Cuando Raúl, junto a un grupo de manifestantes de Regla y Guanabacoa, intentó cruzar el semáforo que divide los dos municipios habaneros, un cordón policial les impidió el paso. Era el 11 de julio de 2021 y desde hacía unas horas el país vivía la mayor ola de protestas en contra del gobierno en décadas, el llamado 11J. Raúl, un joven de 22 años, estudiante y trabajador que solicitó ser identificado con este seudónimo por temor a represalias, había iniciado la jornada como cualquier otro domingo. El día anterior había acudido a clases en la Universidad de La Habana y aquel domingo pensaba visitar a su novio.
Las imágenes de las protestas en San Antonio de Los Baños, Artemisa, que dieron origen al movimiento, cambiaron sus planes. Raúl se enteró de lo que sucedía por Facebook y se unió a otros 50 vecinos. Marcharon denunciando la falta de medicamentos y comida, la política de dolarización que incentiva la migración. Estaban cansados de todo y de lo mismo de siempre. Pero, para Raúl, un hombre gay, mientras marchaba era imposible no pensar en la discriminación y en los derechos negados a la comunidad LGTBIQ+.
Raúl avanzó por las calles hasta que un cordón policial situado en mitad de la Vía Blanca, una de las principales carreteras del país, se interpuso en el camino. Los manifestantes cantaron el himno nacional, La Bayamesa. Esto les dio fuerzas para levantarse y romper el cordón. Para Raúl, ese momento representó imponerse —aunque de manera efímera— sobre lo que sentían que les frenaba.
La comunidad LGTIBQ+ cubana participó en el 11J motivada por muchas de las mismas razones que movilizaron al resto del país: la falta de libertad y las penurias económicas. “La diferencia es que además traíamos unas demandas añadidas orientadas hacia nuestra sexualidad, identidad de género y los derechos que aún nos faltan”, expuso Mel Herrera, una periodista y activista que también se manifestó.
Miembros de la comunidad protestaron por la falta de reconocimiento legal de sus uniones. Las mujeres trans reclamaron oportunidades laborales reales más allá del trabajo sexual. Otras personas se manifestaron contra la intolerancia de las instituciones públicas, que ignoran, señalan o reprimen cualquier forma de activismo LGTBIQ+ no controlado por el Estado.
Miembros de la comunidad protestaron por la falta de reconocimiento legal de sus uniones.
El 11J puso en evidencia el distanciamiento de los últimos años entre el estatal Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y muchas personas LGTBIQ+, quienes se han sentido cada vez más desengañadas de dicha institución, en teoría, debería atender sus demandas.
Muchos de quienes marcharon en el 11J ya lo habían hecho dos años antes, el 11 de mayo de 2019, cuando el Cenesex canceló la tradicional Conga de la Diversidad. Esto provocó una marcha por el Prado habanero organizada sin autorización, que terminó disuelta por la policía. Raúl estuvo allí y ahora, en el 11J, volvía a marchar.
Raúl creció escuchando historias de personas expulsadas de sus centros de trabajo o estudio por ser homosexuales, y de gente exiliada porque su “conducta impropia” no podía convivir con la Revolución. A los 17 años fue detenido por, supuestamente, prostituirse, solo por estar con dos amigos cerca del Hospital Calixto García, en El Vedado. “Por pinchar mojones, maricón”, escuchó de los policías que se lo llevaron y le hicieron firmar un “acta de advertencia” sin presentar prueba alguna en su contra. Desde ese momento, supo que la realidad es bien diferente al discurso de las instituciones cubanas.
Después de romper el cordón policial el 11 de julio, Raúl acompañó la protesta hasta la sede del gobierno de Regla. “Nunca imaginé ver tantas personas reunidas en la calle gritando ‘patria y vida’. Aunque ha pasado tiempo, creo que ninguno de nosotros ha vuelto a ser igual, está todavía la sensación de que en cualquier momento se puede repetir”, recordó el joven.
Desencanto con el Cenesex
En otra parte de La Habana, Mel Herrera también se unió a las protestas del 11J. Como periodista buscaba historias; como manifestante exigía lo mismo que el resto de la población; como mujer trans traía sus propias demandas.
Con un vestido holgado y su pelo rizado recogido por un moño, atravesó todo Centro Habana caminando hasta llegar a Prado. Uno de sus motivos para manifestarse fue precisamente lo sucedido con la manifestación del 11 de mayo de 2019.
El desencanto creciente con el Cenesex también se explica por la decisión de las autoridades de eliminar el artículo 68 que hubiese abierto la puerta al matrimonio entre personas del mismo sexo. Esta exclusión fue interpretada por muchos activistas como una cesión del gobierno a la presión de las iglesias.
“Hay muchas personas que, incluso estando de acuerdo con la institución (el Cenesex), están desalentadas, cansadas de muchos años de espera, de promesas incumplidas”, afirmó Herrera.
La marcha del 11 de mayo de 2019 en el Prado de la Habana marcó un antes y después para el activismo LGBTIQ+ y su relación con el Estado. Ese día, “quedó demostrado que hay una gran parte de la comunidad LGTBIQ+ que no se siente ya representada, que no quiere seguir tutelada por una institución dirigida fundamentalmente por personas cisgénero y heterosexuales”, dijo Herrera. Aunque más recientemente el gobierno decidió incluir el matrimonio igualitario y otras reclamaciones del colectivo en la consulta popular sobre el nuevo Código de las Familias, muchas personas LGTBIQ+ lo ven como un agravio. ¿Por qué tendría que poder votarse si una parte de la población puede tener los mismos derechos que el resto?, razonan muchos activistas.
El Cenesex, una labor a medias
Las reclamaciones de la comunidad LGTBIQ+ en el 11J pusieron en el centro de la discusión al Cenesex. Fundado como dependencia estatal en 1989, tras décadas de hostilidad oficial a la diversidad sexual, su objetivo es impulsar estudios sobre género y sexualidad.
Al principio, se enfocó en temas sanitarios y educativos, pero desde 2000, tras el nombramiento de Mariela Castro Espín, hija del expresidente Raúl Castro, como directora, el Cenesex empezó a abordar temáticas más relacionadas con los derechos de las personas LGBTIQ+.
En la comunidad LGBTIQ+, muchas personas admiten que la institución ha puesto en la palestra pública temas cruciales para el reconocimiento de sus derechos. Sin embargo, también critican que reproduce el funcionamiento de otras instituciones estatales: verticales, intolerantes a la diversidad de opiniones y sumisas hacia el poder.
Cuando la marcha del 11 de mayo de 2019 fue convocada, Castro Espín respondió en sus redes sociales catalogando la actividad como un “show convocado desde Miami”. El resultado es que a quienes no aceptan la autoridad de Castro Espín, aunque compartan mucha de su agenda, se les puede ignorar, difamar o reprimir.
Isbel Díaz Torres, escritor, activista ambientalista y por los derechos LGBTIQ+, vivió de cerca lo que puede significar alejarse del Cenesex. En 2010, fue invitado a una “capacitación” sobre “diversidad sexual y derechos humanos” en el Cenesex, pero se fue percatando de que la intención de los encuentros era formar una organización afín a la institución.
“Tenían un grupo de mujeres lesbianas, otro de mujeres trans, y ahora querían uno de hombres gais y bisexuales”, explicó el activista. “Por más que insistimos en que no veíamos sentido en fundar una organización solo de hombres, ni por qué el Cenesex tendría el poder de decisión sobre la misma, la presión de una funcionaria condujo a que se aceptaran tales limitaciones”, narró.
Tras su salida del grupo, ayudó a crear la organización independiente Proyecto Arcoiris. Ahí fue conoció lo que significa estar fuera del Cenesex: “El asedio incluyó muchas llamadas telefónicas y ‘entrevistas’ que buscaban amedrentarnos. Todo ello salpicado por el sello de la homofobia, marca distintiva de la policía política en Cuba”, recordó Díaz Torres.
Durante la Conga de 2016, dos activistas del grupo llevaron un cartel que decía “NO MÁS VIOLENCIA POLICIAL CONTRA NOSOTR@S”, en referencia a una reciente redada contra miembros de la comunidad. Ambos fueron increpados por agentes de la Seguridad del Estado, que les arrebataron el cartel. Uno de estos manifestantes era la pareja de Díaz Torres.
Tres años después, en mayo de 2019, cuando el grupo decidió participar en la Conga no avalada por el Cenesex, Díaz Torres y su pareja fueron capturados durante 24 horas para impedirles tomar parte en la marcha. En el 11J, Díaz Torres no pudo manifestarse. Para entonces, ya vivía en el exilio.
Tras el protagonismo del colectivo LGTBIQ+ en el 11J, sus integrantes también están siendo víctimas de la represión que se desató desde entonces. Uno de los casos más conocidos es Yoan de la Cruz, joven gay de San Antonio de los Baños preso desde julio de 2021 y condenado a seis años por “desorden público y desacato”, según informó su familia. De la Cruz transmitió en vivo en redes sociales la manifestación en San Antonio de los Baños, el evento que desató las protestas por todo el país.
Brenda Díaz García, una mujer trans, también está encarcelada y esperando juicio desde julio de 2021 por su participación en las protestas de Güira de Melena, Artemisa. Ella fue acusada de “desórdenes públicos y sabotaje” por, supuestamente, tirar piedras durante las protestas, acusación que su familia niega.
En Cuba no existen protocolos de atención para la población carcelaria LGTBIQ+. Las personas trans son internadas en centros según su género asignado al nacer y no según su género autopercibido. Por ejemplo, Díaz García lleva meses presa en un centro para hombres, informó un familiar. El Cenesex, que se presenta como una entidad defensora de los derechos de la población trans, aún no se pronuncia al respecto.
Identidad de género, otra razón para marchar
Al oriente del país en Holguín, en el 11J, se manifestó Vivian, quien al igual que Raúl utiliza este seudónimo por miedo a represalias. “No podía quedarme en mi casa mientras todo el mundo estaba en la calle. No tiré piedras, solo grité y marché. Cuando la policía empezó a ponerse más pesada me fui. Bastante difícil lo tengo yo como para caer presa”, dijo Vivian.
Ella es una mujer trans que se dedica al trabajo sexual. “Yo estoy un poco cansada del ahora sí y ahora no del gobierno”, dijo en referencia al tema del matrimonio gay. “Hace poco fue lo mismo con el tema de las escuelas (la Resolución 16-2021, que introducía la educación sexual obligatoria con enfoque de género, que no entró en vigor)”, agregó.
Vivian comenzó su proceso de transición a los 17 años. La primera vez que usó una saya fue en un turno de Educación Física. El profesor la mandó de regreso a su casa. A la mañana siguiente recibió burlas y hostigamiento por parte de compañeros y profesores. Vivian no terminó su preuniversitario.
“Yo siempre quise ser maestra, pero aquello que me pasó en el ‘pre’ me cambió hasta mis sueños. Tuve que coger la calle, al final todas terminamos ahí. La casa era otro infierno, vivía sola con mi mamá y ella nunca me aceptó”.
El trabajo sexual es una de las pocas opciones que hay para las mujeres trans en Cuba. Solo algunas acceden a un trabajo estable, muchas veces como servicio de limpieza en hospitales. En Cuba no existe un mecanismo que reconozca la autodeterminación de la identidad de género. Solo quienes se someten a un proceso quirúrgico de reasignación del sexo pueden cambiar su nombre y su género, lo cual dificulta encontrar trabajo y hacer trámites en instituciones públicas.
Yessica, una mujer trans de La Habana de 24 años quien pidió ser nombrada con este seudónimo, se manifestó el 11J en el municipio de Diez de Octubre. Uno de los motivos que impulsaron a Yessica a manifestarse fueron sus dificultades para acceder al tratamiento hormonal que necesita pues el Cenesex solo proporciona una parte. “Las demás pastillas las tienes que buscar por tu cuenta”, explicó Yessica.
La crisis económica que afecta al país, agravada por la pandemia, redujo la disponibilidad de medicamentos y obligó a personas trans a parar el proceso o buscar medicamentos alternativos no tan efectivos.
“Al quedarme sin hormonas el proceso de mis senos naturales se pasmó”, dijo. “Ahora me estoy hormonando con un tratamiento que me mandaron unas amigas de Estados Unidos y con eso he podido resolver”.
Sobre esto el Cenesex tampoco se ha pronunciado.
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