Esquirlas, metralla, la imagen de imágenes rotas.
Una granada que revienta en un paraje olvidado de la Historia.
¿Qué hacer con sus fragmentos?
Cuba se reinventa cada día en la intemperie del exilio: un nuevo rostro se teje a partir de su desasimiento. Si hay un país destruido, hay poesía del escombro. A veces, también, poesía del panfleto.
Hay astillas del deseo. Hay vectores de intuición. Hay archivos de gestos.
Mujeres que sueñan un país y En San Isidro son filmes construidos a partir de esos gestos. Su potencia emula la potencia de los cuerpos liberados. Dos películas urgentes, viscerales y hermosas, concebidas en la Isla, mas terminadas en el destierro. Textos fílmicos cuyos procesos replican el recorrido vital de sus autores. Obras que comparten un rasgo esencial y tremendo: mirar a la Cuba de los últimos años desde el prisma impostergable de las sublevaciones.
No es casual, entonces, que ambas películas comiencen con el mismo suceso: la irrupción violenta de la Seguridad del Estado cubana, el 26 de noviembre del 2020, en la sede habanera del Movimiento San Isidro. Para muchos, el germen más claro de nuestro más reciente despertar cívico. Ese momento en que la turba de oficiales allana la vivienda y desbanda a los huelguistas es registrado, temblorosamente, por una poeta, Katherine Bisquet Rodríguez, quien luego esconde su cámara entre sábanas y bultos de ropa.
Dos años después, desde Madrid, ella regresa a sus imágenes del “acuartelamiento”. En San Isidro, nombrado como el mítico poema de Calvert Casey, nos sumerge en los predios de Luis Manuel Otero Alcántara, artista visual que, a día de hoy, continúa preso en una de las cárceles del régimen. Su precaria vivienda, compartida entonces por un puñado de activistas e intelectuales, varios de ellos en huelgas de hambre, es la gran protagonista de este corto.
El espacio, capturado de forma meticulosa por la cámara de Bisquet, como si hiciera inventario de cada objeto, cada rincón y cada grieta, adquiere dolorosa dimensión simbólica: la casa de paredes desconchadas como extensión de los cuerpos y las almas que contiene. Cuerpos vulnerables, condenados por el poder a la miseria, pero libres y admirables en sus actos de resistencia. La vivienda de Damas 955 se transforma en un fractal de la tragedia cubana. El carácter inmersivo de la pieza, que privilegia lo sensorial sobre lo informativo, nos permite adentrarnos en el suceso, experimentarlo en carne propia y a partir del recuento poético de una de sus protagonistas.
La intensidad de este registro en primera persona, con una mirada directa, casi a quemarropa; la intimidad de las entrevistas a los distintos personajes, en situaciones de extremo dramatismo; la expresiva y dinámica fotografía en blanco y negro, que articula poderosos planos-secuencia de cámara en mano con momentos sosegados e imágenes fijas; así como la emotiva banda sonora original de Luis Alberto Mariño, músico cubano residente en Argentina, son algunos de los elementos más sugerentes de esta película.
Para decirlo junto a Calvert Casey, quien no se sumerge En San Isidro “no conoce la medida de la inutilidad del dolor humano” en sistemas totalitarios como el que impera en Cuba. Es una suerte que ese puñado de imágenes no haya sido confiscado ni desaparecido. Las pruebas del horror, en ocasiones, permanecen. Gracias a eso, todos somos testigos.
Curiosamente, para seguir con el diálogo entre ambas películas, el cineasta encargado de editar las imágenes de Katherine, Fernando Fraguela Fosado, es quien dirige Mujeres que sueñan un país, mediometraje en el que reaparece la poeta como una de las tres protagonistas. La acompañan Anamely Ramos y Daniela Rojo, también cubanas y activistas.
En una suerte de relectura disidente de Lucía, ese clásico del cine cubano dirigido por Humberto Solás, Fraguela despliega una compleja y ambiciosa narración que comprende el despertar de la consciencia cívica en la Cuba posterior al 2020. Para ello se vale de las vivencias y reflexiones de estas tres valerosas mujeres, personajes determinantes en diversas instancias del proceso.
En un extenso recorrido, que inicia con las acciones del Movimiento San Isidro, y recoge los sucesos del 27N y el 27E, el fenómeno Patria y Vida, y la apoteosis de la protesta ciudadana que representara el 11J, las perspectivas de Katherine, Anamely y Daniela son guías imprescindibles, no solo para abrir caminos entre tanto volumen de información, sino para conducirnos hacia el costado humano de la historia. El privilegio de la mirada femenina es uno de los grandes aciertos de esta obra, sobre todo si consideramos una tradición, tanto política como cinematográfica, tan sexista como la cubana.
La pieza de Fernando sintetiza, de forma admirable, nuestro caos insurreccional contemporáneo. Consigue lo que tanto nos cuesta, a veces, incluso a aquellos que lo vivimos de cerca: narrar y explicar Cuba de manera cohesionada; informar y emocionar, al mismo tiempo. El prodigioso montaje de Mujeres que sueñan un país navega hábilmente la entropía patria; no solo expone las falacias de la propaganda oficial, sino que encuentra una épica en sus tres heroínas.
Así como el del film de Katherine, el proceso creativo de la obra de Fernando tuvo un carácter transnacional. Imágenes capturadas en Miami, Madrid y La Habana colisionan en su estructura de múltiples capas. Se debe mencionar la colaboración del excelente fotógrafo Javier Labrador, en la sección dedicada a Anamely Ramos, y la hermosa música original de Carlo Fidel Taboada, cuya grabación estuvo a cargo de la Orquesta Sinfónica de Bratislava. El futuro de nuestro cine depende, en buena parte, de articulaciones que logren trascender imperativos de fronteras y circunstancias.
Filmes como Mujeres que sueñan un país y En San Isidro son dos nuevas vibrantes adiciones a una tradición fílmica del exilio cubano, comenzada por autores como Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros (Conducta impropia), Jorge Ulla (En sus propias palabras) y Miñuca Villaverde (La ciudad de las carpas), por solo mencionar algunos títulos. Obras que se acercan al devenir sociopolítico de la Isla desde la relectura / reescritura de sus múltiples archivos, registros y testimonios, siempre con la distancia saludable que concede vivir en otras tierras.
En un año cinematográfico que ha visto los estrenos de propuestas como Myanmar Diaries o Mi país imaginario, podríamos decir también que estas películas se adhieren a una tendencia global: la del cine como dispositivo para mirar a nuestros pueblos y hurgar profundamente en sus conflictos internos. En un contexto internacional cada vez más plagado de autoritarismos, los cineastas construyen una memoria de resistencia y rebeldía colectivas, una contra-narrativa a la visión que el poder impone sobre nuestros destinos como individuos.
“Como si inventar imágenes contribuyera”, en palabras de Didi Huberman, “a reinventar nuestras esperanzas políticas”.