No se deje llevar el lector en esta breve disertación por los tecnicismos legales que definen este ejercicio de manifestación democrática. Mas, como consuelo, al tiempo que esclarecimiento circunstancial, me atrevería a afirmar que una modalidad encubierta de Protesta Pacífica (PP) no solo existe, sino que está más que autorizada, aupada y propiciada desde el poder en Cuba.
Sin ser luteranos, en esta Isla hay 11 millones de protestantes. Desde luego que no me refiero a la totalidad de sus habitantes, sólo a aquella abrumadora mayoría que cotidianamente se ven compulsados a “tirarse” a la calle a esperar una guagua durante dos horas para raspar algo de comer. La gente protesta por prácticamente todo, aún desconociendo que está protestando. Es un reclamo que los traiciona desde el centro del cuerpo de un modo visceral, por lo que más genuino no puede ser. Esta estrategia fisiológica para el velado ejercicio de sus derechos, se proyecta a nivel gástrico, diafragmático, como toda buena práctica yogui.
Visto así, en plan meditado, más que premeditado, aunando las fuerzas de todo el cuerpo para sobrevivir a la planificación de la próxima estrategia, que no es otra que la repetición del mismo algoritmo para procurarse algo (un visado, el pan, los productos del agro, el soborno para la especialista que atiende a los viejos, la gasolina, o cuanta cosa atraviese su congestionado espacio mental), cualquiera podría decir que se trata de Resistencia o, más bonito, de Resiliencia. Es aquí donde vale atajar los conceptos racionales que intentarán minar en todo momento la definición que argumento.
"...esa presumible resistencia se transforma automática e inconscientemente en protesta, una Protesta Pacífica, ya que no hay en ella el menor ademán por cambiar algo que no sean los subterfugios para perpetuar su estatus"
Resistencia, no en términos biológicos —como en el caso del estafilococo—, sino sociales, humanos, está referido a un acto consciente y deliberado por aferrarse a algo —en nuestro particular no es a ninguna manifestación ideológica o política, en todo caso a su negación a ciegas, pues los cubanos tampoco tenemos noción de hacia dónde dirigir nuestros derroteros históricos—. Y ya que entramos en el ámbito en que no podemos deslindar los instintos biológicos de los sociales, vemos como esa presumible resistencia se transforma automática e inconscientemente en protesta, una Protesta Pacífica, ya que no hay en ella el menor ademán por cambiar algo que no sean los subterfugios para perpetuar su estatus.
En el mundo contemporáneo es difícil explicar algo como lo que sucede en Cuba. Despojados de derechos constitucionales, jurídicos y legales —ni que decir ya de armas de fuego—, lo único que hemos hecho consciente los cubanos es que, si te “lanzas” a la vía pública con otro objetivo que no sea el que les comento, pues seremos apaleados y apresados y nadie, salvo unas pocas y pocos cuya dignidad sobrepasa con creces la media, quiere poner el pellejo. La gente prefiere emigrar, jugándose en ello la vida que no se jugó abiertamente aquí (aunque la PP se cobra su saldo de víctimas en ancianos, discapacitados y enfermos, a manos de una desastrosa atención médica y la casi nula asistencia social). Todo parece indicar que algunos, entre aquellos que llegaron ilesos a otras costas, a quienes la distancia los ha “esclarecido”, sólo entonces se les encuentra en condiciones de incitar a la rebelión que, desafortunadamente, no pudieron arengar desde aquí.
"El punto flaco de tal contienda está en sus resultados. Desde su contraparte en el poder, la Promesa Pacífica se presenta como la zanahoria amarrada a la vara que tienta al burro a avanzar"
Resumiendo, nuestra PP es tan abierta y desvergonzada, que la mayoría de sus practicantes, sean del credo o ideología que profesen, nos atrevemos a propalar públicamente, con absoluto descaro, la consigna: “Aquí estamos, en la Luchita”. No conozco tamaña manifestación de libertad de expresión y acción en otro lugar del mundo, tomando en cuenta nuestra “descoyuntada discontinuidad”. Puede que algunos, que hayan votado o no en las elecciones, griten: “Viva fulano, o mengano”, o cuanta cosa se les ocurra en sus oprimidas y deterioradas estructuras cerebrales que, desde los abarrotados Cuerpos de Guardia de los hospitales, o en las infinitas colas del pan, están ejerciendo su legítimo derecho a esta modalidad criolla de la Protesta Pacífica. El punto flaco de tal contienda está en sus resultados. Desde su contraparte en el poder, la Promesa Pacífica se presenta como la zanahoria amarrada a la vara que tienta al burro a avanzar.