Ahora le dicen ‘bullying’
y a la víctima ‘acosada’.
Cuando yo era pequeña
en la escuela de mi infancia
ese término extranjero
ni existía ni se usaba.
Su nombre era pintoresco:
chacaleo se llamaba
y los afectados eran
trajinado y trajinada.
A Estrella, mi compañera,
dulce, miope y delgada,
le decían la camella,
las abusonas del aula.
La trataban con desdén,
se burlaban de sus nalgas,
de sus caderas flacuchas
y los vidrios de sus gafas
diciendo que parecían
dos parabrisas de guagua.
Estrella era un poco tímida,
quizás demasiado blanca,
como una rara excepción,
como ave de otra granja,
metida en jaula de hienas,
víctima entre victimarias.
Estrella era la campeona
del aguante y la callada
obediente por respuesta.
Jamás se quejó de nada.
Las malignas de la escuela
—llamadas las Lelolailas—
la obligaban a dormir
desnuda y pintarrajeada,
la despertaban con gritos,
la insultaban y pegaban.
Por mí misma, por Estrella,
y hasta por Las Lelolailas,
yo temía que pasara
lo que ocurre en los colegios
con los que aguantan y aguantan
y el día que no dan más
revientan como granadas
y del colegio no queda
ni fecha sobre pizarra.
Mil veces noté que Estrella
secretamente afilaba
un cuchillito de mesa
que era de pelar naranjas.
Yo le decía, Estrellita,
compañera en la desgracia:
La vida tiene su escuela,
su justicia y su balanza.
Y verás que un día de estos
se acaban las Lelolailas.
Guarda el cuchillo de mesa,
denunciemos lo que pasa.
Los juegos de la violencia
se sabe cómo comienzan
pero no cómo se acaban.
De allí salimos ilesas
por puro arte de magia.
Lo denuncié al director.
¿Y qué hizo el muy canalla?
¿Botar a las abusonas?
¡Cambiar a Estrella de aula!
¿Y qué medida tomó
con las viles Lelolailas?
Dejarlas ser ellas mismas
y ascenderlas en la escala
vomitiva del gobierno
que las cría y las ampara.
Y así, de víctima en víctima,
vivieron las Lelolailas.
Y así, de escuela en escuela,
por trajinada y por blanda
pasó la vida mi amiga.
Lo he sabido esta mañana.
En un parking de Madrid,
una gringa colorada
me saludó: ¡Genoveva!
Y me gritaba: ¡Mi hermana!
No enfoco bien. A mis años
estoy un poco cegata.
Se me acercó y, de repente
¡la gringa se hizo cubana!
No era Estrella, la camella.
Ni Estrella, la trajinada.
¡Era mi amiguita Estrella
libre y linda, sana y salva!
Reímos como dos niñas
en el parking, abrazadas.
Bromeamos también y hablamos
de la vida y sus metáforas.
¡Al fin triunfaste, carajo!
Le grité muy emocionada.
Con una beca en Columbia
se había hecho abogada.
Llevaba casos de bullying.
Dijo. Quedamos calladas.
Por no cagar el momento
no hablamos de aquella etapa
hasta que, en la despedida,
como un vómito del alma,
Estrella me dijo algo
que aún hiela y me taladra.
¿Recuerdas aquel cuchillo
que afilaba y afilaba?
Tuvo que ponerse pronto
sus negras gafas de marca.
Y yo después, de regreso,
debí hacer una parada
para llorar un ratico
antes de entrar en mi casa.