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Modernidad en Cuba: ¿Un modelo importado de Estados Unidos?

Una reflexión sobre el libro "On Becoming Cubans" de Louis A. Pérez Jr.

Capitolio de La Habana en restauración. Foto: Francis Sánchez
Capitolio de La Habana en restauración.

En su libro On Becoming Cuban: Identity, Nationality, and Culture (University of North Carolina Press, 1999), Louis A. Pérez Jr. analiza el proceso por el cual nuestros ancestros adoptaron el mercado, el consumismo americano y los valores del trabajo duro, como formas de vida con qué buscar distinguirse de “lo español”.

Es a partir de aquí que Louis Jr. explica la Revolución de 1959, más que nada como un efecto de las incongruencias que a la larga arrastraba esa adopción de lo americano como nuestro paradigma de modernidad: Cuba, una diminuta economía (a la que la evolución de la agricultura europea hacia un modelo de subsidio estatal, terminaría por atar a la de los EE.UU., como suministradora de un único producto semielaborado, el azúcar crudo), nunca podría llegar a los niveles de consumo del vecino norteño; por más que se sometiera a las leyes del mercado y sus habitantes a las rutinas y los rigores del trabajo duro. Esta incongruencia, en un país que no solo dependía comercial y financieramente de los EE.UU., sino que, incluso, tomaba muchos de sus valores para distinguirse de “lo español”, acabaría por elevar la insatisfacción individual hasta niveles de ingobernabilidad nacional.

Correcta hasta aquí, sin embargo, a esta historia de Louis le falta algo. Adelantemos que, aunque el autor frecuentemente refiere que nuestra idea de lo moderno no solo procede de raíces americanas, tales declaraciones encuentran poco desarrollo en el cuerpo de ideas que constituyen su extensa obra. Una carencia de trascendental importancia si recordamos que el objetivo no declarado del autor, aunque evidente, es precisamente explicar la Revolución de 1959 a partir del trato de los cubanos con la noción de modernidad.

Un hecho tan inusitado como la explosión nacionalista cubana en el cambio de década de los cincuenta a los sesenta no se explica solo a partir de las incongruencias del modelo foráneo de desarrollo adoptado. La insatisfacción individual del que no consigue consumir lo que la propaganda le enseña que es conveniente (si quiere ser alguien en ese modelo consumista), en la generalidad de los casos solo lleva al surgimiento de subculturas marginales del barrio, del gueto, y en el más organizado de los casos, de revueltas a olas de saqueos, rara vez a explosiones nacionalistas. No nos engañemos, incongruencias con modelos foráneos adoptados han ocurrido siempre en todas partes, pero rara vez han llegado a provocar esa tendencia muy cubana a la quijotada de que una nación minúscula desafíe a un superpoder global, lo cual no solo ocurrirá en 1959, sino también algo antes, en 1933.

Un hecho así solo puede explicarse por la existencia (anterior al modelo americano de modernidad) de una o de varias poderosas tradiciones nacionales, sobre todo de alguna tradición modernizadora, que siempre ejerció una eficiente resistencia a la influencia americana. En este sentido, es necesario aclarar que, contrario a lo que suele afirmarse por la historiografía oficial interesada en ningunear a las élites habaneras de fines del siglo XVIII y principios del XIX, lo esencial cubano no se forma en el periodo que Martí llama de Tregua Fecunda, cuando aprendimos a jugar a la pelota según Louis. El impulso de la cubanidad nace, al menos, dos generaciones antes.

Portada de On Becoming Cuban
Portada del libro "On Becoming Cuban".

Es cierto que en Cuba, en la segunda mitad del XIX, en un proceso auto impuesto que nos llevó a preferir los frijoles negros a los garbanzos (sacrificada elección), determinados estratos de la sociedad cubana adoptaron los valores americanos del trabajo duro, del mercado y el consumismo, como los imprescindibles que le faltaban a nuestra nacionalidad para distinguirse de la española. Pero, de ahí a plantear, como lo hace Louis A. Pérez, que esos valores fueron adoptados por lo más significativo de la sociedad, existe un gran trecho, que repetimos, el autor no logra superar con sus abundantes pero sospechosas citas (se nota cierta manipulación en ellas).

Dejémoslo claro: la idea de la modernidad cubana ante la supuesta medievalidad de España no nace, sin embargo, de nuestros contactos con los EE.UU. Esta idea es, en todo caso, el resultado de la actividad y las relaciones de la élite habanera en las postrimerías del siglo XVIII e inicios del XIX. En primer lugar, y por lo tanto paradójicamente, nace de las relaciones de esa élite con lo más avanzado de la monarquía de Carlos III. Fue a través de esas relaciones que en La Habana se introdujo el pensamiento ilustrado de origen francés, recalentado entre los allegados afrancesados de Carlos III. De hecho, es a consecuencia de las desagradables experiencias que ven sufrir a esos afrancesados, en parte, y de la experiencia de la propia élite habanera en las relaciones que mantiene con la España de sotana y pandereta, que procede la idea distinta de nuestros tatarabuelos sobre la Medievalidad incorregible de la Metrópoli.

Es la élite habanera quien, mucho antes de que la influencia americana llegue a tener alguna importancia en Cuba, ya ha obtenido dos importantes victorias modernizadoras: el libre comercio en la práctica, desde los 1790, y el derecho a quemar en los fogones de sus ingenios los valiosísimos bosques de la Isla. Esto último a través de una serie de victorias parciales sobre nada menos que la poderosísima Real Armada, en los tiempos en que ella era todavía el principal cuidado del Imperio.

Libre comercio y derecho a hacer desaparecer ese baluarte de lo oscuro, lo mágico, lo atrasado: el bosque, donde los niños y hasta los hombres solían desaparecer de manera misteriosa, donde moran los espíritus de los muertos para los africanos, o donde se agazapan los negros y los indios apalencados, para los blancos. Dos signos de la Modernidad ilustrada, muy anteriores a los tiempos en que a los cubanitos les diera por irse a estudiar a los Estados Unidos.

He aquí, en esa clase que pronto lucha por ilustrarse y que no tarda en viajar a EE.UU., es cierto, pero más que nada a España, Francia, Inglaterra, Italia (la Italia de las luchas románticas por la Libertad y la Unidad Nacional)… la primera clase cubana que conscientemente se ve distinta de lo español, y que, sobre todo, se siente moderna.

Si Louis hubiese leído lo escrito por los principales intelectuales y líderes de opinión de esa élite habanera habría comprobado que, aunque no tienen el mismo criterio deplorable de Norteamérica que de Suramérica, su visión de ella es la de una nación de zafios y patanes. No olvidemos que hablamos de unos EE.UU. en los que los participantes a la fiesta de ascensión presidencial de Andrew Jackson se comportaron de una manera que avergonzaría a los menos civilizados.

Pero, aún podemos decir más: la preservación posterior de este foco habanero de ilustración, dentro del Imperio Español, tuvo que ver con el pragmatismo que aquí se originó antes de llegar a tener contacto continuado con los EE.UU. en los noventa del XVIII. Un pragmatismo que procedía de la vida anterior en la Factoría, y con el que se embebió desde un principio nuestro sentido de lo moderno.

Porque fue ese pragmatismo el que le permitió a la élite habanera la suficiente flexibilidad mental para pactar con Carlos IV y Fernando VII, y así convertirse con sus capitales obtenidos del azúcar, el café, y de la quema de bosques y el tráfico humano, en el verdadero poder tras el trono absolutista imperial español (no en balde el único lugar del mundo donde Fernando VII conservó una estatua en un espacio público importante, hasta bien entrado el siglo XX, fue en La Habana, en la Plaza de Armas, de la que la quitó Roig de Leuchsenring en 1950 en un arranque nacionalista).

Es por tanto incuestionable que la idea de la modernidad liberal y pragmática nació en Cuba algo antes de que la influencia americana resultara todo lo significativa que después llegó a ser. No es por lo tanto una imposición ni un préstamo americano, sino un producto autóctono. Puede decirse más bien que el surgimiento de esa idea en ambos países sigue procesos paralelos, parecidos, en que el pragmatismo que luego coloreara al pensamiento ilustrado que llega de Europa se origina en las condiciones de vida de los años en que las colonias son solo sitios para la extracción de recursos. Condiciones de vida en que el europeo (no solo el africano) se descubre "aculturado" en las nuevas tierras, y en que al faltar el sustento de las tradiciones milenarias que lo amparaban en el Viejo Mundo debe echar mano necesariamente de su razón práctica para organizar su interacción con el nuevo medio natural.

Sin lugar a dudas la élite habanera es nuestro primer estamento moderno, y el que originará ese principio y tradición centralísima de la cubanidad: el deseo de ser modernos, de “estar en la última”.

Es en nuestra relación con el despotismo ilustrado de Carlos III, y la tendencia pragmática que nos dejó la Factoría, donde deben buscarse los inicios y primeros pasos de la Modernidad en Cuba. Tendencia que situará a una tradición modernista plenamente cubana, de orígenes y esencias no americanas, en constante contraste con los EE.UU.

En fin, la Revolución de 1959 se explica, es cierto, en las incongruencias que arrastraba a la larga la adopción de lo americano como nuestro paradigma de modernidad, pero también en que esa adopción nunca fue más que parcial y en gran medida superficial, debido a que esa idea de modernidad venía a superponerse a una más antigua, y de más arraigo en consecuencia. La nueva noción de modernidad, estaba irreductiblemente ligada a un poderosísimo país vecino con la que la primera tradición modernista cubana nunca ha logrado estar a bien: cuestión de sobrevivencia, se entiende, y todos sabemos lo aficionadas a la perennidad que suelen resultar las tradiciones.

José Gabriel Barrenechea

Foto de José Gabriel Barrenechea, revista cultural cubana independiente Árbol Invertido

Licenciado en Física. Graduado del Curso de Formación Literaria del Centro Onelio Jorge Cardoso y de Educación Sociopolítica por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas a Distancia “San Agustín”, de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir. Coordinó y dirigió la revista Cuadernos de Pensamiento Plural, junto a Antonio Rodiles Cuadernos para la Transición, y con Henry Constantín La Rosa Blanca. Textos suyos han sido publicados en las revistas Conviviencia, Vitral, Voces, Otro Lunes, y en los diarios 14yMedio y Diario de Cuba.

Comentarios:


Arturo Pérez (no verificado) | Lun, 06/01/2020 - 06:37

Acabo de descubrir ésta revista. El artículo me hace sentir cubano (moderno)

Maria A. (no verificado) | Dom, 12/01/2020 - 23:11

algunas cosas:

1. On Becoming Cuban es una obra que simplemente pone la lupa sobre la formación de la idea de cubanidad en la relación con los Estados Unidos, es decir, en un plano teórico, en cómo los nacionalismos y las identidades son procesos dinámicos y muchas veces exógenos, lo que nada tiene que ver con este planteamiento: "el objetivo no declarado del autor, aunque evidente, es precisamente explicar la Revolución de 1959 a partir del trato de los cubanos con la noción de modernidad"

2. no es cierto que "la explosión nacionalista cubana [se da] en el cambio de década de los cincuenta a los sesenta". El nacionalismo cubano, su vinculación con el mercado y el consumo al menos, se da desde los cincuenta, y la revolución de 1959 solo se aprovecha/continúa montado sobre ese caballo, por un tiempo al menos.

3. no es lícito decir "el autor no logra superar con sus abundantes pero sospechosas citas (se nota cierta manipulación en ellas)" sin explicarlo y dar pruebas.

4. "Si Louis hubiese leído lo escrito por los principales intelectuales y líderes de opinión de esa élite habanera". ¿sabe el autor que no lo hizo?

José Gabriel B… (no verificado) | Sáb, 14/03/2020 - 02:31

A María A:

1-El libro no tiene nada de teórico. En el no se inducen a partir de un número de casos concretos un grupo de leyes generales q describan los tales procesos dinámicos muchas veces exogenos. Se desmenuza un caso muy concreto, el cubano, y sólo él. En consecuencia se analiza como en un caso que termina en una Revolución los procesos de asunción de una identidad nacionalista tienen su origen en procesos dinámicos y exogenos, en este caso el de la modernización. Ergo, lo que yo digo se contiene en lo q Ud dice decir el libro.

2-La explosión nacionalista ocurre con la Revolución en el poder. Antes había un proceso de crecimiento del nacionalismo desde la Revolución del 30, pero no ese desmadre en q una nación minúscula se atreve a desafiar los ordenamientos mundiales y hemisfericos a semejante escala. La gente se indignada por una película hollywoodense sobre Pepe Martí, o por xq unos marines lo orinaran, pero no se dejaban arrastrar a la locura del pulso de 1960 con el gobierno y las empresas americanas.

3-Este es un artículo para una revista cultural, necesariamente corto, pero si Ud me da un espacio publicaré allí una demostración de lo afirmado.

4-Reafirmó lo dicho aquí en el punto anterior.

Noel Borrero (no verificado) | Vie, 24/03/2023 - 18:01

1. La Guerra de los Diez Años, igualmente, puede ser comprendida y explicada desde la Modernidad y el Nacionalismo sin los Estados Unidos. Esa búsqueda del Estado Nacional es moderna, a no dudarlo.
2. La "locura" de desafiar el orden imperante no es de la autoría de la Revolución cubana, y ha sido causa en parte del fin de muchos de esos órdenes; por ejemplo el fin de la esclavitud en las colonias inglesas, la derrota de España a manos cubanas antes de la intromisión estadounidense durante la Guerra de 1895 (ver informe del Capitán General Ramóm Blanco en 1898) la derrota del Eje Fascista, la existencia misma de la Revolución cubana más allá de los planes del Gobierno Estadounidense para destruirla, etc.

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