Soy ese vicio de tu ser, que te domina sin querer.
Canción popularizada por Olga Guillot
Cuando supe que Pavel Giroud había publicado una novela, quise leerla. Su obra cinematográfica, en especial el reconocidísimo documental sobre el caso Padilla, me habían dejado ver un creador profundo y un buscador de los tesoros de la historia intelectual de Cuba. Más que eso, me había atraído profundamente su necesidad de develar el pasado como una respuesta al presente insular. Era de los pocos creadores que, a mi modo de ver, habían logrado evadirse de la hecatombe que azota la isla desde los años noventa, donde se acrecentó la decadencia de cualquier valor que se estableciera desde la cultura y el arte. Y donde casi todos los creadores se sumaron a mirar con la cabeza baja el hoy, el presente, y a dejar morir un pasado donde se encontraban todas las respuestas. Se creó una sociedad desprovista de las aportaciones intelectuales anteriores, empobreciendo así el discurso cultural en todas las esquinas de la creatividad y del pensamiento. Una sociedad de creadores que despreciaba al exilio intelectual, que fijaba su discurso en lo marginal, la diáspora, como encubrimiento de la palabra exilio, el artivismo, lo endogámico. Se había perdido y así es hasta hoy, ese aire liberador de los ochenta, donde nos formamos, estudiosos y creadores, que veíamos en el legado intelectual, un arma de la memoria para una aproximación al concepto de nación.
Esta generación vacía es el mayor logro del Comisario de la Cultura Cubana, el Estado Dictatorial. Una generación que piensa que se puede dialogar con el Censor, y que el exilio nunca más ha de formar parte del discurso nacional, con obra y pensamiento. Y por supuesto, vetarle a este la mesa de diálogo. Escribí por alguna parte que un pueblo sin comida puede sobrevivir, pero un pueblo sin memoria desaparece. En rescatar la memoria y en mirar la historia como solución de la problemática actual de la cultura cubana, todo parece indicar que Pavel Giroud es un maestro.
Habana Nostra, una novela histórica
Habana Nostra, su primera novela, finalista del premio Azorín 2022, y publicada en 2024 por la Editorial Traveler, es una novela histórica. Pero una novela con la mirada de un cineasta. Una novela que se centra en un momento y en una anécdota donde el escritor va mostrando de forma visual, como si de planos se tratara, un acontecimiento de corta duración, pero que tiene un antecedente y un por qué. Ambos narrados desde lo que en el cine llamaríamos flash back. Sin embargo, alejándose de los hábitos escriturales del guión, logra usarlo con tanta sutileza que entra y sale de él, sin que el lector que asiste a una lectura de entretenimiento se dé cuenta o tenga que ser informado, y los que conocemos la forma de la narración cinematográfica, lo percibamos como un ingenioso recurso narrativo, con fundido visual incluido.
La sutileza con que Pavel Giroud usa los cambios de tiempo como recuerdos, como si viera la mente del capo Lucky Luciano, permite introducir una historia necesaria y mantener coherencia, frescura y ganas de avanzar en el relato y la trama principal, pero disfrutando de ese interrupto. Giroud es capaz de maniobrar con una precisión de buen cineasta, y mostrarnos cómo una persona recuerda de verdad. Lo hace a saltos, desde los puntos altos y bajos de la vida, como lo hacemos todos cuando nos prestamos a evocar lo acontecido. En esta historia podría decirse que se ha fijado una manera de narrar los recuerdos, una forma de presentación, de subtrama, que rápidamente entra en la trama principal sin perturbar al lector, usando un recurso cinematográfico explícito en los filmes y que el escritor aquí coloca subliminalmente, para facilitar el avance del conflicto. No se ve en la novela atisbo alguno de escritura de guión, pero se narra como si realmente estuviéramos viendo una película.
Me prometí que esto no sería un artículo crítico, académico, sino simplemente la visión de alguien que lee, que investiga, que degusta con fruición, casi obsesiva, libros, películas, y cualquier material sobre la historia de las sociedades criminales o crimen organizado: las italianas, la mafia rusa o vor v zakone, la bratva postsoviética, las triadas chinas, la jacuzza japonesa. Pavel había escrito para mí, y ahora puedo decir: me sirvió bocato di cardenale.
No se ve en la novela atisbo alguno de escritura de guión, pero se narra como si estuviéramos viendo una película.
La trama central de la novela, si bien muchos sabíamos o habíamos escuchado algo sobre la historia, era casi de una leyenda urbana, enriquecida por la oralidad, con las tergiversaciones pertinentes que caracterizan estos acontecimientos, impregnados por cierto orgullo en la arraigada nostalgia del pasado que tienen los más viejos, vivan o no en la isla. Dicho sea de paso, lejos de ser algo negativo, es una de las razones de la riqueza de la cultura oral en la isla.
Algo me contó mi padre, obsesionado con la historia, y me develó muchísimas anécdotas, que constituyen para mí constructo de una imaginación que no me abandona. Sin embargo, la historia de mi padre se centraba fundamentalmente en que Frank Sinatra, del que ya me había hablado y que yo reconocía y escuchaba, había cantado en Cuba, en el Hotel Nacional, y más allá de esto, me dijo, que se decía en Estados Unidos, que Frank Sinatra estaba protegido y era instrumento de la mafia siciliana o Cosa Nostra. Pero nunca unió ambas cosas en sus historias. Cuando fui creciendo con el heredado gusto por la historia y estudiando la misma, llegué a escuchar que la mafia siciliana había movido hilos comerciales desde el Hotel Nacional, y he de confesar que la canción de Sabina, donde dice algo así como que “Al Capone perdió los pantalones jugando a la ruleta rusa con Fidel”, me desnortó y me hizo pensar que quien había estado en La Habana era el más conocido de los capos, el llamado “Capo di tutti capi”, de la mafia que operaba en Estados Unidos desde la primera mitad el siglo XX. Con lo que, al leer la sinopsis de la novela de Pavel Giroud, sentí la premonición de un encuentro fascinante con la lectura, los recuerdos y mi vida.
He de decir que, como de costumbre, acuné impoluto el libro en mi rincón de lectura, hasta que estuve preparada para caer dentro de él y caminarlo. Entonces, durante días me perdía en la trama, para regresar en una especie de meditación ensimismada. Desde el inicio disfruté esa sensación de estar escindida, de retroceder en mis sentimientos y de dejar aflorar mi nostalgia, sin enfadarme por ello. La isla, La Habana, que es para mí mi isla, renació como desde hacía mucho tiempo no lo hacía. Y es curioso, pues renacía una Habana que no conocí, pero que llevaba dentro, como si fuera la única a la que me permitiera volver, y amar.
Lucky Luciano y la mafia neoyorquina en La Habana
La historia se centra en los preparativos de una serie de personajes radicados en La Habana, todos reales y conocidos, para reunirse con Salvatore o Charly Luciano, más conocido como Lucky, encarcelado durante años, al que le habían concedido la libertad, con la condición de no pisar jamás territorio estadounidense. Previamente Pavel nos da un gran paseo por los hechos más notorios ocurridos entre la adolescencia de Lucky y “sus manos derechas”. Nos saca de pronto del Paseo del Prado y nos lleva directamente a una playa de Long Island, para en una vertiginosa narración, implacable de sucesos, llevarnos de un Luciano adulto, tirado en una playa después de recibir la paliza que le partiría el ego y de paso, la cara, mostrarnos su llegada como niño emigrante a New York, sus relaciones, su crecimiento como hampón menor, su permanente desafío a las familias dominantes de la mafia italiana, establecida en tierra ajena pero con costumbres y reglas arraigadas, para hacernos pasar volando por aquel maltrecho y marcado hombre que logró salvarse saliendo a fuerza de mente y testículos, de los arrecifes y del dolor de las heridas.
Y logramos, en este recorrido mágico, disfrutar el alzamiento de un ser humano sin límites, dispuesto a ganar, que contaba con amigos incondicionales que lo colocaron en la cima del negocio del crimen en New York. Poseía, además, como vemos en la novela, la confianza y la venia de Alphonse Gabriel Capone, más conocido como Al Capone o Scarface, que ya mostraba las trazas de la sífilis que lo terminaría matando, pero seguía, aún con menos acción, siendo el Capo más respetado por las familias de las tres organizaciones italianas: la Camorra napolitana, la Cosa Nostra de Sicilia y la Ndrangheta calabresa, que operaban en Estados Unidos con total y absoluta normalidad, aunque no impunidad. El ejemplo es el propio Lucky Luciano, obligado a cumplir sentencia, pactando después de años para ser deportado de Estados Unidos a Sicilia, considerándolo persona non grata en territorio norteamericano.
Después, descubrimos que era Meyer Lansky su real mano derecha, que por no ser italiano, sino judío, no podía formar parte directa de la familia Luciano, y que al inicio de la novela sale a recorrer parte de la capital caribeña más abierta y hermosa, quien, desde que el jefe estaba cumpliendo sentencia y para no perder poder en los estamentos o jerarquías familiares de la mafia, había decidido trasladar y dirigir “los negocios” a una ciudad bulliciosa, juerguista, con intenciones de despegarse del poder de Estados Unidos, y obtener un margen de autonomía política y económica, con el mandato del Presidente Dr. Grau San Martín, que lo expresa en la historia con voz propia.
La Habana republicana
Todo esto Giroud lo cuenta, insertando la política oportunista de entonces para hacer desfilar presidentes como Grau, y futuros presidentes; el llamado presidente amable Carlos Prío Socarrás; funcionarios corruptos y un Fulgencio Batista, militar aún, que asumirá, finalmente, una presidencia decisiva. Más abajo, en los predios de calles, avenidas y tiendas, pasarán la elegancia, los personajes reconocibles, tipos criollos muy habaneros y, sobre todo, la cautivadora belleza de mujeres dulces, hermosas, independientes o no, pero degustadoras del baile, el sexo, y la música, de una ciudad feliz cuya población olvidaba transitoriamente sus desgracias en los clubs nocturnos y sitios de moda. Una urbe que se convertía, al caer la noche, en una especie de radio de neón perpetua, que no se apagaba. Al amanecer, como si fuese un sueño, todo aparecía nuevamente regular, cotidiano y rutinario.
La historia queda resumida en los preparativos para que Lucky Luciano viaje a La Habana, a reunirse con todos los capos de las familias de Estados Unidos, y la reunión misma y sus consecuencias, creando la apariencia de que Sinatra cantaría por primera vez en la isla y, con el concierto de la estrella, desviar la atención de la llegada de Luciano, pues, aunque Cuba era república, seguía siendo de cierta forma territorio que atañía a Norteamérica.
Hay en esta escritura algo extraño, quizá exótico. Me dio la sensación que estaba ante un libro interactivo, un libro de cuarta dimensión.
Así, sin ahondar más en la historia, que ha de disfrutarse en la lectura, creo que debo advertir al futuro viajero de la novela, sensaciones que, a mi modo de ver, como lectora, le dan a este libro una posición audaz dentro de la trillada novelística cubana actual, integrando una dupla con otra escritora que sí recoge y trasmite en su obra, la historia cubana desde un talento narrativo y un dominio de la novela verdaderamente brillantes. Me refiero a Zoé Valdés, posiblemente la mejor novelista cubana de los últimos cuarenta años. Y tengamos en cuenta que Habana Nostra es la ópera prima narrativa de Giroud.
Hay en esta escritura algo extraño, quizá exótico. Me dio la sensación que estaba ante un libro interactivo, un libro de cuarta dimensión. Sentí la brisa caliente y salitrosa desde el balcón o la terraza del Hotel Nacional, y pude sentir el refresco de caminar por las avenidas de las mansiones del nuevo Vedado republicano. Respiré el vaho de perfume, tabaco, alientos etílicos en el “concierto de Sinatra”, para sentir el frescor de la noche y la pureza del aire habanero mientas me encaminaba sin rumbo por la Avenida de los Presidentes, mientras mis pulmones aspiraban un olor vegetal y me desintoxicaba. Degusté una Polar fría cuando acuciaba el calor del mediodía habanero, y hasta llegué a saborear los helados famosos en los garitos y restaurantes italianos del New York multicultural de entreguerras. Conocí cuánto se parecía New York a La Habana, pero sentí el olor de los mismos perfumes, diferente; tuve sabores de bebidas que no sé por qué se sienten de distinto modo a un lado y al otro. Entré al Encanto y vi mujeres sensuales y bellas, muchas como la que Mayer conquistó, y sentí también la frialdad recelosa de esa mujer neoyorquina que llegó para dar paso a la traición y las rupturas; mujer sexual, no sensual; fatal, no enamorada. Y esto que escribo es literal, no metafórico. Mis sentidos todos fueron retroalimentados, tal y como si yo hubiera estado anónima e invisible, en cada escena, en cada descripción. También oí la música y bailé al compás de las vitrolas.
Cualquier tiempo pasado fue mejor
Me quedé con una imaginación voladora, convertida en una gran reflexión. ¿Tanto hampón italiano suelto una semana en la llamada “Capri del Caribe”, y la estancia de muchos de ellos, dominando negocios y gozando también, de forma más distendida, del calor y la necesidad imperiosa de amar sin medida, de sexo amoroso y dulce, no dejó ningún descendiente? ¿De Lucky habrá quedado algo más que su decepción y sus besos? Creo que esta novela resuelve una incógnita cinematográfica en mi imaginación y en esa idea de que, en la creación, todo lo bueno está conectado. Creo que sí, ¡sí quedó un descendiente de esa semana caliente, bandolera y desleal! Lo enviaron a Miami, a la fuerza, en los años ochenta. Se llamaba Tony Montana, un delincuente con delitos de hambre, que fue subido a un barco que no era suyo, en el puerto de Mariel. Un delincuente común que dejaron sin patria para volverse el amo de la jungla ajena. Terminó mostrando que el poder tiene un precio, porque, cuando decides en tierra de otros que “quieres el mundo, todo lo que contiene y lo quieres ahora”, te amparas en la rabia, el desapego y la supervivencia, para esconder la tristeza y nostalgia de sentirte un paria, aun cuando logras el mundo. Una evidencia legítima, por la forma en que lo hizo, que en Cuba, cada vez más, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Vigo, 12 de mayo de 2025.
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