En los noventa salía a la calle a hacer fotos sin ningún tema concreto. La ciudad era mi único deseo.
Hoy, después de un buen puñado de meses de evadirla porque ya de ortigas tuve demasiado, me aventé, como si yo fuera tan valiente, a recoger imágenes del naufragio.
Y ahí estaba La Habana cumpliendo su promesa del dedo en la llaga.
En mi pesadilla Cuba es galope. Se despega del mar y se alza por encima de él. Se desboca y nosotros damos botes dentro y nos golpeamos contra los árboles, los bancos de los parques, las vidrieras, los carros...
A veces alguien cae y desaparece en el boquete que quedó en el mar.
Fuera de mi pesadilla y de mis sueños, miro la ciudad de frente y con amor sustraigo niños, personas que viven entre balcones apuntalados, basureros por donde pasa un descapotable lleno de turistas para quienes el país es un asombro pasajero y será una anécdota en otro idioma...
A algunos no les gusta mi cámara y cuestionan el destino de mis fotos, otros me piden que me exprese por ellos.
Pero sobre todo las miradas se cruzan y en un gesto de cejas arqueadas está toda la comprensión de lo que nos tocó, de lo que está pasando, de lo que estamos viviendo.
El espectáculo de nuestra sobrevida es escalofriante y pienso que la diferencia entre mi pesadilla y nuestra realidad es que de la pesadilla se despierta, de nuestra realidad parece que no.
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