Considerado uno de los autores más brillantes del panorama literario europeo del siglo XX, Ítalo Calvino fue un renovador del arte narrativo. Tanto en sus novelas como en sus relatos más breves, su mirada atenta a las problemáticas sociales va siempre acompañada por una singular voluntad de estilo y una notable capacidad para diseccionar los conflictos humanos.
En el cuento "La oveja negra", Calvino conjuga hábilmente el absurdo y el humor para ofrecernos el retrato de un pueblo ficticio donde la corrupción es la norma y la honestidad una anomalía inadmisible. La ficción aquí, como en la obra de otros grandes escritores universales, se convierte en un descarnado espejo de la realidad que, sin embargo, no se reduce a un referente particular.
La oveja negra
Había un pueblo donde todos eran ladrones.
A la noche cada habitante salía con la ganzúa y la linterna, e iba a desvalijar la casa de un vecino. Volvía al alba y encontraba su casa desvalijada.
Y así todos vivían en amistad y sin lastimarse, ya que uno robaba al otro, y este a otro hasta que llegaba a un último que robaba al primero. El comercio en aquel pueblo se practicaba solo bajo la forma de estafa por parte de quien vendía y por parte de quien compraba. El gobierno era una asociación para delinquir para perjuicio de sus súbditos, y los súbditos por su parte se ocupaban solo en engañar al gobierno. Así la vida se deslizaba sin dificultades y no había ni ricos ni pobres.
No se sabe cómo ocurrió, pero en este pueblo se encontraba un hombre honesto. Por la noche, en vez de salir con la bolsa y la linterna, se quedaba en su casa a fumar y leer novelas.
Venían los ladrones, veían la luz encendida y no entraban.
Esto duró poco, pues hubo que hacerle entender que si él quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para impedir que los demás lo hicieran. Cada noche que él pasaba en su casa era una familia que no comía al día siguiente.
Frente a estas razones el hombre honesto no pudo oponerse. Acostumbró también a salir por las noches para volver al alba, pero insistía en no robar. Era honesto y no había forma de cambiarlo. Iba al puente y miraba correr el agua. Volvía a su casa y la encontraba desvalijada.
En menos de una semana el hombre honesto se encontró sin dinero, sin comida y con la casa vacía. Pero hasta aquí nada malo ocurría porque era su culpa: el problema era que por esa forma de comportarse todo se desajustó. Como él se hacía robar y no robaba a nadie, siempre había alguien que al volver a su casa la encontraba intacta, la casa que él debía haber desvalijado.
El hecho es que, poco tiempo después, aquellos que no habían sido robados encontraron que eran más ricos, y no quisieron que se les robara nuevamente. Por otra parte, aquellos que venían a robar a la casa del hombre honesto la encontraban siempre vacía. Y así se volvían más pobres.
Mientras tanto, aquellos que se habían vuelto ricos tomaron la costumbre, también ellos, de ir por las noches a mirar el agua que corría bajo el puente. Esto aumentó la confusión, porque hubo muchos que se volvieron ricos y muchos otros que se volvieron pobres.
Los ricos, mientras tanto, entendieron que ir por la noche al puente los convertía en pobres y pensaron: “Paguemos a los pobres para que vayan a robar por nosotros”. Se hicieron contratos, se establecieron salarios y porcentajes. Naturalmente, siempre había ladrones que intentaban engañarse unos a otros. Pero los ricos se volvían más ricos y los pobres más pobres.
Había ricos tan ricos que no tuvieron necesidad de robar ni de hacer que otros robaran para continuar siendo ricos. Pero si dejaban de robar se volvían pobres, porque los pobres les robaban. Entonces pagaron a aquellos aun más pobres que los pobres para defender sus posesiones de los otros pobres, y así instituyeron la policía e inventaron las cárceles.
De esta manera, pocos años después de la aparición del hombre honesto, no se hablaba más de robar o de ser robados, sino de ricos y pobres. Y sin embargo eran todos ladrones.
Honesto había existido uno y había muerto enseguida, de hambre.