EN LA CLARA SOLEDAD
Detrás de la ventana,
la nieve blanca.
La oscuridad de la noche,
como el clamor de lo posible,
perfila un ámbito
tan solo
como mi alma.
HISTORIA DE PATRIA
Soplo de orquídea pensativa,
que en mi alucinada entraña permanece
adormecida en el azul.
Ansias de olas quebradas por
ambos lados del alma.
Túneles de esperanza se ahogan
en el sudor, que cava pétalos desteñidos.
Verdes gemas talladas de sangre.
Necios que buscan calma.
PASAJERA DEL SILENCIO
Curiosamente,
aun cuando cedía sus espacios,
empezaba a ser, a vivir.
A vivir diferente, pero a vivir:
con sus valores y sus simplezas.
No quería recompensas.
No quería sacrificios.
Sólo buscaba dentro de sí
su sendero,
su deseo y su querer.
Finalmente el pringo de su ser
para disfrutar como un alienado.
EMPIEZA AL ABRIR EL DÍA
Florece el jacinto,
como el mordisco fresco
de una caricia en el umbral.
Suspirando se encoge.
Se cuela disfrazado el desatino
en el largo, estrecho,
oscuro corredor del silencio.
Huyen del olvido las manos
ungidas de viento.
Es un turpial alegre que rapta
a la esperanza dormida.
Vela por el infante,
y arrulla su sueño
de inocente nostalgia.
INICIACIÓN
Vestía ilusiones en el hilo del jirón,
latiendo que soñaba acariciar
esa huella. Rompía celofanes,
en medio de un círculo de humo.
Abrigaba su arcilla
exudante, contemplando
espacios ovales.
Regresan las olas escarpadas,
corren el camino largo
sin estorbos.
Murmullos tersos llueven
haciendo crecer el espacio,
también la esperanza.
El rincón se ha perdido
en la hojarasca,
pero no importa
si en la distancia de la nieve,
se ven los copos por la ventana.
TELAS DE ARAÑA
En el claroscuro del patio,
duerme el tedio solitario su ardid.
Amamanta el sol una flor de coral
que exuda su recuerdo,
donde la ruina se asoma a una llanura
de sal, con encajes de calandria
en sábanas de lino blanco.
RONDAS DE HOJAS Y DE ENANOS
Yerto está el guayabo y la fuente vierte hojas.
Sólo hojas de árboles muertos.
No, no “estaba la Marisola sentada en su jardín
abriendo una rosa y cerrando un clavel”
“somos los estudiantes que pasan por ahí”.
Como Alicia dibujo en la ventana
caras y elefantes, hombres emolientes
bajo el arco de la luna dormida,
tantas caras como ramas tiene la acacia.
El paño del temor absorbe.
No respira. Asume la muerte
con el ruido de la ola cuando el mar se encoge.
Los zapaticos se agazapan bajo la cortina pesada.
No advierten el mascarón agitado de miedo.
Con estos ojos que desesperan en el entorno del crepúsculo
alienta pisadas que buscan sin hallar su espanto.
Camina hacia la lluvia de la mano del muñeco negro
pasa por encima de la tinaja donde guardan
los corazones
de los enanos que se fueron a la guacherna.
¿Te acuerdas? ¿De la tinaja? ¡No, de los enanos!
Recuerda que se fueron por el tubito verde
donde enroscaba la manguera
Petronita la sirvienta.
Me acuerdo del altillo de pajaritos negros
de papel crespón colgados boca abajo de los maderos
que no son de alfandoque, ni son los de San Juan.
Lleno de luz y telarañas acomoda locura en sus paredes.
Allí el gabán que cuelga del perchero es de vidrio.
No encuentro aserrín. Tampoco al carpintero.
Pero huelo la cola de pegar madera
y vuelo con mi alma en un dedal de sal.
El delantal de mi disfraz de holandesa está arrugado,
y el fotógrafo callejero no está.
Se ha marchado con la aguja y el hilo de oro
que enhebra mis sueños.