Alrededor del natalicio del Padre Félix Varela, el 20 de noviembre he tenido el gran regalo de Dios de peregrinar a los lugares en que vivieron y trabajaron Félix Varela, el padre de la nación cubana y José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba.
Fui invitado al XXIII Congreso Anual del Centro Cultural Cubano de Nueva York, en el que llevo participando durante varios años, en el marco de la colaboración entre el Centro Cultural Cubano y el Centro de Estudios Convivencia.
La profesora Iraida Iturralde, presidenta del Centro Cultural Cubano, nos invitó a dar un recorrido histórico por los sitios donde las dos columnas de nuestra nación y república desarrollaron su labor en Nueva York.
Visitamos la Iglesia de la Transfiguración, fundada por el Padre Varela en 1827, siendo su primer párroco. Junto a la Parroquia está la escuela que lleva el nombre del Venerable sacerdote cubano. En la esquina que une al templo con el colegio se destaca una imagen de cuerpo entero del “que nos enseñó primero en pensar”. Este monumento es como la síntesis entre sus dos mayores vocaciones: sacerdote y educador.
El templo estaba cerrado, pero una responsable nos entró por el colegio hasta él. Nada más entrar sentimos ese ambiente en que lo sagrado y lo patriótico se sintetizan. Sentimos que Cristo, Cuba y la Iglesia latían en un solo corazón en el pequeño templo fundado por Varela. En el retablo del altar, un bello cuadro de la Transfiguración de Cristo, y justo a la entrada del templo, a la derecha, el busto del Padre Varela; y a la izquierda, la reproducción ampliada del sello postal con que el servicio de Correos de los Estados Unidos rindió homenaje a Félix Varela, sacerdote “Reformador Social”, como dice la estampilla conmemorativa.
Después de una oración por Cuba, dejamos aquel sagrado lugar desde donde Varela desarrolló heroica y santamente su labor sacerdotal.
Nuestros más grandes próceres de la libertad encontraron en el exilio un refugio y una inspiración para trabajar, sufrir y predicar por Cuba.
Peregrinamos también la Catedral de Nueva York dedicada a San Patricio, y junto a ella la sede del Arzobispado de la metrópoli, en la que el Padre Varela fue Vicario General (segundo cargo de responsabilidad en el Obispado) desde 1837 hasta 1849. Incluso, fue propuesto para ser Obispo de Nueva York, pero fue vetado por España ante el Vaticano.
Luego llegamos hasta la estatua dedicada a José Martí en el Parque Central de Nueva York. Impresiona contemplar la escultura que inmortaliza el momento del sacrificio supremo del Apóstol, que aparece flanqueado por las estatuas de dos grandes de América: Bolívar y San Martín. Una copia de este monumento se erige hoy en la Avenida de las Misiones, frente al antiguo Palacio Presidencial en La Habana.
De allí, peregrinamos a la casa donde vivió Martí en Nueva York los últimos tres meses de su vida. La fachada de la casa en el #349 de la calle 46, está modificada hoy. Allí hay un Club de Jazz, pero ese edificio será siempre el último hogar de Martí en la gran ciudad, donde terminó su exilio y su apasionado apostolado para unir a los cubanos en la consecución de la libertad de Cuba.
Antes de marcharse para siempre de Nueva York, Martí fue a despedirse de dos seres entrañables para él: Carmita y María Mantilla, que estaban en la casa de Luis y Blanche Baralt, en la calle 64, antes de marcharse a Santo Domingo y luego desembarcar en Cuba para morir en Dos Ríos.
Caminamos hasta esa dirección de la calle 64; pero la casa de los Baralt fue demolida junto con otros muchos edificios para construir el actual Lincoln Center, un complejo de teatros y salas dedicados a la música, la danza y las artes plásticas.
Visitamos también el Puente de Brooklyn, esa magna obra arquitectónica que en su tiempo fue el puente colgante más largo del mundo. Martí fue testigo presencial de su inauguración el 24 de mayo de 1883, reflejando ese día, en una de sus famosas crónicas, el espíritu emprendedor de los neoyorquinos.
Enseñanzas para hoy
Este largo peregrinar de más de 15 kilómetros tras las rutas de Varela y Martí, bajo la sabia guía de la profesora Iturralde, me dejó una profunda huella patriótica y cristiana con unas enseñanzas para hoy:
- Nuestros más grandes próceres de la libertad encontraron en el exilio un refugio y una inspiración para trabajar, sufrir y predicar por Cuba.
- La cultura y la espiritualidad cubanas promovidas por Varela y Martí no se perdieron, ni se diluyeron con el exilio, en medio de una nación con otra cultura. Al contrario, abrirse al mundo fortaleció el amor y la pasión por Cuba en los dos padres fundadores: Varela y Martí.
- Cuba necesita también hoy que ambos pulmones, la Isla y la Diáspora, se unan en un mismo empeño por la libertad de Cuba.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
(Publicado originalmente en Centro de Estudios Convivencia).