En mi cadáver
busco la otra orilla sobre el silencio
para tomar su pálida cabeza acongojada
en la constante de la furia de los cuerpos,
ese éxtasis que confunde a las criaturas
en los minutos que preceden
al sueño tenaz
en la hueste de la piel y lo posible.
La lluvia
saciada por la noche en los perfiles
se afianza a la vivacidad de la zozobra cotidiana,
a la mentira con que se alimenta la pulsación del hombre,
el absoluto adormecido
en el espejo del cosmos
para iniciar el tiempo caudaloso en la eterna difracción del universo.
Como un suicida
arrastro mi boca amante de palabras
para reconocer el miedo de otras voces,
el corazón que no existe,
ese confundir que abraza
tu imagen
en la celda diminuta de mi cuerpo.
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