Lo primero que me vino a la mente, luego de leer Meditaciones de Cantinflas o el intérprete digital en la Sociedad del Disparate, fue una comparación sin ton ni son. Recordé la dramática oleada de suicidios provocada por Goethe, en el siglo XVIII, con Las tribulaciones del joven Werther. Claro que no existe el menor punto de contacto entre los contenidos de esa novela del romanticismo y el último libro de Armando Añel, quien tal vez no deja de ser un romántico, sólo que a la manera del siglo XXI, o sea, un romántico inmerso en la Sociedad del Disparate.
No creo que pueda explicar seriamente por qué relacioné dos libros tan disímiles. En el Werther, un joven artista, fuera de quicio por una pasión amorosa, se pega un tiro en la cabeza. Miles de jóvenes europeos lo imitarían, al leer la novela, no porque sufrieran iguales problemas amorosos sino porque, como Werther, todos sufrían los mismos desengaños y traumas existenciales de su época.
El libro de Añel, en cambio, lejos de extender una invitación al suicidio, invita a la comprensión y a la asimilación inteligente de nuestra época, ante cuyos traumas y desengaños, aún más graves que los del siglo XVIII, ya ni siquiera es romántico suicidarse, pues hasta la real existencia de la muerte ha caído en entredicho.
No obstante, no me extrañaría que a más de un amargado o rabioso o desesperanzado o alarmista le entren deseos de colgarse, aunque sea por los pies, cuando lea Meditaciones de Cantinflas… En todo caso, no serán jóvenes, pues una buena parte de ellos se ha suicidado ya de algún modo, en tanto partidarios a ultranza y protagonistas activos de la Sociedad del Disparate.
¿Pero a qué llama Añel la Sociedad del Disparate? De acuerdo con su propia conceptualización, ésta “puede definirse como un fenómeno del tercer milenio, cuando la democratización de la exposición a través del desarrollo digital —en las redes sociales sobre todo— visibiliza como nunca antes la debilidad del Ego”.
Resulta beneficioso que el autor haya adelantado a través de Facebook muchos de los textos del libro. Así queda fuera de dudas para el lector medio su interés como vehículo de esclarecimiento sobre una circunstancia que hoy nos compromete a todos, gravitando, como pocas, sobre nuestro cotidiano de vida. Y al mismo tiempo despeja temores ante la posibilidad de que su lectura pueda ser ardua, compleja, aburrida, con aires doctos o filosóficos o aleccionadores.
Nada de eso. Por lo general, son textos breves, concisos, deliciosos: greguerías, sentencias, apotegmas, aforismos al modo afilado y ameno de Lichtenberg. Aunque no sólo. El surtidor de influencias, directas o no, parece ser vasto en este libro. Desde Heráclito o Sócrates o Diógenes o Séneca o Lao Tse o Gracián o el budismo zen. Desde Nietzche o Kierkegaard con los existencialistas, hasta algunos otros filósofos más y menos modernos. Desde Ramón Gómez de la Serna hasta Cantinflas, como bien anuncia el título, pero también hasta la impar filosofía de café con leche que suelen destrenzar los curdas del barrio habanero. En ningún caso falta el cinismo, por supuesto, pero siempre acompañado del aliento poético y de la grácil puntería que le aportan distinción.
Dado que un aforismo es una novela de una línea, según la calificación de Leonid Sukhorukov, otro gran hacedor de aforismos, entonces no deben ser pocas las novelas que el lector hallará en esta especie de breviario en el que Añel se afinca en la intertextualidad, la parodia y el cantinfleo para poner en solfa las realidades de nuestro tiempo. Son mayormente novelas picarescas, o del tipo vernáculo cubano, ideales para el caso, ya que como el mismo autor ha reconocido, sólo desde la comedia puede interpretarse creativamente nuestro mundo.
De la intrascendencia del sufrimiento. De la omnipresencia de la ignorancia. De la naturaleza de la indignación. De la política interpretativa a la sociedad alternativa. Filosofía práctica y otras yerbas: Suman cinco los capítulos con los que Añel dio cuerpo al libro. Y a mí por lo menos me ha bastado con leer los títulos para saborear un adelanto de su atractivo. Contiene además una introducción, un prólogo y un Apéndice, donde cierra con broche de oro mediante una muy certera reflexión en torno a lo que él llama la Sociedad del Disparate.
Y que es todo lo que nos queda hoy. Una sociedad desbordante de dilemas que se perfilan más absurdos cuanto más absurdos resultan los métodos que adoptamos para enfrentarla. Mientras, Añel, hombre de su época, actúa a cuenta y riesgo, yo diría que un tanto románticamente —por suerte—, diseccionando, tomando nota, dispuesto a extraer del vacío alguna enseñanza ventajosa.
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