Aisar Jalil ha llegado a ser una de las voces radicales en una pintura cubana torturada por el castrismo. A partir de una compleja formación académica juvenil, que incluyó un interés inicial por la escultura (y se percibe quizás en cierta sutil volumetría de algunas de sus telas), Aisar se abrió un camino expresivo propio que continúa en ebullición. Es sobre su presente de creación que aspiro a decir dos palabras.
Aisar ha intensificado en los últimos tiempos su obsesión por la imagen de Cuba. Lejos del paisajismo (motivo recurrente y hermoso, por ejemplo, en Tomás Sánchez), su pintura reciente tampoco trabaja el enfoque del arte conceptual que distingue a otros artistas de enorme concentración expresiva, como Joel Besmar, ese estupendo pintor filosofante. En las obras de Aisar se percibe sistemáticamente su perspectiva tan inusitada sobre tópicos de lo cubano esencial. Y esto, en el marco de nuestro arte contemporáneo, es de inmenso valor.
Se trata de una transfiguración de los modos del ser insular y sus signos culturales. Ya sea en cuanto a cuerpos concretos (incluso animales recurrentes de nuestro folclor) hasta dicharachos cuya esencia idiomática no aparece en la obra, pero que esta con sutileza la sugiere; cada obra de este incansable artista se revela como un relato peculiar sobre nuestra naturaleza como nación y también sobre cuáles son nuestros giros simbólicos (ironía, desesperanzas, obsesiones). El pintor no repite tópicos de la idiosincrasia cubana: los presenta transformados, acariciados, trastrocados. Conoce, recuerda y ama lo cubano en sus esencias terribles, pero nos interpreta: en sus obras somos sueño y pesadilla, fiebre y promesa. La pintura de este hombre febril nos devuelve a una vida que la angustia del castrismo parecía desarraigar. No está este artista sonámbulo en la historia de nuestra pintura.
"El pintor conoce, recuerda y ama lo cubano en sus esencias terribles, pero nos interpreta: en sus obras somos sueño y pesadilla, fiebre y promesa."
Con un lenguaje plástico muy distinto, Aisar retoma para sí el tono desafiante que en su día esgrimiera Antonia Eiriz. Es una semejante dureza, una similar defensa de la libertad del ser (cubano, pero también del ser latinoamericano) y la libertad del individuo frente al absurdo totalitario. Pero en este pintor camagüeyano y universal se advierte una sensualidad, un atormentado juego con las vidas posibles, que son enteramente posmodernas y, por lo mismo, más libres en su rescate de motivos: no es solo ataque contra la presión autoritaria sobre el individuo en las dictaduras latinoamericanas. Hay risa burlona, confianza en lo humano invencible; irrumpen también el erotismo, la broma encariñada, la invocación juguetona de la risa y el placer, un cierto rencor, un empuje de adentro. ¿Todos los demonios, los ángeles y los hombres, en esta pintura? Sí.
El cromatismo está vivo en sus cuadros. Es un color disfrutado, a veces semiautónomo, un imprevisto personaje en esas narraciones visuales de Jalil. NEOBARROCO pienso yo, como sello cabal en que Aisar nos confirma su insistente voluntad de ser cubano, esa ciudadanía del espíritu de la cual ningún tiranuelo de pacotilla nos podrá privar. Una vez más, el arte verdadero nos devuelve a la patria verdadera, la de todos.