Cuba es una ciudad/país inerte. Ahí radica la primera contradicción y quizá la más importante: la revolución detenida, un oxímoron del siglo pasado que vio destruir muchísimas sociedades, y aún hoy persigue a Cuba, la revolucionaria inmóvil.
Una ciudad/país llena de escombros, así como una guerra, un espacio violentado por lo cotidiano, por el salitre, por los derrumbes, por el hambre de siempre. Y la libertad, como el escombro, confusa.
Para que una ciudad/país esté a la expectativa deben pasar reales circunstancias que arranquen el velo del sueño y pongan a todos a respirar, abrir los bronquios corroídos por el salitre: esta vez se busca en lo ajeno la esperanza para salir del quietismo, no solo físico (social, económico, político), sino también mental. Un país con la boca abierta, respirando con un pulmón ajeno llamado democracia.
Las circunstancias estaban fuera de los contornos de la ciudad/país. El día tres de noviembre comenzaron las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Los americanos votaron, las campañas electorales fueron sensación en todo el mundo. ¿Qué novedades traen los candidatos? ¿Qué aires nuevos, qué asfixias? Estas elecciones se vivieron en todo el mundo como una de las más estresantes, porque sucedió en medio de la caótica pandemia del Covid-19, que tantos estragos ha causado, y en una penosa situación internacional constituida por la tensión y los absolutismos. Sucedió el evento democrático más esperado, las elecciones americanas con sus candidatos haciendo campañas. Y los peces/pueblo de la isla esperando.
Donald Trump, 45to presidente de los Estados Unidos y representante del partido republicano, y Joe Biden, candidato demócrata. Ambos iniciaron sus caminos por los estados., el mundo era un escenario enorme. ¿Dónde estaba la isla, ciudad/país, Cuba?
Cuba representó un acápite en las enormes campañas de ambos candidatos. Cuba discursiva, dicotómica: Donald Trump, si resultaba reelecto, emplearía nuevos mecanismos para generar más asfixia en la isla de manera que fuese esto un impulso para que los movimientos populares arrancaran de cuajo la dictadura; por otro lado Joe Biden, con una retórica aliciente, la apertura, la bocanada de oxígeno económico, descongelar las relaciones, abrir las puertas estrechas de nuestras orillas.
Se esperaba la apertura, las enormes cantidades de oxigeno acompañadas de enormes cantidades de dinero; las gentes desde su incredulidad política (obra de la revolución inmóvil, claro), los militares desde esa avidez por llenar de dólares, hasta el tope, sus arcas. Se esperaba un relato llamado Joe Biden para que el aire fluyera en ambas orillas.
¿Cuán pusilánime puede ser una sociedad sometida a una dictadura de más de medio siglo? Puede ser hasta el punto de poner su propia prosperidad económica y su salud política en el derecho de otro al evento democrático de elegir presidente, y nuevas maneras de acción político-social. ¿Cómo es la zona de lo democrático en Cuba? Árida, tristemente se espera en la isla, desde ese quietismo que la caracteriza, el resultado de las democracias ajenas, lo que otros tengan en mente para la isla huérfana, la isla sin padres patrios o madres matrias porque el sistema llamado castrismo ha desamparado de héroes reales a esta tierra. Y el cinismo se ha hecho eco, la prensa oficial y sus infantiles comentarios resaltaban la figura de Biden, casi el salvador, ¿un mesías para una isla decrépita? Al gobierno le conviene el discurso del demócrata, le conviene el regreso de las remesas, de los negocios, del turista americano tan codiciado. Mostrar la orfandad de la ciudad/país que es Cuba, hipercodificar la culpa del enemigo por estas amargas carencias de hoy.
Algo parecido pasó con Barack Obama en aquellos brillantes años del 2015 y 2016. Tanto dinero entró, tanto aire, a los pulmones marchitos de la isla. Te has preguntado, ¿quién se benefició? Vimos hoteles lujosos alzarse, vimos la sonrisa pálida de los turistas, el tráfico, moda, rock, ventas infladas en los puestos artesanales. El sector del turismo abriendo las bocas para ingresar el ahorro del otro convertido en propinas. Vivir de propinas, y no de salarios. La gente estaba feliz, feliz el gobierno de la conformidad de la gente. ¿Y el sector de la producción agrícola, y el sector de la educación, la pesca, las amas de casa? ¿Y el resto de la ciudad/país que no es del turismo? Con Obama nadie pensó en la unilateralidad económica, en la paupérrima situación que se estaba creando por la incompetencia gubernamental. Una crisis vino luego, vino también una pandemia horrible. El gobierno culpa al enemigo histórico, con ese recurso retórico que se han inventado aquí: el bloqueo, que, si bien son reales sanciones, se ha hipertrofiado hasta convertirse en muletilla para el dirigente castrista, en falso parche para sus propias equivocaciones e incompetencias.
Pero el gobierno insular necesita un escenario político donde sea Cuba víctima y a la vez victimario: mostrar la orfandad de este país, y a la vez mostrar los dientes de un país bestializado. Odiar a Trump y al bloqueo, odiar al americano común, odiar al cubanoamericano. Amar desmedidamente al demócrata, a la familia que se fue. Amar y odiar cuando no sea políticamente correcto. No existe otro responsable del estado de cosas paupérrimo que el gobierno cubano, no solo por la futilezas que se ha permitido a través de los ministros, penosos ornamentos del triunfalismo cubano, sino por convidar a un país entero a esperar pacientemente el resultado de un proceso democrático que estamos lejos de entender como nación y como seres humanos. Del derecho al voto de los ciudadanos americanos y de su elección, se ha trazado la nueva ruta política de la isla. Enseñar la sonrisa y el colmillo: no los necesitamos pero vengan a la isla que las playas son hermosas, dicen los ministros.
Mientras en el norte se definía un país por el derecho al voto de cada ciudadano, en Cuba se esperaban las migajas de uno de los derechos humanos más elementales. Trump, republicano, pudo haber socavado la estructura dictatorial de la isla, mas eran las gentes, boquiabiertas, y no el gobierno, quienes iban a sufrir peores carencias que ahora (si acaso fuese posible vivir en el superlativo de las miserias). Biden, demócrata ha ganado las elecciones, pero no se levante, isleño, no grite que el oxígeno se escapa. El nuevo presidente de los Estados Unidos no será el que legisle en Cuba: ¿quién velará el derecho mío a disentir y ser aceptada? ¿quién permitirá el derecho al movimiento, al traslado? ¿En qué medida me beneficia que regresen las remesas de la familia emigrada, sobre todo en el injusto panorama de las tres monedas y la segregación clasista de Cuba? ¿Acaso en el pequeño acápite del programa político de Joe Biden está la permisibilidad a instituir nuevos partidos, nuevas voces, y de conformar una sincera democracia sin el aparato vetusto y manido del gobierno castrista?
El verdadero problema no está en lo externo, está en la ciudad/país que es Cuba, en el gobierno que controla hasta el aire (dosificar el aire). Cuando nos arranquemos estas máscaras de sueño y veamos el tiempo que hemos perdido dependiendo de los derechos y las voces de otros, ahí vendrán nuevas dictaduras, nuevos apuros políticos y miles de errores. Vamos a componer al país como se debe, vamos a arrancar la mordaza llamada Minint y Minfar, que son las dueñas de los bancos, de las remesas, del engranaje misterioso que forma la dictadura en Cuba. Desde el quietismo solo se puede aspirar, brevemente, al paternalismo y al eterno agradecimiento. La libertad no está en el otro, está en uno mismo. Basta de agradecer el amaestramiento.