Cuando conocí a Nelsito, hace un bolón de años, casi terminaba sus estudios en el Instituto Superior de Arte (ISA). Es de esa pléyade de jóvenes artistas que no se quedó callado, de esos bocones que siempre dicen lo que piensan, verbal y visualmente, marcando un accionar que no se destiñe con un aguacero. Por supuesto que eso no lo sabía entonces. La suerte de conocer a los contemporáneos es que, en primera instancia, son humanos a los que les puedes preguntar de qué lado duermen mejor, dato que probablemente nos haya escamoteado la historiografía del arte acerca de Rembrandt.
Catorce años atrás, trago en mano, celebrando la graduación de algún colega en el patio de los talleres de escultura, en la Facultad de Artes Visuales, me pareció la misma persona con la que ahora hablo. No hay en él dobleces que muevan a pautar distancias cautelares, todo lo contrario, su proyección social invita al intercambio más diáfano. Las lecturas subcutáneas que pudieran quedar enterradas por ahí, afloran en su obra con una poética muy lúdica y personal, en algunos casos no exenta de cierta gravedad. Por decirlo de alguna manera, es un irreverente muy sugestivo, nada críptico ni cabalístico, sino poseedor de un espectro cultural que sabe comedir su discurso en la balanza de las interpretaciones.
En poco más de una década han pasado muchas cosas, buenas y malas. Nos interesa hablar del momento presente, sumatoria de hitos globales y nacionales que, con bastante incertidumbre, aún no podemos aquilatar adecuadamente, pero alcanzan para un resumen decoroso. Me recibe con café y un cabo de tabaco al que estuvo dándole hace más de quince días, y luego abandonado a la intemperie de su balcón. Parecía que me estaba fumando una evidencia arqueológica, y por supuesto que no fue tan bien recibido como la cerveza que vino después.
Me gustaría empezar por uno de tus procesos de trabajo más reciente, que ha dado como resultado, a mi juicio, una de las obras más sublimes de la contemporaneidad nacional, Algo vivo dentro de algo muerto, exhibida en OBSESIÓN, muestra colectiva de arte cubano en la galería ENTRE de Viena. El poder simbólico de los recursos que empleas, estrechamente relacionados con los paradigmas universales de seguridad, bienestar y libertad, propios de cualquier sociedad floreciente a lo largo de la historia, son de una lectura tan comprimida como poética. Trabajando con materia orgánica, alimentaria, además, ¿cómo se conciliaron los aspectos fortuitos y programados en su consecución? ¿Quiénes se involucraron en el proceso?
Esa pieza que mencionas es el resultado de un experimento feliz. En ella creo que saltan a la vista nociones como las de libertad o resistencia, pues se trata de una forma orgánica y viva que pretende sobrepasar un límite rígido e impuesto. La idea surgió como parte del diálogo que mantuvimos por algunos meses en la residencia de arte independiente Salón de Protocolo (@protocol_room). Todo ocurrió mientras se agravaba la situación en la que artistas, activistas y miembros de la sociedad civil cubana, eran encarcelados o puestos en confinamiento domiciliario por el simple hecho de disentir frente al poder político. Allí confluimos fundamentalmente Aryam Rodríguez, Julio Llópiz, Raulito Bazuk y yo. La ejecución de la pieza ocurrió en el restaurant Grados, donde Raulito, además de chef y dueño, es como un chamán que pone en orden partes e ingredientes, e imprime energía a todo aquello. Agradezco las palabras que dedicas a esta obra al formular tu pregunta.
Esa obra supera cualquier muela o lisonja. Creo que su redondez polisémica puede interpretarse de igual manera hace cinco mil años, como, si sobrevivimos a unas cuantas chapucerías, dentro de cinco mil más. Te decía que no quería dejar fuera a Confundiendo el lunes con el domingo, porque veo cosas ahí que preludiaron atmósferas y percepciones de lo que vino después. En su momento quise escribir algo sobre la exposición, pero no era el momento adecuado. Pienso que Lechuga lo hizo mejor en la conversación que tuvo contigo para Planeta Cerquillo. De ese gigantismo en la representación pictórica de accesorios culturales, rollos de papel, lápices, fósforos y sus cajetillas, puede inferirse un sobredimensionamiento de pequeñas cosas que juegan roles no menos trascendentes. Sin embargo, en su propia escala, utilizaste esos mismos elementos reales como parte de un accionar lúdico, también incipientemente vandálico, del que ya has hablado para otros espacios. En el caso de aquella muestra, y sus efectos subsecuentes, ¿lo asumes como una manifestación de indisciplina, de rebeldía, entendida como subversión de prácticas de domesticación social para los cuales fueron concebidos aquellos implementos que representas?
En el caso de los ensamblajes para obras objetuales, muchas veces lucen como el resultado de pequeños actos vandálicos. Frente a algunas de estas piezas podemos suponer que se trata de un niño que acude a aquello que tiene a mano, poniendo en uso además su creatividad para mitigar el hastío de una interminable jornada escolar. Las pinturas de esa etapa, sin embargo, son más apacibles. Con ellas intentaba trasladar a la tela cierta experiencia que obtenía al prestar atención a las relaciones y asociaciones poéticas que surgían entre los objetos cotidianos que me rodeaban.
¿Cómo te fue aquella temporada compartiendo taller con Lester Álvarez en el garaje de Tamara Venereo? Recuerdo el espacio, largo y estrecho, como un vagón de ferrocarril. ¿No se dieron cabezazos ahí?
Ocupar ese espacio durante siete años fue otro experimento feliz. Cabezazos nos dimos los mínimos. Siempre había esa buena energía que Lester imprime a los espacios que ocupa. Y, por si fuera poco, teníamos a Tamara velando por nosotros todo el tiempo. Es cierto que el taller era estrecho, pero en cambio el apartamento de Tama en la planta alta era muy amplio.
Veo en tu trabajo —y aquí vuelvo a Confundiendo el lunes con el domingo, como precedente de telas tuyas más recientes— cierta vocación iconoclasta, pirómana, en la que le das candela a unas cuantas cosas, empezando por la propia combustión de una caja de fósforos de factura nacional. ¿Por qué abunda el fuego en muchas de tus obras? ¿Es purificación, renovación?
Al emplear el fuego me interesa la dualidad de destrucción/renovación que ofrece. Aquí, como en casi todos los casos, los extremos se encuentran. Además, me interesa que esa doble condición no tiene por qué mostrarse en perfecto equilibrio, por el contrario, la balanza puede inclinarse en una u otra dirección dependiendo de la obra y el contexto en el que el elemento del fuego es empleado.
La presencia de una piscina abandonada es para mí sumamente simbólica.
Hace como diez años fui a un retiro de vipassana, y te juro que todavía lo estoy procesando. Creo que me gané la medalla de “impermanencia” al terminar esos diez días. ¿Cómo lo llevas tú, desde tus prácticas, considerando que la finalidad de esa mecánica es la supresión del sufrimiento y el allanamiento del ego? ¿Te has enterado por esa vía de alguna verdad universal que antes no supieras?
No creo haber descubierto ninguna verdad universal, sin embargo, meditando me he acercado a entender que nuestro ego, que no es más que esa idea que tenemos de lo que somos, es como un par de espejuelos de cristales muy gruesos y empañados, que distorsionan continuamente la visión que tenemos del mundo.
¿Qué volá con las piscinas? ¿Qué hay detrás de la disfuncionalidad derruida en las superficies interiores de esas albercas recreacionales?
La presencia de una piscina abandonada es para mí sumamente simbólica. Luego, cuando esta presencia deja de ser un suceso aislado, para convertirse en una constante que recorre todo un país, la fuerza de esta imagen se multiplica como hecho irrevocable, que apunta a un Estado de decadencia propio de una sociedad cada vez más disfuncional. “El país de las piscinas vacías” es una serie en proceso, donde intento registrar mi relación con estos espacios que considero evocadores y sumamente pictóricos.
¿No has vuelto a realizar audiovisuales, videoarte?
En estos momentos estoy dirigiendo junto a Kevin Ávila un cortometraje de ficción, que como proyecto es mucho más ambicioso que mis anteriores incursiones en el video arte. La película describe la historia de un excursionista que viaja por un espacio rural, donde descubre repentinamente un lugar que es lo suficientemente insólito como para sacarlo de su ruta y reafirmar en él cuan distópico es el contexto en el que habita. Esta pequeña incursión en el cine es para mí una experiencia totalmente distinta en términos creativos. Yo estoy súper contento con lo que va resultando, aunque la mitad del tiempo siento que estoy metiendo las narices en un lugar donde nadie me ha llamado.
Coincido contigo en que La balsa de la Medusa es una de las obras pictóricas más avasallantes que haya podido ver. Entiéndeme “ver” como espectador de láminas y diapositivas. Envidio el hecho de que te la hayas echado en vivo en el Louvre. Géricault es de esos monstruos que no deja de brazos cruzados a nadie. Todo ese realismo, al que tanto le han echado tierra, no puede ser tapado tan fácilmente. También, al igual que tú, no tengo una propensión social hacia la política, hasta que la política propende hacia mí. Ahora mismo, revisitando el naufragio de este clásico francés, nos veo como nación pasando el mismo aprieto que los tripulantes de la balsa. ¿Qué activó en ti una movilidad, si se quiere, política, una postura?
Te confieso que me asusta detenerme a pensar en esa analogía que realizas entre Cuba, como nación, y La balsa de la Medusa. Sobre todo, si tenemos en cuenta que esta pintura está inspirada en un hecho real donde los sobrevivientes de un naufragio terminan comiéndose unos a otros en el medio del mar. Yo nunca he mostrado un interés especial en los temas políticos, de manera general creo hay cosas mucho más interesantes a las que prestar atención. Solo que en la situación actual es casi inevitable tomar partido, o al menos dejar clara nuestra postura frente a todo el sufrimiento que tiene como causas inmediatas la violenta represión y la terrible gestión política de toda esta crisis. Se trata de una cuestión elemental de humanidad.