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Libros | Ernesto Sábato: "Uno y el universo"

"Uno y el universo es un panorama mural de la cultura occidental en la primera mitad del siglo XX: ciencia, historia, ideología, arte, política, filosofía se integran en el modo estremecido de Sábato, una de las mentes más ecuménicas de América".

El escritor Ernesto Sábato
El escritor Ernesto Sábato.

El primer libro de ensayos de Ernesto Sábato, Uno y el universo, constituye la obra de iniciación literaria del gran escritor argentino. Se trata de uno de los textos más apasionantes de la producción intelectual latinoamericana del pasado siglo. 

Sin la menor duda, el autor de Sobre héroes y tumbas recorrió una trayectoria en extremo singular, que lo diferencia de buena parte de los grandes narradores del continente. En efecto, su formación inicial fue ante todo científica, y está jalonada por marcas muy especiales. Licenciado en Física y Matemáticas, terminó sus estudios de doctorado en el campo de estas ciencias en 1938. Casi de inmediato, obtuvo una beca para estudiar en París, nada menos que en los laboratorios de Irène y Frédéric Joliot-Curie, quienes habían obtenido el Premio Nobel de Química en 1935. En la capital francesa, su insaciable sed de conocimiento lo acercó al surrealismo —Sábato ha narrado en una entrevista que de día trabajaba en el laboratorio estudiando las radiaciones atómicas, y de noche se vinculaba con los artistas de este movimiento— y a las propuestas de la psiquiatría de Freud: de ese modo, su rigurosa formación científica se vio confrontada con las profundas transformaciones del arte de las vanguardias. 

De París viajó a los Estados Unidos, para continuar sus estudios de Física en el Massachusetts Institute of Technology (Instituto Tecnológico de Massachusetts), institución de prestigio mundial por sus métodos avanzados de formación profesional y por su equipamiento tecnológico. En 1940, pasó a ser profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires. A partir de ese momento, se aproxima cada vez más al mundo de la escritura, y colabora en la revista Sur. 


Sábato: la dicotomía entre ciencia y arte

La dicotomía entre formación científica y vocación artística se hizo más y más aguda, a partir de su percepción de la ajenidad entre la ciencia, de una parte, y la eticidad y el sufrimiento humanos, por otra. Una crisis de conciencia, en 1943, lo decide a abandonar la ciencia para dedicarse por completo a la indagación del hombre por la vía del arte. 

En 1945, después de haber escrito una serie de artículos diversos, publica Uno y el universo. Sábato se negó durante veintitrés años a que volviera a publicarse este libro, a pesar de la insistencia de editores y amigos. Al fin, en 1968, accedió a una segunda edición, en cuyo prólogo advertía: “Estoy tan lejos de la mayor parte de las ideas expuestas en él que siento, al reexaminarlas, la misma tierna ironía con que miramos las viejas fotos familiares: sí, claro, ahí está uno, ciertos gestos lo delatan, quizá una misma inclinación de la cabeza o una forma de colocar las manos”.[1]Se decidió a una segunda edición al pensar que negarse a ella podía aparecer como una cobardía intelectual.[2] En ese prólogo el autor rechaza de ese primer libro tan solo cuestiones de tono y actitud, y pide disculpas al lector por  “[…] las arbitrariedades y violencias que encuentre, las más de las veces motivadas por la pasión que siempre he puesto en mis ideas”.[3] He aquí, para una lectura contemporánea, uno de los atractivos mayores del libro, en el cual está, en pleno hervor de una primera madurez, toda la estatura del autor de Sobre héroes y tumbas, esa extraordinaria novela donde es posible encontrar fuertes ecos de Uno y el universo.

Marcado con fuerza por su rechazo a una ciencia que, en la primera mitad del siglo XX, había adquirido ribetes de fetiche amoral; entusiasmado por las experiencias de un surrealismo que, sin embargo, estaba ya periclitando, Uno y el universo se mueve, como su título pronostica, entre el microcosmos del autor y la infinitud de la Naturaleza y el saber humano. No es un libro de exclusivo tema científico o político. Antes bien, entraña un afán de totalidad reflexiva que, en voluntaria paradoja, se construye en forma de textos autónomos en apariencia, pero ligados entre sí por una angustia total en cuanto al destino del hombre y a la creciente carencia de eticidad en la sociedad. Transita de reflexiones puramente científicas a un penetrante juicio sobre Jorge Luis Borges; de una indagación sobre la moral en la contemporaneidad, a una meditación acerca del surrealismo. Su valoración sobre el autor de “El aleph” revela, para una lectura actual, una penetración que muestra Uno y el universo como nuestro contemporáneo:

Cuando se hace una excavación en la obra de Jorge Luis Borges, aparecen fósiles dispares: manuscritos de heresiarcas, naipes de truco, Quevedo y Stevenson, letras de tango, demostraciones matemáticas, Lewis Carroll, aporías eleáticas, Franz Kafka, laberintos cretenses, arrabales porteños, Stuart Mill, de Quincey y guapos de chambergo requintado. La mezcla es aparente: son siempre las mismas ocupaciones metafísicas, con diferente ropaje: un partido de truco puede ser la inmortalidad, una biblioteca puede ser el eterno retorno, un compadrito de Fray Bentos justifica a Hume. A Borges le gusta confundir al lector: uno cree estar leyendo un relato policial y de pronto se encuentra con Dios o con el falso Basílides.[4]

Ese juicio sobre Borges tiene dos proyecciones deslumbrantes. Sábato toca una cuestión que solo habría de sustancia teórica cabal a partir de la década del sesenta del siglo XX: el neobarroco como retombée —para usar el   término de Severo Sarduy— que caracteriza mucho de la creación artística de América Latina. A pesar de las profundas divergencias —estéticas, estilísticas, ideológicas, existenciales— de Sábato con Borges, el incisivo ensayo que le dedica a este en Uno y el universo resulta un diálogo de esencias en el cual, a pesar de todos los elementos de distanciamiento, Sábato establece con el otro gran argentino un puente de similitudes profundas, al menos aquellas que tienen que ver con obsesiones compartidas, las que se refieren a los ejes primordiales de la cultura y, también, del ser humano. Sábato acierta por completo en sus juicios más generales sobre Borges:

La escuela de Viena asegura que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Esta afirmación pone de mal humor a los metafísicos y de excelente ánimo a Borges: los juegos metafísicos abundan en sus libros. En rigor, creo que todo lo ve Borges bajo especie metafísica: ha hecho la ontología del truco y la teología del crimen orillero; las hipóstasis de su Realidad, suelen ser una Biblioteca, un Laberinto, una Lotería, un Sueño, una Novela Policial; la historia y la geografía son meras degradaciones espacio-temporales de alguna eternidad regida por un Gran Bibliotecario.[5]

Sábato: la relación entre ciencia y moral

Otro de los grandes ejes temáticos en Uno y el universo es la relación entre ciencia y moral, entre un avance del conocimiento por sí y para sí —entrevisto por el ensayista como monstruoso y, a la vez, estéril— y una humanidad cuyo progreso real puede considerarse más que problemático. Sábato aparece en estas páginas marcado, de manera indeleble y atroz, por hechos estremecedores: el nazismo, la Segunda Guerra Mundial. En esta línea, sus consideraciones sobre la ciencia ponen de manifiesto una perspectiva histórica, un interés —no muy frecuente aún en el momento en que el libro fuera escrito— en los propios avatares de la perspectiva científica, que es examinada de manera implacable:

la historia de la ciencia está llena de hombres que se aferraron a teorías falsas mucho después que los hechos las hubieron destrozado. Los peripatéticos contemporáneos de Galileo se negaron a aceptar la existencia de los satélites de Júpiter; Poggendorff pasó a la historia por haber encajonado la memoria de Mayer, descubridor del principio de la energía; Painlevé se negaba a aceptar la teoría de Einstein; Le Chatelier comentaba con sorna que «algunos ilusos dicen haber comprobado la producción de gas helio por el uranio», varios años después que centenares de físicos trabajaban en radiactividad. La ciencia es una escuela de modestia, de valor intelectual y de tolerancia: muestra que el pensamiento es un proceso, que no hay gran hombre que no se haya equivocado, que no hay dogma que no se haya desmoronado ante el embate de los nuevos hechos.[6]

De aquí se deriva una cuestión vital para comprender Uno y el universo: la variedad de temas es más aparente que efectiva. Ya sea en su consideración sobre la obra borgiana, en su perspectiva de la ciencia, o en el modo de examinar el mundo que, apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, parecía una enorme ruina, Sábato subraya un leitmotiv compuesto de tres cualidades para él básicas: antidogmatismo, tolerancia, humildad axiológica esencial. Se adelantaba, en varias décadas, a posiciones que habrían de trastrocar, a fines del siglo XX, el triunfalismo vanidoso de la Modernidad infatuada con esquemas tecnocráticos e ideológicos.

El primer libro publicado de Sábato, entonces, resulta un testimonio extraordinario de su inquietud profunda en cuanto a esencias del hombre y de la Modernidad. Sábato, de manera implícita, ataca alí un dogma disfrazado de valoración histórica. La lucha contra el esquematismo intelectual puede considerarse el modo de articulación profunda de un libro que parece en su superficie como colección de textos breves temáticamente inconexos.  Nada más lejos de la verdad. En su consideración de la naturaleza más honda de la actitud dogmática, llega a formular una de las ideas más luminosas de todo el libro: el carácter que ha llegado a tomar la ciencia en la Modernidad:

Los siglos XVIII y XIX desencadenaron una especie particularmente peligrosa de dogmatismo: el científico. Es cierto que en nuestro siglo, algunos de los más grandes epistemólogos han recomendado la cautela y la modestia; pero el hombre de la calle, impresionado por el desarrollo de la técnica, no ve esos titubeos teóricos, y ha adquirido la más singular de las supersticiones: la de la ciencia; que es como decir que ha adquirido la superstición de que no debe ser supersticioso.

Era un acontecimiento previsible: la ciencia se ha hecho crecientemente poderosa ya abstracta, es decir, misteriosa: para el ciudadano se ha convertido en una especie de magia, que respeta tanto más cuanto menos la comprende. Este nuevo esoterismo tiene por dignidades el Miedo y el Poder, y estas dos fuerzas engendran siempre las supersticiones.[7]

La reflexión de Sábato sobre la ciencia insiste en la historicidad del proceso del conocimiento, y esto con una ironía que roza el sarcasmo, como en el mínimo epígrafe titulado “Gengis Kant”: “Bárbaro conquistador y filósofo alemán”.[8] La confluencia en su estilo del científico con el escritor da lugar a momentos tan lúcidos e ingeniosos como el siguiente pasaje de “Física escandalosa”:

En el buen tiempo viejo, un señor trabajaba un año en un escritorio, haciendo cálculos, y luego enviaba un telegrama a un observatorio: «Dirijan el telescopio a la posición tal y verán un planeta desconocido». Los planetas eran muy corteses y tomaban lugar donde se les indicaba, como en un ballet bien organizado. Hoy, las partículas atómicas aparecen de súbito y como por escotillón, haciendo piruetas. La física de antaño tenía algo de fiesta de salón con música de Mozart, mientras que ahora parece una feria de diversiones, con salas de espejos, laberintos de sorpresas, tiro al blanco y hombres que pregonan fenómenos.[9]

Ernesto Sábato: identidad cultural y realismo en Uno y el universo

Un tema deliciosamente abordado es la identidad cultural. También en esta esfera —en el epígrafe “Esprit de mesure”—, ataca de nuevo los dogmatismos, y proyecta una visión polivalente y nada estática de ese concepto, un tópico que recorre luego toda su ensayística. Una serie de los mínimos capítulos del libro aborda con semejante sentido crítico varios campos de la estética. En “Espejo de Stendhal” rechaza el criterio mecanicista —tan esquemático — sobre un “realismo” por completo mimético, entelequia que habría de causar tanto daño en la primera mitad del siglo XX y en particular en los dislates del llamado realismo socialista:

Suponiendo posible la reproducción fiel del mundo externo, no veo para qué esa inútil duplicación. Muchos se proponen este desatinado oficio de papel carbónico con tanta furia como ineficacia, por ignorar que el hombre es un papel carbónico que presta a la realidad externa su propio color. Otros pretenden engañarse a sí mismos y a los demás reivindicando oficio de espejo y respaldando sus pretensiones con el inevitable espejo de Stendhal. Artefacto bastante mentiroso, por cierto; al menos, el utilizado por su inventor.[10]

Ensayo "Uno y el universo",  de Ernesto Sábato
"Uno y el universo", primer libro de ensayos de Ernesto Sábato.

Sábato y su visión del nazismo en Uno y el universo

Hay una serie de afiladas consideraciones sobre el género novelístico, porque, al analizar lo que denomina “Geometrización de la novela”,[11] desarrolla una verdadera reflexión estético-filosófica sobre los derroteros de la narración en el siglo XX, ideas, en determinada medida, se vieron confirmadas por el desarrollo posterior del género. Uno y el universo tiene un componente de extraordinaria importancia: la lucha contra el nazismo, asunto de un crecido número de epígrafes o mini-ensayos del libro. Uno de los aspectos más destacados es su exposición del componente ideológico:

Se puede pensar que una banda de forajidos que se propone someter al mundo no necesita de teorías filosóficas, sino de garrotes explosivos y campos de concentración: es de esperar que el movimiento nazi constituya una enseñanza para los que así piensan. Harold Laski nos dice que el nazismo no tiene un sistema teórico; si por sistema teórico se entiende un edificio conceptual coherente y que aspire a la verdad, quizá tenga razón; pero no veo por qué ha de restringirse la definición de ese modo: una doctrina teórica puede ser contradictoria, puede ser falsa, puede ser sofística y puede ser criminal: no por eso deja de ser una doctrina. Hay que recordar que los nazis llegaron al poder por convicción y que, a pesar de sus luchas callejeras con los socialistas y comunistas, obtuvieron la enorme mayoría del electorado a base de propaganda, es decir, a base de ideología. Se ha dicho que sin una teoría revolucionaria no puede haber una acción revolucionaria. Parece inútil agregar que tampoco es posible instaurar el reinado de la barbarie sin una doctrina de la barbarie.[12]

Es sorprendente que en 1945 haya sido capaz de percibir que el nazismo no ha sido derrotado, por la sencilla razón de que no era una mera maquinaria de Hitler, sino un resultado de causalidades sociales de gran profundidad y del auge de diversos totalitarismos. La idea de que con el fin de la guerra la pesadilla ha terminado le merece el siguiente comentario:

Peligrosa ingenuidad: las causas del fascismo están latentes en todas partes y puede resurgir en muchos otros países, si las condiciones son propicias. No se defiende aquí la ingenuidad de que el fascismo alemán pueda resurgir en otros lugares con idénticos atributos; la historia nunca se repite. Se defiende la hipótesis de que puede resurgir con sus atributos de barbarie espiritual, esclavitud de las almas y de los cuerpos, odio nacional, demagogia y guerra. No es una hipótesis aventurada: el fascismo ha nacido en la crisis general de un sistema; vivimos en un período de transformación más vasto y profundo que el que señaló el fin del Imperio Romano o el fin de la aristocracia feudal en Europa. Esta crisis no ha sido resuelta, por cierto, con la derrota militar de Alemania.[13]

Es esta una cuestión de gran relevancia: es, ni más ni menos, una interpretación de su tiempo, que, por otra parte, es todavía el nuestro:

El movimiento que ha degradado a Italia y particularmente a Alemania no ha de pasar sin dejar graves rastros en todos los pueblos. Hay ciertos sentimientos y prejuicios que es muy difícil recoger una vez vertidos; el nazismo ha hecho recrudecer el antisemitismo en los países donde era activo y lo ha hecho surgir en otros donde era casi inexistente; ha divulgado sofismas sobre la inferioridad de ciertas razas; ha provocado una nueva ola de nacionalismo agresivo en todo el mundo; ha destruido la fe en el respeto mutuo, en la dignidad humana, en las virtudes de la tolerancia, de la razón y de la discusión. La humanidad necesitará mucho tiempo para restaurar estos sentimientos […].[14]

Uno y el universo de Ernesto Sábato: un panorama de la cultura occidental

Uno y el universo es un panorama mural de la cultura euro-occidental en la primera mitad del siglo XX: ciencia, historia, ideología, arte, política, filosofía se integran en el modo estremecido de Sábato, una de las mentes más ecuménicas de América. 

Y es en esencia una meditación sobre la inteligencia humana

“Entender es relacionar, encontrar la unidad bajo la diversidad. Un acto de inteligencia es darse cuenta de que la caída de una manzana y el movimiento de la Luna, que no cae, están regidos por la misma ley”.[15] 

Varias décadas después de su aparición, el primer libro de Sábato sigue siendo uno llamado, entrañable y dramático, a meditar sobre la cultura.


[1] Ernesto Sábato: “Prólogo para la edición de 1968”, en: Obras. Ensayos. Ed. Losada, S.A. Buenos Aires, 1970, t. 2, p. 11. 

[2] Ibídem. 

[3] Ibíd.

[4] Ibíd., p. 20.

[5] Ibíd., p. 22.

[6] Ibíd., pp. 30-31.

[7] Ibíd., p. 41.

[8] Ibíd., p. 73.

[9] Ibíd., p. 68.

[10] Ibíd., p. 56.

[11] Cfr. ibíd., p. 73 y ss.

[12] Ibíd., pp. 79-80.

[13] Ibíd., p. 58.

[14] Ibíd., pp. 67-68.

[15] Ibíd., p. 86.

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Luis Álvarez

Luis Álvarez Álvarez

(Cuba, 1950). Doctor en Ciencias y doctor en Ciencias Filológicas. Ensayista y poeta. Premio de Pensamiento Caribeño (área de la Cultura) por el Estado Libre de Quintana Roo, México, la Editorial Siglo XXI y la Universidad Autónoma de Quintana Roo, en 2003. Premio Extraordinario de Ensayo sobre José Martí, Casa de las Américas, en 1995. Mención de Honor en el IV Concurso Hispanoamericano de Ensayo sobre pensamiento "René Uribe Ferrer", convocado por la Universidad Pontificia de Bogotá y el Instituto Cervantes de Madrid.

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