BIOGRAFÍA LITERARIA
Fanerógamas amo, la galladura del huevo,
la farfolla que alimenta
la yegua, amo la bizna
y la fárfara, he aquí
unas palabras que
amo.
Amo caminar, médanos y bosques, una
encina cuajada, un
frutecido nogal: y el
suelo cubierto de
agujas y piñones ah
noble pino piñonero,
fuiste y serás
bodhisatva.
Las manchas de la piel me son indiferentes,
detesto no obstante
tener que corregir a
diario, nada más brutal
que la estitiquez. Amo
la palabra estitiquez,
fuente de risa, la
imagino fungir como
verbo y río todavía
más.
A la bartola, bajo una mental encina echarme
a imaginar piaras
literarias, ver llegar
a follar porquerizo
con maritornes, y
que corra la leche
con sus sinónimos
numerosos.
Bizma fue en Cervantes, biznaga se la oí en
México a Guillermo
Sheridan, paluchero
a Baruj Salinas,
refunfuñar a mi
madre atribuida a
mi padre (no le faltó
razón) boludo a un
argentino que lo era.
A los dioses ambrosía, a las bestias de tiro
y carga maloja, vino
dulce a los curas,
vuelvan al Toboso
las tinajas del
Toboso, a mí
me dejen un
tiempo suficiente
para compulsar
de pe a pa un
diccionario de
cubanismos.
DEFENESTRACIÓN DE LA MUERTE
Goteo de Dios, por la vía de los doce cimientos
de la Jerusalén Celeste, vía
del Hades, vía ígnea de los
sustratos del Orbe, gota a
gota asciende, pétrea,
basalto irrompible, luz
fría, la Muerte.
Me desentiendo. Parecería todo lo contrario, mas
tened por cierto que me
desentiendo. Dos varas
de muerte no es para
prestarle demasiada
atención: es lo que es,
no tiene implicación,
gota caída que no
mueve rueda de molino,
ludibrio en su ascenso
a la mirada por un
momento empañada,
la muerte es una mosca
que espantamos de un
papirotazo, con un
pasagonzalo, ñinga,
bledo, se vaya a darle
la lata a un guardia: no
tiene cometido, quizás
un problema demográfico,
subterfugio de la
Naturaleza, se vaya
la muerte a freír
espárragos.
De risa si le pongo en su escaño un traspiés a la
Envarada, se desploma
de medio lado, su
contubernio óseo se
fractura en mil pedazos,
más carne tiene la
yegua, más pestilencia
el cuero de la montura,
más número su brújula,
más arco abierto su
compás, más arena el
reloj, más metal la
guadaña al descarnado
hombro que su velada
mirada.
No
ve.
Puerta que se abre, Pandora rajada en canal que
se abre: suelta la muerte
su mondongo, visajes
(rictus) del muerto la
enfermedad (hincha)
quebranta la Muerte:
infecta, gacha,
trastabilla cojeando,
se aleja descabalgada
y muerta, penosa
descomposición de
la que sale pitando
el muerto, oídlo, oídlo
reír, en su blancura
cantar, vaciado de
especulación: Rey
perfumado, Reina
en las sienes tocada
de una gota de
cinamomo, gota de
Dios la muerte
descalabrada en
su
desarticulación.
NUPCIAL
El costurero de bambú se encuentra a medio
metro de la mesa redonda
del comedor con las cinco
gruesas patas torneadas
cuyo grosor se puede
medir juntando las dos
manos desmedidas
del comensal varón:
lo característico de la
escena consiste en
que del fondo del
costurero, entre
carretes
de
hilo,
un
dedal
de
plata,
dos
juegos de aguja de tejer, la orla de un mantel
sin terminar de bordar,
la desbandada de las
mujeres de casa, aroma
a salitre, a yodo, la
primera señal del
otoño esta mañana,
la primera nevada
visible en la distancia
de su poderosa
imaginación, él
coloca
la
fuente
de
peltre
sobre
la
mesa, y en el preciso instante en que el
ovalado metal de la
fuente o el vidrio de
los (cuatro) vasos se
posan inaudibles en
la madera (roble, para
más información) y
en cuanto la fuente
contiene lo que
podríamos considerar
una noble cantidad de
pequeños lenguados
(un poco más grandes
que los que llaman
tapaculos en Andalucía)
los vasos llenos ora de
agua del tiempo, ora
de vino blanco, justo
en
ese
momento
(¿álgido?)
(bah,
no
exagerar)
recuerda
el
viaje
por
las
isla
Orcas
a
un par de horas de Seattle: o cuando al abrir
la tapa del costurero abrió
la tapa del tocadiscos a
fin de poner los amados
quintetos para piano de
Brahms, y qué decir del
quinteto para clarinete,
opus 115 ah el andantino,
justo en ese preciso
instante algo se zafa,
se desmorona, y siendo
todo en rededor siempre
bimembre ahora se
desmiembra, y ve, se
ve a sí mismo, la ve
llevar a las niñas a los
cuartos en alto, a la
pequeña en brazos, a
la mayor de la mano,
taparlas, darles las
buenas noches y en
la función de madre
a cada una por
separado acariciarle
frente cejas cerrarle
los párpados admirar
sus pestañas y
mofletes, y al
despedirse
besarles
las
sienes,
bajar
apoyada
a
la
baranda los once escalones que aún los
separan: llegar, sentarse,
bostezar, y en somnolencia,
cetáceos quietos, opacarse
su rostro oval, su cabellera
rubia, la luz crepuscular de
sus ojos (zarcos) iniciar
su recorrido hacia adentro,
y quedarse escuchando
de él unas proposiciones,
ciertos planes algo utópicos,
y hablar ahora (voces
entrecruzando) del futuro,
nada va a interferir con
esos planes puesto que
los dos son reyes, él
reina
y
rey
y
ella
rey
y
reina
y
abejorros,
avispas
andróginas,
dos
docenas
de
tubérculos
en
un
plato,
alcanzan
sin
duda
para
alimentar
a
toda
una
familia
campesina
de
japoneses,
época
de
pobreza,
finales
del
siglo
XIX,
tal
y
como
los
dos
a
un
mismo
tiempo
rememoran
que
ocurre
en
un
cuento
que
leyeron
a
finales
del
siglo
XX
en
versión
inglesa,
primero
él
lo
leyó,
luego
ella,
y
ahora
entre
bostezos
de
satisfacción
del
viernes
por
la
noche
creen
(están
casi
seguros)
recordar
que
se
trata
de
un
cuento
no
muy
extenso
de
cómo
se
llama
(¿Ryunosuke?)
Ryunosuke
Akutagawa,
verificar.
RETRATO DOBLE
Y
a condición de no sé qué me fueron concedidas
unas horas de sosiego,
en un escenario de papel
carbón, cartón piedra: y
a reinar, leñe, un par de
horas entre liendres y
hematomas, urea, la
sangre demasiado
espesa, oyendo el
tráfico traquetear por
la avenida, pistón,
tubo de escape, y una
final desconcentración
de las dendritas: del
protoplasma. Preludio,
y ser paramecio, noctiluca,
la cuerda zafada de un
violín de tercera con
que se ganó la vida
un viejo judío europeo
que de haber
reencarnación podría
ser mi padre.
Y
no: es condición que no hay traspaso ni
segundas, y por breve
esto parece ciencia
ficción. En hora de
sosiego me ausento,
bajo las persianas, oigo
que por fuera una mano
comprensiva cierra los
postigos (fueron verdes,
son cardenillo) me palpo,
ausculto, y no, estoy
perdiendo el tiempo,
pego un salto, albricias,
luz interior, dos buenas
zapatetas lo más alto
que pueda, y a solas
(debiera encuerarme)
bailo una gavota, ella
y yo, al frente los dos
y vuelta: hora jovial. Y
en casa gran animación.
Entró mi padre silbando
(imposible) en efecto, es
él y está silbando, qué
y qué, termina el año
(¿cuál?, ¿pero cuál?)
pasó balance y entre
dientes, tras besarme
la frente, me dice al
oído que el saldo fue
bueno: pan. Tarecos.
Viajar a La Florida en
agosto. Libros, luz.
Tendremos un jardín
con rosas de té
(¿nosotros, papá?)
tened fe, veréis, y
habrá capuchinas
y un árbol de lilas
blancas, verán. Y
bailo
de su brazo una giga cual si fuera mi padre y
fuera hembra mía:
visto pantalón negro
apretado y tengo un
bulto entre las piernas,
y él, es él, lleva falda
con dobladillo reforzado,
blumes de seda (estoy
seguro) cerquillo
enmarcándole media
frente, y yo lo bailo que
lo bailen que lo bailen
y yo lo canto sin tasa
ni medida, se ha muerto:
y desde esta tarde a la
hora del sosiego lo
corono con papel de
plata, lo entronizo
en silla de médula
desvencijada, él es
pobre, volvió hecho
tierra a su tierra,
indómito cuan
doblegado, no tiene
nada que contar, tiene
que bajar al sótano a
subir leña, un kilo de
papas, pronto empieza
a nevar ah la negra
nieve de Polonia, y
una vez más tener
que aguantar liendres,
paramecios, papel de
estraza y el cartón
piedra de la
huida.