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Arte cubano | Joel Besmar: una iconografía del saber

Pintar es, para Joel Besmar, un gesto de resistencia: una forma de preservar la memoria cultural en un lenguaje que también está en vías de desaparición.

Joel Besmar: "El Libro de la Creación" (2012), detalle.
Joel Besmar: "El Libro de la Creación" (2012), detalle.

En una época donde la imagen digital invade la atención y la fugacidad domina los sentidos, donde el afán de notoriedad conduce a muchos artistas a buscar modos de expresión que impacten al público sin que la experiencia estética lo conduzca a una transformación espiritual profunda, la obra del pintor cubano Joel Besmar (Camagüey, 1968) emerge como un inusual y sugerente espacio de reflexión. La densidad simbólica de sus composiciones, donde el libro destaca como un elemento protagónico, invita a pensar en el tipo de relación que las sociedades establecen con el saber y con su historia, y en la importancia de la cultura no como un mero entretenimiento, sino acumulación de experiencias que inciden en su desarrollo.

El universo visual de Joel Besmar no busca provocar un efecto inmediato pero leve y efímero, sino la resonancia prolongada con el espectador y, en este proceso, la ampliación de sus horizontes, un acercamiento a lo actual que se sustente en la sedimentación de conocimientos, y la función activa de la memoria que de otras épocas persiste en esa actualidad. En este sentido, el eco de la tradición pictórica que que se aprecia en sus lienzos no es mera nostalgia por lo arcaico, ni simple crítica a la “decadencia” o la “insoportable levedad” de la contemporaneidad, sino un diálogo vital del presente con los grandes temas de la cultura, el arte y la historia del conocimiento.

La pintura como resistencia cultural

Joel Besmar: "El arte de leer" (2019).
Joel Besmar: "El arte de leer" (2019).

Desde mediados de los años 2000, Besmar ha desarrollado una poética centrada en el libro como objeto alegórico. No se trata del libro como simple contenedor de textos, sino como representación visual del saber humano, como memoria encuadernada, artefacto de la experiencia acumulada y, quizás, ruina futura de esa enriquecedora acumulación. Sus pinturas no ilustran narrativas, sino que las condensan; y en sus libreros un tanto barrocos se guardan no solo antiguos volúmenes, sino ―sobre todo― interrogantes eternas: ¿Qué queda de una cultura cuando sus símbolos se fosilizan?, parece preguntarnos el artista, ¿qué ocurre cuando la cultura se convierte en ornamento?

Besmar retrata el aspecto material del conocimiento, su cualidad palpable, que envejece y se transforma. Utiliza objetos como botellas de vidrio, cuerdas, lupas, relojes o herramientas de medición junto a los libros, creando naturalezas muertas donde cada elemento tiene una carga simbólica específica. Tales composiciones no están, sin embargo, vacías de vida: son, en realidad, retratos de lo invisible, del tiempo, el estudio y el olvido; y la gravedad que se respira en ellas nace de la envergadura del material semántico con el cual el artista trabaja.

Así lo advierte Rafael Almanza cuando observa que su seriedad “proviene del sentido religioso de una actitud ante la sabiduría: los libros, la información, el pensamiento humano establecido positiva o negativamente, pero siempre enfrentados a la necesidad de constatar la existencia de una Sofía, de un saber trascendente al hombre y fundador de lo mejor de él”.

¿Qué queda de una cultura cuando sus símbolos se fosilizan?, ¿qué ocurre cuando la cultura se convierte en ornamento?

La elección de la pintura como medio de expresión no es, por otra parte, ingenua. En una era dominada por la fugacidad, la inconsecuencia y la actuación irreflexiva, compulsiva e ineficiente, la obra de Besmar reivindica el tiempo de la mirada, el trabajo del oficio y la herencia cultural del artista. Técnicamente, en su uso del óleo sobre lienzo y el dibujo demuestra un dominio clásico, asentado en siglos de historia, pero siempre al servicio de un contenido relevante para el hoy.

En ese sentido, Besmar puede entenderse como un pintor filosófico: no por ilustrar ideas ajenas, sino por generar, desde la imagen, una reflexión sobre la cultura y su transmisión. Su arte se sitúa en la encrucijada entre lo analógico y lo simbólico, entre lo íntimo y lo colectivo, entre la urgencia de lo inmediato y los remanentes del pasado que van quedando en los anaqueles del olvido, a la espera de una pausa donde regresar a ellos. Pintar, en su caso, es un gesto de resistencia: una forma de preservar la memoria cultural en un lenguaje que también está en vías de desaparición.

Entre la memoria y el olvido

Son notables en Besmar las huellas del arte metafísico italiano, especialmente de Chirico, del simbolismo decimonónico y de la pintura flamenca de naturalezas muertas. Pero esos referentes se funden y reorganizan con una personal sensibilidad, e interrogan acaso, de un modo tangencial, al contexto intelectual y artístico cubano, también asediado por sus propias conminaciones inmediatas y amenazado por la ruina material y espiritual.

La pintura de Joel Besmar arraiga en lo extemporáneo sin dejar de ser intensamente contemporánea.

La suya es una visión que arraiga en lo extemporáneo sin dejar de ser intensamente contemporánea, que insiste en mostrarnos un espacio paralelo a lo tangible, idealizado hasta cierto punto, poetizado, pero que incide con su fuerza expresiva y su carga de señales sobre el mundo cotidiano del espectador, un espacio ―como una biblioteca sin límites― donde el conocimiento no es ilustración enciclopédica, museable, casi arcaica y sin puntos de contacto con la experiencia vivida: es archivo fragmentado pero inabarcable en su extensión y en su relevancia, un campo de batalla permanente, donde contienden encarnizados, desde siempre, pero más aún en nuestros días, los dos polos del afán humano de crecimiento y emancipación: la memoria y el olvido.

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