-La patria es un invento- dice sentado en un restaurante Federico Luppi, quien encarna a Martín, un cineasta de difícil carácter, mientras conversa con su hijo, Juan Diego Botto, nombrado igual que su padre, pero a quien todos llaman Hache.
No se extraña un país. Se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañas si te mudas a diez cuadras. El que se siente patriota y cree que pertenece a un país, ese es un tarado mental. La patria es un invento (…) Uno se siente parte de muy poca gente. Tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa.
El propio Martín continúa un diálogo que posiblemente sea el más cardinal y contundente del filme Martín (Hache) (1997), en el cual dos generaciones y formas de pensar, sentados frente a frente, conversan sobre las perspectivas y el futuro. Luppi, en su descarnada intervención, hace un paréntesis en la escena con una frase que engloba cualquier geografía, donde solo con cambiar el nombre de un país igualaría circunstancias y hechos.
Lo único que yo te digo que cuando uno tiene la chance de irse de Argentina tiene que aprovechar, es un país donde no se puede ni se debe vivir, te hace mierda. Si te lo tomas en serio y pensás que puedes hacer algo para cambiarlo, te haces mierda. Es un país sin futuro: saqueado, depredado y no va a cambiar (…) La Argentina es otra cosa, no es un país: es una trampa. La trampa es que te hacen creer que puede cambiar, lo sentís cerca, ves que es posible, ves que es ya, mañana y siempre te cagan…
Lo paradójico en esta ficción es la fuerza de su verdad, donde se inscriben tantas realidades. Martín (Hache), por su calidad narrativa, hondura de personajes y su bien estructurado argumento, en la breve pero intensa cinematografía de Adolfo Aristarain, contiene varias particularidades en su manera de entender y concebir el séptimo arte, que lo pueden definir como un cineasta rebelde por su originalidad temática.
Adolfo Aristarain: una vida consagrada al cine
Adolfo Aristarain cumplió 80 años el 19 de octubre de 2023. No dirige películas desde el 2004. Un largo silencio creativo, motivado tal vez por una retirada virtuosa con su largometraje Roma (2004), ha hecho que sean más de 15 los años sin ver su nombre en los créditos como director de algún filme.
La rebeldía de su bien enfocado talento para crear se define a partir de las circunstancias en que se opuso o cuestionó a través del cine la realidad por la que atravesaba su país.
Desde 1976 Argentina se encontraba gobernada por una dictadura militar y el desafío tácito e inteligente de Aristarain a la censura y la represión cobró forma en su opera prima La parte del león (1978). Una película que dejó ver claramente como el hombre detrás de las cámaras sabía mover los tensos hilos de una historia de antihéroes. Su experiencia como asistente de dirección en más de 30 largometrajes afinaron la puntería creativa de Aristarain, que no falló en la diana a donde quiso hacer blanco.
La aparición sobre el ring cinematográfico hispano de Tiempo de revancha (1981) fue un golpe de nocaut donde Aristarain desafió toda clase de poderes fácticos.
Le siguieron La playa del amor (1979) y La discoteca del amor (1980), ambas comedias musicales, movidas en tono parodia, thriller y película gansteril, las cuales incluyeron la participación de un veinteañero Ricardo Darín.
A través de metáforas o aparentes enajenaciones, Aristarain solidificó el tipo de cine que haría desde entonces con otro elemento distintivo: el elenco. Tres actores, particularmente en esa primera instancia, rotarían alrededor del eje construido por Aristarain: los polifacéticos intérpretes Julio de Grazia, Ulises Dumont y Federico Luppi. Este último, infaltable a partir de entonces en sus obras, con la excepción de la ya mencionada Roma en el 2004.
La aparición sobre el ring cinematográfico hispano de Tiempo de revancha (1981) fue un golpe de nocaut donde Aristarain desafió toda clase de poderes fácticos, sobre todo con el personaje de Pedro Bengoa, sindicalista opuesto a una poderosa multinacional, que lucha contra ella hasta tomar una radical decisión.
En este filme haría su aparición un enemigo contra el cual Aristarain combatiría: TULSACO, reflejada como un poder omnipresente y subyugante. Más allá de su repetido y talentoso elenco actoral, TULSACO es la creación maestra de este cineasta, contra la cual se enfrentaría desde entonces en casi todas sus películas. Una especie de Doctor Moriarty, manifestado como empresas mineras, inmobiliarias o productoras cinematográficas.
Llegaría su turno a Últimos días de la víctima (1982), magistral escenificación del oscuro mundo donde un asesino a sueldo muestra su lado más humano, como una paradoja de quien oficia de verdugo por encargo. Su director hace de las contraposiciones un elemento digno de ser cuestionado, mientras que la víctima, sin conocerlo, vive sus últimos días con naturalidad. Un aparte especial merece esta película, por la inteligencia con la cual sus productores burlaron la censura del momento al incluir una escena erótica, dilatada a propósito para que el censor de turno solo cortara lo que suponía inmoral.
Aristarain iniciaría esta bitácora existencial con Un lugar en el mundo (1992), donde participaría el ya veterano actor español José Sacristán.
Llegarían los años noventa y un cambio en la manera de hacer cine para Aristarain. Ya no vivía en la Argentina de la dictadura, la democracia era un hecho y, esta vez, la reflexión, el tono inmersivo, el mundo interior y la realidad que decidió metaforizar a través del cine, con vuelos poéticos y frases acuñadas de una vigencia imperecedera.
Aristarain iniciaría esta bitácora existencial con Un lugar en el mundo (1992), donde participaría el ya veterano actor español José Sacristán. Quien aporta un aliento fresco a la historia de un sitio en peligro de desaparecer, donde varios de sus habitantes intentan resistir al embate de una empresa (siempre TULSACO) que decide asentarse en ese lugar de extrarradio de la Argentina profunda.
El próximo filme sería La ley de la frontera (1995), ambientada en la España de principios del siglo XX, específicamente en la Galicia rural. En palabras del propio director, esta fue una película en la que se divirtió durante todo el rodaje, tal vez por acercarse en su trama a todo el mundo aventurero que llevaba dentro y constituir esta producción un homenaje el cine de westerns.
Martín (Hache): pieza fundamental en la filmografía de Aristarain
Llegaría entonces Martín (Hache) en 1997, mención aparte en su cinematografía por diseñar un cuadro de personajes más que interesantes. El marco cerrado de este filme, en el que actuaron Federico Luppi encarnando a Martín, Juan Diego Botto en el rol de Hache, Cecilia Roth como Alicia y un desconcertante Eusebio Poncela en el papel de Dante.
La riqueza de las diferencias en Martin (Hache) son un punto enfático y de constante revisión en la filmografía de Aristarain. Varias particularidades notables configuran a esta película como una de las más relevantes en su carrera.
Hache, a ojos de su padre, no siente motivos para vivir y lo lleva consigo a España. Aristarain muestra la visión y el mundo del emigrado argentino que, motivado por la empatía generada por la historia del filme, universaliza las problemáticas expuestas en sus personajes. La patria, la nostalgia, los reinicios, y las renuncias espirituales para continuar una nueva realidad tienen en Martin (Hache) una metáfora de certidumbres tan demoledoras como intensa, debido a su manera de ser planteadas.
Mención especial en la película es la representación de aptitudes en el cuadrado conformado por Martín (la lealtad), Dante (el hedonismo), Hache (la fe) y Alicia (el disfrute del momento). Aparece por primera vez en esta película el asesino difuso que, similar a TULSACO, sería una reiteración literaria en sus próximas dos películas, como una forma de reflexión en sus personajes. Martín le entrega a su hijo un documento con este nombre que plantea una serie de motivaciones para su hijo, entre ellas:
Por la aventura que existe, que se puede vivir y por ver qué es lo que llega, qué es lo que sucede. Es la atracción del riesgo, del peligro, de la suerte, de la fortuna, del romance, del suceso extraño. Y todo está ahí, aquí y ahora, si uno lo busca. Por la aventura de pensar.
Las últimas obras de Aristarain
La penúltima pieza del cineasta argentino sería Lugares Comunes (2002), uno de sus trabajos más celebrados, sobre todo por el tono íntimo y reflexivo de su argumento. Esta también sería la última colaboración con Federico Luppi. Nuevamente la figura de TULSACO, esta vez de manera breve, así como el asesino difuso, tendrá su mención en el filme.
Fernando Robles es un profesor de literatura obligado a jubilarse y, junto a su esposa Liliana Rovira (Mercedes Sampietro), afronta un recomienzo lejos de Buenos Aires. El mundo de las personas de la tercera edad y la necesidad de sentirse útil más allá de los lugares comunes, abren el plano sensitivo en toda su extensión. En varios fragmentos, se deja escuchar la voz de Fernando como narración a lo escrito en un documento que funciona como hilo conductor del filme:
No sé si lo que nos pasa es una historia que valga la pena contar, no sé si hay una historia o si esto será un diario o un cuaderno de notas. Sé que hay desorden, decepción, desconcierto. Hay un país que nos destruye, un mundo que nos expulsa, un asesino difuso que nos marca día a día sin que nos demos cuenta. No tenga una respuesta. El vivo ha de atar cabos en plena oscuridad.
Aristarain culminaría su rol como director con Roma, donde intervendrían Susú Pecoraro en el papel de Roma y regresarían José Sacristán como el huraño escritor porteño, afincado en España, llamado Joaquín Góñez y Juan Diego Botto, con dos roles dentro del largometraje: como el joven Joaquín Góñez durante su pasado argentino; y en el presente donde se desenvuelve la historia donde Botto es un aspirante a escritor enviado a transcribir el libro que debe entregar el huraño Góñez.
Esta inolvidable despedida de Aristarain como director, ciertamente, deja sentimientos encontrados ante la posibilidad de no disfrutar algo más de lo que su creativa capacidad pudiera entregar. Sin embargo, queda la opción del regreso, de la disección pormenorizada uno a uno de sus filmes, para tratar de entender mejor los enigmas humanos encuadrados en sus historias.
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