1
Yo amo la corte de amor
del trovador provenzal
y la mística canción
de las olas en el mar.
Fidelidad que es infiel
pues ama lo que no es.
Falso amor, amor cortés
que idealizas a la amada,
ramita de Salzburg, son
antiguo, mentira que ama.
2
Puedo proclamar la paz
inmensa que dan los libros
rodeándome como un haz
en la mesa donde escribo,
y contener el suspiro
de estas traicioneras ansias,
pues tanta paz no me alcanza
y es retórico el poema
que habla de paz en la guerra
profunda que libra el alma.
3
He aquí la gloria del sexo
antes del sexo, mujer.
Celeridad del contacto
con la gloria, amor cortés.
Lo divino aquí es el nexo
que no somos tú ni yo,
puesto que no somos dos;
siempre hay un más que reclama,
plexo solar, plectro o llama
quemándonos la avidez.
4
Yo amo la correspondencia
pretérita del amor
y la muda equivalencia
de los frutos y la flor.
Amo el hogar, fiera estancia
mejor que la corte ciega
de las palabras, la idea
que eres antes de ser tú,
oscuridad que es mi luz,
rama que el sol regenera.
5
Sentir tu respiración
es como alcanzar el centro
cálido de una visión.
La noche hierve por dentro
y en ti se alista al encuentro
de la jornada que inicias,
pues con tus manos oficias
el ritual del desayuno,
la alquimia del dos al uno,
del uno al dos que propicias.
6
Esta mañana el rocío
te caía por la falda
y fue a parar a mi espalda
como un ingrávido río.
Tocar el mármol tan frío
fue el contrapunto al brebaje
que se rompe en el oleaje
de los labios y la piel,
el acendrado mantel
de un apetito salvaje.
7
Eros que todo lo mudas
y transmutas, dios pagano,
no apagues nunca mi hambre,
déjame en la sed que amo.
Canción de amor, ¡qué difícil
es cantarte! ¡oh niño dios!
Bestia irónica que enfermas
toda melodiosa voz.
Resplandece, cristal roto,
renuévame ya, temblor.
8
Es posible que me ames
y te ame, mujer nueva,
pero mi amor es tan viejo
como estas vagas estrellas.
Acaso los dos seamos
uno solo que se aferra,
mientras la luna gastada
de hoy, mañana estará llena.
Ave o galaxia que muere en la boca del poeta.
9
Déjame roto el puñal
que adelantas en el pecho,
propela del contrahecho
de una herida colosal.
Fíjame, acero mortal
a esta gravedad que niego.
Grave cosa es ese ruego
que se alza de la garganta
y como en sueños levanta
nuestros apagados egos.
10
Curva de tu cuerpo al mío,
órgano sexual: oreja,
receptáculo del beso,
asidero del poema.
Por nada te canjearía
—tacto, latido, pulsión—,
fábula de la reunión
de los ritmos ancestrales
y los sonidos vulgares
que escuchas, dilecto amor.
11
Yo amo la sal del planeta
que se reparte en tus manos,
la sonrisa verdadera
con qué justicia en tus labios.
Inteligencia que apuras
y tanteas mi ostracismo,
serpiente del manierismo
de esta costumbre madura.
Hoguera de sal, sonrisa,
consume, blanca, mi ira.
12
“Gravitación que no cesa
de gravitar”, dijo el padre.
La madre volteó a la puerta
de los rojos flamboyanes.
“Eso es amor —dijo. Mira
como surgen de la sangre
las flores despedazadas
hacia el fantástico aire”
“Yo amo el amor —dijo el hijo—
vacío peso, fiel, nadie.”
13
Caverna del hombre: obra
que desdeña la mujer,
miel que siempre acaba en hiel,
tranquilidad que es zozobra.
Desamor que nadie nombra
ni canta, malentendido,
ciervo que huyes fugitivo
antes de sangrar la herida
abierta de la obra viva
que no he de escribir: olvido.
14
Lo que antes fuera cantiga
del falso amor cortesano,
ahora que somos amigos
se clava en nuestros costados.
Flecha lanzada que vuelve
y nos convierte en hermanos.
Amiga, ven, no te vayas,
quédate cerca, te espero
en alguna encrucijada
del alba, cruel desencuentro.
15
Atento estoy al sonido
de cada gesto que haces,
como en silencio complaces
la música del sentido.
Y he llegado a amar el ruido
que dejas cuando te marchas,
esas gélidas escarchas
del instante que no es beso,
todo el calor del exceso
que armonizas, como jarcha.
16
Besar tu frente es besar
algún lejano paisaje
reluciente como un traje,
fina tela de sudar.
Superficie para amar
la aridez: besar tu frente,
desbordado continente
que guarda tus pensamientos
y estos húmedos momentos
que anhelo como un demente.
17
Al fin lo sé, ciudad, te amo,
qué espléndida eres, ciudad, hoy,
que sin pensarte te contemplo,
y qué hondo sube mi reclamo
en tus descansos donde voy
con mi cansancio de otro tiempo.
Ahora lo sé, ciudad, te he visto
y he visto el rostro del amor
pasar ligero en el candor
grave del rostro que conquisto.
18
¡Salud! digo al minuto
que pasa por mis venas,
oleada que penetra
como una tempestad.
¡Ah dioses del segundo
que en silencio nos dejan!
Alucinante hora
que embistes sin permiso,
cauce hacia el paraíso
de la mujer: ¡ciudad!
19
Cómo vienen tus axilas
a engendrar en la belleza,
profunda delicadeza
que no atisban mis pupilas.
Qué sonoras retahílas
enmudecen en tus brazos,
y cuántos ciegos retazos
vislumbro desde tu cuello,
cuán minucioso es el vello
que dibuja en ti esos trazos.
20
Mujer nueva: sucesión
de mi mutable carácter,
tú sola posees el arte
de cambiarme. Fiel amor,
platónica perfección
que alimenta mis instintos
comiendo en fuego distinto
su idéntica llama doble.
Amor: banquete del pobre
que sostienes mi apetito.
21
Ganas de saciarme en ti,
de verte, amor, como eres,
sed de ser en tu ser, crueles
ganas, ganas, ganas, ganas.
Solícita sombra, vana
luz que nunca nos refleja,
cuerpo que el alma me aneja
y me consume en deseos
de ser en la sed que creo,
que es ser uno en la pareja.
22
Ser uno en tu rauda ceja,
ululación y mareo,
dentro de ti como un reo
deseoso de su reja.
Ojos, boca, piel, guedeja
libre que el beso me impide,
manos que abiertas prohíben
la consumación del acto;
saliva, sudor, contacto:
ganas de saciarme en ti.
23
Yo soy el hombre sediento
que ha visto caer el agua
sobre tu piel, como fragua
dentro de la zarza ardiendo.
Derrámate en mí, violento
amor que impaciente anhelo.
Yo he de proclamar al cielo
esta consigna de hoy:
Amor, yo soy el que soy,
tú me has arrancado el velo.
24
No me pidas que en el suelo
nos quedemos, amor mío,
mientras oigo el vocerío
que se avalancha en tu pelo.
—Tú desnuda eres un credo
mejor que el de los Cantares.
Turbamulta de los ángeles
que se agolpan en tu ropa
y apuran juntos la copa
de tus cenitales labios.
25
Cuerpo, cantiga, astrolabio
donde echar al fin mi suerte,
más allá de la áurea muerte
o la reunión de los sabios
griegos, y el enamorado
polvo de aquel trovador,
¡ah médulas del fervor
que se queman con mirarte!
¿en dónde habré de encontrarte
paráclito, último amor?
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