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Opinión | ¿Marxismo en Cuba? Notas sobre un debate asfixiado (segunda parte)

"En la Cuba castrista todos estos esfuerzos fueron asfixiados para erigir a sangre y fuego un discurso totalitario, deslavazado, incoherente y sin base teórica."

Estatua de Carlos Marx.
Imagen: Pixabay

La lucha por la constitución de una plataforma ideológica para la revolución cubana a partir de 1959 se desarrolló en medio de unos obstáculos y unos espejismos ominosos. Frente a la voluntad de quienes detentaban el poder político, frente a la presencia de la vieja guardia del Partido Socialista Popular cubano, se desarrolló una búsqueda urgente y dramática por parte de una serie de intelectuales en plena juventud y afán de renovación. 

Sobre todo los jóvenes del Departamento de Filosofía habanero, recién fundado a inicios de los años sesenta, aspiraban a conformar las bases teóricas de un socialismo cubano, pero estaban aprisionados entre los demás factores que acabo de relacionar, así como también por los avatares del pensamiento internacional. La política interna del país, la voluntad personalista del gobierno castrista, eran factores tensionantes. Fernando Martínez Heredia ha afirmado sobre este difícil terreno ideológico de los años sesenta:

La teoría de Marx, Engels y Lenin había sido reducida por aquel campo a una ideología autoritaria, destinada sobre todo a legitimar, obedecer y clasificar. Necesitábamos un marxismo creador y abierto, debatidor, que supiera asumir el anticolonialismo más radical, el internacionalismo, en lugar de la razón de Estado, un verdadero antiimperialismo y la transformación sin fronteras de la persona y la sociedad socialista, como premisas para un trabajo intelectual que fuera indeclinable en su autonomía y esencialmente crítico. Un marxismo que no se creyera el único pensamiento admisible y el juez de los demás1.

Pero ese marxismo era imposible en una Cuba lanzada por el camino de caudillismo que Martí había denunciado incansablemente, pero que ahora asumió su peor perfil por tratarse de uno de izquierda marcado por el estalinismo. 

El único discurso posible en Cuba

Pronto el marxismo fue declarado discurso único, pero sobre la base de que se estudiara, no a través de las obras de los pensadores clásicos de esta filosofía, sino de manuales de bajo nivel filosófico traducidos del ruso, como el muy manoseado de Konstantinov (“el Konstantinov”), publicado en 1958 e inevitablemente traducido al español por Adolfo Sánchez Vázquez y Wenceslao Roces, traducción que se imprimió en 8,000 ejemplares en México y otros 8,000 en los tres años subsiguientes. De nuevo otra enorme tirada en 1965, con nueva traducción de Sánchez Vázquez. Por cierto que esa edición de 1965 en el país azteca se realiza cuando ya en Cuba se estaba procurando prescindir de dicho manual.

Ahora bien, es mucho más complejo el fenómeno que su simple enunciación. Ante todo, hay que cuestionarse críticamente la insistencia en que existió una verdadera plataforma teórica del socialismo en Cuba: no la hubo realmente. Una serie de elementos habla más bien de una profunda incultura y de una especie de dictadura ideológica, que irónicamente varios intelectuales cubanos marxistas denominaban con sarcasmo, pero no del todo erróneamente, “La Iglesia”. 

Revistas apiladas con Lenin en la carátula.
"Lenin". | Imagen: Pixabay

Muy pronto después de 1959 comenzó a propagarse un fantasma por la isla: el del diversionismo ideológico, que se convirtió en una acusación letal, a partir de la cual una persona o un hecho cultural podían ser barridos como por una explosión atómica y desaparecidos del mapa nacional. Igualmente, se desató una serie de tonterías y lugares comunes para nada filosóficos. Véase el siguiente pasaje de un discurso de Fidel Castro en el año 1970, el de su sonado ridículo con la zafra megalomaníaca de 1970 que terminó en un rotundo fracaso:

¡Qué lección práctica de marxismo-leninismo! Nosotros que nos iniciamos en el camino de la Revolución no por una fábrica, que buena falta que nos habría hecho a todo, sino que nos iniciamos en el camino de la Revolución por la vía intelectual del estudio de la teoría, del pensamiento. Y que bien nos habría convenido a todos nosotros haber conocido mucho mejor y haber surgido de las fábricas, porque allí donde realmente está el espíritu genuinamente revolucionario de que hablaban Marx y Lenin.2

No hay que recordar aquí que el origen de clase de Marx y desde luego de Engels no era el proletariado, y que, precisamente, ambos eran exactamente intelectuales de origen burgués. El padre de Lenin, Ilyá Ulianov, fue un burócrata ruso con tratamiento de “Su Excelencia” en Rusia, de hecho equiparado a la pequeña nobleza. Así que Castro habla de una pura entelequia, una manipulación destinada a engañar a las masas poco informadas de las personalidades clave del marxismo-leninismo. Pero más ilustrativo es el siguiente pasaje de una intervención más que significativa de Raúl Castro: 

Son frecuentes las muestras de diversionismo ideológico que aparecen en el extranjero destinadas a minar las ideas del marxismo-leninismo y en algunos casos el apoyo de las masas populares de esos países a nuestra Revolución. A veces esas ideas entran en nuestro país como mercancía de contrabando y desdichadamente en ocasiones encuentran eco en círculos reducidos, por ignorancia política o fatuidad más que por cualquier otra cosa. originando manifestaciones que pretenden ser revolucionarias y son realmente ajenas al marxismo-leninismo; expresiones que constituyen una mezcla de pobreza ideológica y petulancia intelectual muy distante de las ideas de la Revolución. 

El marxismo-leninismo es una ciencia, no una especulación. No existen “varios marxismos-leninismo”. Cualesquiera que sean las cuestiones secundarias puestas a investigación y debate en los círculos revolucionarios, el marxismo ofrece un fondo de verdades incontrovertibles que han sido probadas hasta la saciedad en el terreno de las ciencias y en el de la lucha social. La Revolución abre el campo de la investigación científica en todas las direcciones y no intenta amputar ningún esfuerzo seriamente concebido. Pero una cosa es investigar y otra es aprovechar conocimientos –casi siempre mal digeridos– para socavar con especulaciones irresponsables las bases de nuestra ideología. Sobre todo es necesario aclarar que esas especulaciones, como las que aparecen con frecuencia en las páginas de la revista Pensamiento Crítico, no constituyen, por supuesto, la expresión de los criterios de nuestro Partido. 

La aclaración, además, es necesaria, por cuanto existe la confusión en algunos compañeros que nos han preguntado si la publicación mencionada constituye el órgano teórico del Partido. Nosotros hemos conocido directamente algunas experiencias de este tipo. Tenemos, en el Ministerio del Interior y las Fuerzas Armadas, centenares de oficiales estudiando en aulas universitarias distintas carreras. En más de una ocasión, hasta nosotros han llegado las inquietudes de estos compañeros, muy especialmente los de Ciencias Políticas, sobre planteamientos realizados por algunos profesores, de confuso carácter ideológico, cuando no absolutamente contrarios al marxismo o irrespetuosos a la autoridad de sus fundadores gloriosos. Hace aproximadamente un año nosotros teníamos en la mano un caso concreto, esto lo comuniqué personalmente a las autoridades de la Universidad de La Habana. Pero todavía hace algunos días transitando por un despacho, nos hemos encontrado a un compañero oficial que trabaja directamente con nosotros y estudia en la universidad, esta vez en la escuela de Ciencias Jurídicas, dedicado al estudio de un artículo de la mencionada revista de carácter contradictorio y revisionista, que se le había recomendado en el aula por un profesor. 

Se ha llegado en determinados círculos a extremos ridículos a los que solo puede llevar el intelectualismo desarraigado de la realidad y una buena dosis de autosuficiencia y versiones de Marx y Engels, tan pomposas como superficiales, se unen hechos increíbles como el de recomendar estudiar el proceso revolucionario de Octubre prescindiendo de Lenin.3

Este momento oratorio merece un comentario detallado. Aquí estaba ya la temida frase: diversionismo ideológico. No hay definición lógica posible para lo que quería decir. Se trataba de todo aquello que contradijera no ya al sistema de pensamiento marxista, sino sobre todo al discurso del poder castrista, todo aquello que no reprodujera literalmente las órdenes, declaraciones y consignas del gobierno en cualquier nivel de este. 

De inmediato viene un esquema repetido hasta el cansancio: todo lo que no repita el discurso único partidista, era inmediatamente ridiculizado como superficial, fatuo, o satanizado como enemigo y antiobrero. No había, pues, ni la menor posibilidad de riposta y menos aún de discusión; era, a nivel de la vida cotidiana, el correlato exacto de la frase tiránica de Palabras a los intelectuales. Con la Revolución, prosopopeya de Castro, todo; contra la Revolución, ningún derecho. A pesar de todo, el orador era indiscreto e inhábil. Esas ideas petulantes y contrarrevolucionarias a las que se refiere estaban censuradas y tenían que entrar “de contrabando”, como en el terreno de un estado teológico, un Monte Athos vedado al mundo real. 

Asimismo, su afirmación de una unidad del marxismo es algo tan pedestre y contrario a la historia misma, que parece olvidar que, por citar un solo ejemplo, las ideas del marxista italiano no leninista, Antonio Gramsci, fueron durante años muy poco gratas al poder castrista en la isla. Por otra parte, la realidad histórica, objetiva en el mundo, llevaría poco tiempo después, en la década del setenta, a unos hechos políticos y militares sobre los cuales el destacado sociólogo Benedict Anderson escribió:

Quizás sin que lo notemos mucho todavía, vivimos una transformación fundamental en la historia del marxismo y de los movimientos marxistas. Sus señales más visibles son las guerras recientes entre Viet Nam, Camboya y China. Estas guerras tienen una importancia histórica mundial porque son las primeras que ocurren entre regímenes de independencia y credenciales revolucionarias innegables, y porque ninguno de los beligerantes ha hecho más que esfuerzos superficiales para justificar el derrame de sangre desde el punto de vista de una teoría marxista reconocible.4

En una palabra, la supuesta y nunca objetivada unidad monolítica del marxismo en el siglo XX, terminaba sus días y su propaganda en medio de la nube de humo no ya solo de un derrumbe, sino de una serie de confrontaciones políticas y militares. Las sucesivas intervenciones militares soviéticas en países satélites en la Europa del Este, el desdeñoso abandono de Castro en la crisis de los misiles en Cuba, la feroz confrontación de influencias entre China y la Unión Soviética por todas partes, pero en particular en África, desmentía ese bucólico e ignorante principio de unidad aludido por Raúl Castro

¿Hasta dónde llegó la Revolución "insular"?

En la propia Cuba castrista, donde por un momento se pensó ingenuamente en el diseño de una ideología para la revolución insular, todos estos esfuerzos fueron asfixiados para erigir a sangre y fuego un discurso totalitario, deslavazado, incoherente y sin la más mínima solidez teórica. Una vez más, se trataba simplemente de un caudillismo burdo y desde luego aterrador, que desde los núcleos duros del poder castrista se proyectó sobre toda la sociedad insular y creó un frenesí de absolutismo, un afán de dominio entre castrense y populachero que habría, desde el punto de vista sicosocial, de enfermar literalmente a diversos sectores de la sociedad cubana. 

No puedo ahora emprender una historia que, de una u otra manera ha sido trabajada por prestigiosos autores, entre ellos el filósofo e historiador Rafael Rojas. Me detengo solo en algunos hitos imprescindibles para comprender medianamente la sistemática operación de tergiversar el pensamiento de Martí sobre la nación cubana.

Estatua de José Martí con el brazo levantado apunta hacia delante.
"José Martí". | Imagen: Pixabay

La fundación de Pensamiento Crítico como revista asociada con el programa emergente de formación en el marxismo-leninismo, se había convertido inadvertidamente en un foco de debates sobre el pensamiento contemporáneo, tanto filosófico como cultural e incluso específicamente artístico, así como sociológico y político. No era la revista de adoctrinamiento que esperaban los Castros y su camarilla, ni la de la vieja guardia del Partido Socialista Popular, ni funcionaba como baluarte del estalinismo. Tampoco solucionó la completa ignorancia del propio marxismo exhibida por la camarilla castrista. Impresiona leer a Raúl Castro decir imperturbable que el marxismo-leninismo era una ciencia

Pero ¿no era la única filosofía verdadera de la historia de la humanidad? Y desde luego no podía ser clasificada como ciencia. Castro se expresa desde una supina ignorancia de lo teórica y práctica de lo que se supone que defiende. Esa represión del pensamiento, aparentemente realizada desde la filosofía marxista-leninista, ni siquiera tenía un apoyo teórico en los elementales mínimos del propio marxismo. El odio de los dos caudillos Castro por la intelectualidad cubana era más que transparente. 

Lo que opinaba el Che Guevara sobre el marxismo cubano

Esta actitud se socializó y se asumió como una postura revolucionaria y comunista. Es bien interesante que Ernesto Guevara proyectó públicamente una actitud igualmente agresiva, sobre la cual se verá luego que, de manera privada, sustentó otra muy diferente, en una incoherencia que resulta cuando menos cegadora. Guevara escribió sobre los intelectuales unas palabras ominosas y dogmáticas: 

Resumiendo, la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original: no son auténticamente revolucionarios.

Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original. Las probabilidades de que surjan artistas excepcionales serán tanto mayores cuanto más se hayan ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión. Nuestra tarea consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni “becarios” que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.

En nuestra sociedad juegan un gran papel la juventud y el partido.5

Deliberadamente he incluido el último renglón, porque lo necesito para un rápido comentario. Ante todo, véase el tono religioso de todo el pasaje guevarista. El intelectual tiene un pecado original: no es una metáfora. Creo que es el sentido literal. No hay manera de ofrecer una explicación racional a esa andanada sobre el “pecado” de los intelectuales. Y además, ¿qué entiende Guevara, y todos los demás de la dirigencia comunista, por ser “auténticamente revolucionarios”? Pues jamás hay una explicación racional de semejante condición. 

Souvenirs con temática sobre Cuba y el comunismo cubano.
"Cuba". | Imagen: Pixabay

Ni podía haberla: de hecho, ser auténticamente revolucionario era no otra cosa que ser por completo sumiso a los dictados de la jefatura. Hay un total irracionalismo y una negación total de lo que significa inteligir, que no es otra cosa que ser capaz de elegir de acuerdo con un raciocinio eficiente y unos principios considerados válidos. Pero eso era justamente lo que había que negar a toda costa en Cuba, como había sido combatido en la Unión Soviética y en todas las instancias de los partidos comunistas. No al pensamiento, no al análisis, no al cuestionamiento en aras de la verdad, la ética y la objetividad. 

Más adelante veremos cómo ni el propio Guevara pudo ser por completo cómplice de un escolasticismo tan burdo y asfixiante. como este. Pero tampoco puede olvidarse que el comunista argentino fue también de los que atizó la llama contra el pensamiento en Cuba. Y que el último renglón con que cierro la cita anterior evidencia la santurronería religiosa con que todos los comunistas han repetido una y otra vez, con una actitud entre mística, irracionalista y servil, que el partido comunista es una especie de entelequia que, junto a los papas católicos, goza del dogma de la infalibilidad. 

Un examen somero permite comprender que, desde el inicio, no hubo un verdadero interés en el debate filosófico, ni siquiera en el orden marxista.

Sin embargo, del Che Guevara provendrían las objeciones más fuertes y peligrosas que el naciente dogmatismo iba a recibir en Cuba. El historiador y filósofo Rafael Rojas ha escrito con entera razón: “El Che Guevara, tal vez la figura central del debate económico e ideológico cubano de aquellos años, había criticado desde 1962, en la revista Cuba Socialista, los mecanismos de comercio exterior que predominaban en el campo socialista y que obligaban a Cuba a pagar en divisas las materias primas procedentes de la URSS y otros países del bloque soviético”.

Y, en efecto, Guevara, sobre todo en textos y anotaciones solo se publicaron mucho tiempo después de su muerte, ejerció una crítica muy dura sobre lo que estaba sucediendo en la Cuba de los primeros años del castrismo. Son consideraciones que, inevitablemente, arrojan unas connotaciones sombrías sobre su salida definitiva de la isla prisionera de los Castro. Pero ya la reseña de las críticas más duras al leninismo tendrían que ser objeto de un comentario posterior, relativo al momento de asfixia total de todo debate en la isla. 

Para erigir esa Corte de los Milagros todo crimen, toda violencia fueron válidos.

Un examen somero permite comprender que, desde el inicio, no hubo un verdadero interés en el debate filosófico, ni siquiera en el orden marxista. Solo se trató de una vulgar y violenta lucha por el poder. Pero esa reyerta miserable tuvo víctimas de gran estatura. En primer lugar la libertad de pensamiento en el país, comprometida no solo por el silenciamiento tiránico, sino por la farsa según la cual había sido instaurado un régimen con una base filosófica tangible: no hubo tal cosa, y la práctica de enseñar el marxismo por manuales de pacotilla confirma que ninguna filosofía interesaba, ni siquiera la de Marx, para un régimen donde se trataba simplemente de la instauración de una harapienta monarquía absoluta de color rojizo, con una dinastía de príncipes indigentes y semianalfabetos, rodeados por cortesanos politicastros. 

Para erigir esa Corte de los Milagros todo crimen, toda violencia fueron válidos. Y se precisó y en buena medida se logró engañar a una buena parte de la izquierda latinoamericana. Medios mezquinos, pero indudablemente una meta ambiciosa, aunque, desde luego, criminal: es terrible aniquilar vidas humanas, pero cercenar el intelecto de una nación en un momento clave de su historia, a mi modo de ver, es tan imperdonable y letal como el asesinato físico. Y esto, en su esencia, fue el resultado final de aquella etapa en la que el resultado fue la aniquilación del debate y la asfixia de la nación clubana.


1. Fernando Martínez Heredia: “Revolución cubana contra los colonialismos y la necesidad de Fanon”, en: Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempos de revolución. Antología esencial. Selección e introducción a cargo de Magdiel Sánchez Quiroz. CLACSO. Buenos Aires, 2018, p. 240.

2. Fidel Castro: “Discurso pronunciado el 26 de julio de 1970”., en: http: //www.fidelcastro.cu.

3. Raúl Castro: “Conclusiones de la Segunda Reunión de Organización del Partido Comunista de Cuba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias”, en: http//filosofia.org.

4. Benedict Anderson: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica. Mëxico, 1976.

5. Ernesto Che Guevara: El socialismo y el hombre nuevo. Ed. Siglo XXI, México, 1971, p. 14.

6. Rafael Rojas: Historia mínima de la Revolución cubana. Turner Publicaciones, 2015,, p. 113.

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Luis Álvarez

Luis Álvarez Álvarez

(Camagüey, 1951). Poeta, crítico literario e investigador cubano. Es Doctor en Ciencias (2001) y Doctor en Ciencias Filológicas (1989), ambos por la Universidad de La Habana, donde trabajó durante varios años. Distinguido con el Premio Nacional de Literatura (2017) y miembro de honor de la Fundación Nicolás Guillén (2019).

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