set muy rudimentario y se cargaba el teléfono. A los pocos minutos metí el dedo donde no debía, y hasta ahí llegó mi participación. No sirvieron de nada las reiteradas instrucciones de parte de Mauricio y Lien Carrazana. Cuando se me pasó el encabronamiento, vi el debate con calma. Decir algo con relación a las posturas y defensas de los participantes carece de total sentido. Ya pasó. Sería como, doscientos treinta y dos años después, meterse en una bronca entre un jacobino y un girondino, solo que en este caso el tema está empezando a coger temperatura. También me resulta poco ético pronunciarme a posteriori con relación a los puntos individuales de cada cual. Solo quería aclarar que, en medio de la solicitud y la brevedad para mi frustrada participación, no tenía muy claro cuál era el rol que se me proponía como mediador.
Una oposición que concierne a toda la sociedad civil
Basta asomarse a las redes para apreciar lo colorida y diversa que es la oposición a la Bienal. Es un NO multicolor. Cada cual tiene sus razones. No creo que pueda haber posturas intermedias entre el Sí y el NO, a no ser la clásica abstención. Lo primero que me alarma de la negativa que presencio en las redes, es que haya sido impulsada por artistas o personas estrechamente vinculadas a la visualidad, cuando debería ser un reclamo prioritario y multitudinario de la sociedad civil, amén de que existan artistas involucrados como parte de ella. Cuando supe que no era broma hacer una Bienal, me pronuncié sin pensarlo dos veces. Es obvio que efectuar un evento de esta naturaleza, o de cualquier otra índole no reconstructiva a todos los niveles sociales, es un contrasentido mayúsculo en las actuales circunstancias que atraviesa el país. Mi negativa, sin convocatorias ni exhortaciones, la manifiesto como ciudadano corriente, no como artista, y va dirigida a dos entidades, a) los compañeros que tuvieron la infeliz idea de hacer la fiesta, y b) el resto de la humanidad, sea progresista o no.
En el caso de los primeros destinatarios funcionaría como una alerta: Luego del descalabro generado por el desgaste económico, sociopolítico y sanitario, del que muchos esperaban ingenuamente un manejo gubernamental sin precedentes, —en cuanto a argucia y destreza para sortearlo se refiere— ocurriendo diametralmente lo opuesto, ¿qué se supone que vamos a celebrar, y con qué? Todos sabemos que los acontecimientos culturales de esta envergadura acarrean cuantiosos gastos de producción, y cualquiera, incluso en la remota Birmania, se preguntaría: ¿De dónde salen los fondos para materializar algo así en un país que se supone devastado por las penurias? ¿En qué fondo estaban esos fondos durante el pico de la crisis sanitaria determinada por la pandemia? ¿Por qué no se detuvo la construcción hotelera mientras la gente moría como moscas víctima del COVID-19? ¿Por qué no se abasteció con ese presupuesto la red de mercados en moneda nacional, evitándole a la gente tener que salir a la calle para procurarse un bocado, en condiciones de hacinamiento y contagio? ¿Por qué se aplicaron y mantuvieron las impopulares medidas de ordenamiento económico, que han convertido la sobrevivencia de los cubanos en un asunto perentorio y ríspido?
País de muchas urgencias
Como resultado directo de lo anterior, cuando la gente tocó fondo, se produjo el estallido social del 11 de julio. Es curioso que una revuelta así demorara tanto en manifestarse, lo cual habla mucho de la resiliencia de los cubanos, resiliencia irrespetada y pisoteada sistemáticamente. ¿Por qué se reprimió a palos el efecto de una pésima y torpe política interior, que no supo resolver de manera cívica y consensuada las causas acumuladas y agudizadas durante la crisis sanitaria? ¿Por qué no liberan a todos nuestros conciudadanos, que cargan con absurdas sanciones penitenciarias por ejercer su derecho a manifestarse? ¿De dónde salieron los fondos para comprar las carrozas de violencia que desplegaron a centenares de esbirros armados hasta los dientes? ¿Por qué no sabemos —aunque inferimos— de cuánto es el monto que hay en los fondos financieros del Estado y a qué se destinan? ¿Qué podemos hacer para que podamos participar democráticamente de su empleo público cuando sea menester? ¿Por qué con ese dinero de la Bienal no impulsan las pequeñas empresas privadas que garanticen, cuando menos, la estabilidad alimentaria y de servicios domésticos?
Compañeros, la gente no es estúpida. Si convocan a cualquier evento que no vaya encaminado a restañar y revertir las abismales y sensibles quiebras estructurales que han dejado como consecuencia las precariedades y abusos de los últimos años, la gente va a sospechar. ¿No les parece? Lo menos que necesitamos ahora es una fiestecita.
¿Quiénes “boicotean” la Bienal?
No hay por qué temerles a las palabras. Boicot significa ‘obstrucción para la consecución de un propósito’. No tengo otra manera de decirlo: estamos boicoteando la Bienal. Lo que no me cabe en la cabeza es que alguien se cuestione por qué hay gente empeñada en hacerlo.
¿Quiénes boicotean la Bienal directa o indirectamente? Hay muchos cerebros cazándole la pelea a cada metedura de pata de la cúpula de poder en Cuba. Esto se facilita con el abundante presupuesto asignado por las potencias extranjeras, la derecha mundial, los opositores de todas las facciones opositoras, los disidentes, algunos artistas, curadores, críticos, teóricos, especialistas… Lo verdadera e infinitamente lamentable, es que la gente de a pie, desinformada y distraída en su sobrevivencia, que la está puliendo en la calle día a día, ahorrando un dinerillo para comprar dólares y acceder a lo más básico, no pueda defender el derecho —cuchillo en boca y antes que nadie— de oponerse a este ni a ningún otro sinsentido, contrario al cambio sostenible, progresivo y democrático, por erradicar las aberraciones que han convertido a Cuba en un potrero plagado de marabú.
Al resto de los muchachos, sean de izquierda o de derecha, de arriba o de abajo, destinatarios del segundo grupo, les digo que la Bienal de La Habana, como mismo otros eventos y festivales de corte danzario, teatral, cinematográfico, literario, musical, o de lo que se les antoje colocar en la lista, con sus claroscuros, ha tenido una tremendísima trascendencia en la cultura cubana y universal contemporánea.
Gracias a su accionar, decenas de artistas e intelectuales han salido a la palestra pública, se han insertado en el mercado del arte, y han vivido y creado a sus anchas, incluso, muchos de los que ahora despotrican contra ella. Por si alguien lo olvidaba, el marco político-ideológico que auspicia esta XIV edición, es exactamente el mismo que ha propiciado las 13 anteriores. La gran novedad, sintomática e insoslayable, es que el panorama ha cambiado diametralmente, y el viejo patrón demagógico, con mucho, no encaja en los tiempos que corren.
Nunca he participado en una Bienal de La Habana ni en ninguna otra, no ha sido una prioridad ni un interés hasta el momento. Conozco artistas que darían un ojo (precio bien caro, tratándose de un evento visual) por participar en ella. Es una elección individual, aun cuando la práctica institucional sea selectiva, y cualquiera puede intentarlo a voluntad. A mí no me molesta. Yo no tengo nada en contra de la Bienal, si es que alguna vez vuelve a ser lo que fue hace mucho tiempo, sino del momento que han escogido para secuestrarla. Primero hay que resolver temas cardinales de nuestro devenir como nación, antes de exhibir algo que no somos ni remotamente.
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